La verdad es siempre revolucionaria

Los maltratados

En unas cuentas completamente infiables, recogidas por diversas organizaciones, como feminicidio.net, que trabajan en el loable intento de denunciar la violencia machista que está diezmando a nuestras mujeres y niños, podemos deducir que desde 1985 –una fecha totalmente convencional– en España han asesinado a tres mil mujeres y a varios cientos de niños. Como los cálculos, solo aproximados, dicen que dos millones y medio de mujeres están siendo maltratadas sistemáticamente, y muchas de ellas tienen hijos e hijas, podemos también deducir que en nuestro país, en la actualidad, existen varios millones de niños, adolescentes y adultos –y solo voy a hablar de los varones– que han sido maltratados.

O porque asistieron como espectadores impotentes a los insultos, las amenazas, los golpes, las palizas que el padre propinaba a la madre, o porque ellos mismos recibían el mismo trato unido muchas veces a abusos sexuales o, lo más terrible, porque además fueron testigos del asesinato de su madre a manos de su padre. Otros no lo vieron, pero son igualmente huérfanos por el mismo motivo.

Varios millones son muchos jóvenes, muchos hombres, que conocen en carne propia la tragedia de la violencia machista. Que han crecido, se han educado, han llegado a la pubertad, a la adultez, marcados por el continuo horror de los gritos e insultos del patriarca de la casa; que no comieron ni durmieron con tranquilidad durante años esperando la siguiente explosión de furia del macho que era el amo y señor de la familia, que aprendieron en la edad que marca el futuro –por algo decía Unamuno que el niño es el padre del hombre– que en el mundo, antes que otras, existen dos clases enfrentadas entre sí, el hombre y la mujer. El hombre como dominador, como explotador, y la mujer como dominada y explotada.

De esa horrible y traumática infancia muchos, desgraciadamente, asumieron el rol del padre y son maltratadores a su vez. Se sabe cuando los casos de violencia y hasta de asesinato desvelan la biografía del culpable. Pero no todos, afortunadamente –sobre la eficacia o la inutilidad de la educación todavía hay mucho por estudiar. La mayoría, creo, son por el contrario pacíficos y deseosos de que la solidaridad y la amistad unan a los hombres y a las mujeres.

Muchos, la mayoría, no maltratan a nadie, ni a su esposa o amantes ni a sus hijos, y otros tantos son amables, tiernos y amorosos. Una parte de ellos milita incluso en partidos progresistas, ayuda a ONG solidarias, trabaja activamente en asociaciones que se preocupan de resolver los problemas del barrio, del trabajo, de la Universidad, de la ecología, de la política internacional. Menos de las mujeres.

Entre todos esos millones de hombres, o cientos de miles o miles o cientos, ni aun diez se han unido a las filas de los grupos feministas que he organizado. Otros, unas docenas, están en asociaciones meritorias como Hombres por la Igualdad, Hombres contra la Violencia de Género, Hombres contra la Prostitución (que yo sepa, y si existe alguna más les agradecería que me informaran). Pero es realmente mínima la participación masculina en las tareas feministas. Resulta desolador ver en las concentraciones de los días 25 contra la violencia a una docena de hombres frente a centenares de mujeres. En las manifestaciones del 8 de marzo la presencia masculina es irrelevante.

Y yo me pregunto, ¿dónde están todos esos jóvenes, esos hombres, que han sido maltratados, abusados sexualmente en la infancia, que han contemplado impotentes como su madre era víctima de la insania y la arbitrariedad de su padre? No acuden a los debates televisivos ni radiados, no escriben cartas a los periódicos, no acuden a las reuniones, asambleas, concentraciones y manifestaciones que el Movimiento Feminista convoca continuamente. Su silencio, ¿qué significa? ¿Que se han olvidado de su propia historia? ¿El deseo de huir de los penosos recuerdos les deja amnésicos? ¿Ni siquiera cuando la crónica diaria les sitúa nuevamente ante la tragedia que ellos mismos han sufrido se sienten concernidos? ¿Ninguno de los episodios que los medios de comunicación nos relatan cotidianamente les provoca el dolor y les lleva a solidarizarse con las nuevas víctimas?

A mí, hasta hoy, ningún hombre me ha violado ni me ha maltratado físicamente, y sin embargo he dedicado parte de mi vida a defender y reivindicar a las que sí han sufrido tales vejaciones. Y muchos otros miles de activistas feministas, muchas de las cuales tampoco se dedicaron a esta lucha por razones personales. Y sin embargo hombres que han de situarse en la categoría de maltratados, que conocen más de cerca que yo la tragedia de la vida cotidiana sometidos a la potestad de un patriarca colérico y agresivo, no se sienten motivados a participar en ninguna de las numerosas asociaciones y grupos feministas que enfrentan desde hace largos años esa larga y desmoralizadora tarea. Tampoco se organizan aparte, en grupos de hombres concienciados sobre la que hoy es la mayor tragedia que enfrenta nuestra sociedad.

No quiero caer en el biologismo y suponer que la testosterona incapacita a los hombres para sentir amor y compasión, porque no es cierto. Hombres heroicos los hay que han dado su libertad y su vida por defender a los más desfavorecidos, sin que ellos mismos padezcan pobreza o persecución, o las hayan sufrido en la infancia. Pero su causa es general, en abstracto, en un análisis clásico de explotados y explotadores, siempre hablado en masculino, sin que la especificidad de la situación de la mujer entre en sus análisis. Porque, ¿cuántos hay que hayan tomado la causa de la mujer como objetivo de su lucha? Ni siquiera pido tanto, simplemente que acepten el feminismo, lo defiendan y apoyen nuestras reivindicaciones públicamente, porque comprendernos en las tertulias privadas no ayuda nada. De la misma manera que tantos se esfuerzan con entusiasmo por defender a los pobres, a los obreros, a los negros, a los campesinos latinoamericanos, sin serlo ellos mismos; y otros trabajan sin descanso por salvar las ballenas, las focas, los leones, los bosques y los lagos, sin que sufran directamente las consecuencias de la depredación del medio ambiente, algunos, al menos, podrían sentirse emocionados ante los sufrimientos de las mujeres y de los niños.

Pero si ya se trata de quienes han vivido en su propia experiencia la maldad del patriarcado, la crueldad de sus agentes (padres, tíos, maestros), ¿cómo es posible que no se sientan impelidos a participar en las acciones que todos los días organizamos desde el Movimiento Feminista para acabar con tales crímenes?

¿Por qué no hay asociaciones y grupos, o al menos algunas individualidades de hombres, que han sido maltratados por el padre, que salgan a la palestra, que cuenten su triste historia, que refuercen las denuncias de las mujeres, que ahora tantas veces se consideran falsas? Desgraciadamente los que se han organizado han sido los maltratadores, en asociaciones que difunden perversas calumnias contra sus víctimas. No hay más que leer los comentarios que siguen a mis artículos sobre la violencia machista para sentirse desmoralizada. Cierto que otros me apoyan, pero son pocos, y no son los conspicuos escritores, periodistas, políticos y activistas que tienen tribunas de opinión. Excepto Antonio Lucas, al que tengo que agradecer públicamente el artículo de hace unos días en El Mundo cuando la masacre de mujeres de este agosto ensangrentó las calles de España. Pero es uno, y es un artículo. ¿Acaso es suficiente?

No entiendo las causas del silencio, ahora ya culpable, de los hombres que han vivido la tragedia de una infancia desgraciada y de una juventud para siempre condicionada por esa primera socialización –Piaget explica que lo que se aprende antes de los 12 años no se olvida nunca. Quizá sea la vergüenza de mostrarse en público como víctimas, que también paraliza a las mujeres, el motivo de esta ocultación, pero tienen la obligación de romper tanto el tabú social de que los hombres no se quejan, como la indiferencia, la pasividad en que se han instalado. Porque los necesitamos, no solo las mujeres sino toda la sociedad, para hacerla un poco mejor. Y también a los demás de buena voluntad, porque ante la villanía hay que alzar la rebeldía y la protesta para sentirnos simplemente seres humanos.

Bustarviejo, 26 agosto 2015.

 

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