La verdad es siempre revolucionaria

Los políticos en sus mistificaciones

Resulta evidente que el análisis materialista de la realidad ha desaparecido del lenguaje, incluso de aquellos políticos que se denominan socialistas y socialdemócratas. A pesar de que desde hace más de una década el capital  ha ganado todas las batallas contra el trabajo, contra los pueblos, contra las mujeres, los políticos obvian señalar a los principales protagonistas de la derrota de los trabajadores, de la masacre de las mujeres, del aumento de la miseria, la violencia y la desgracia que se enseñorea de nuestro país.

Desde que se celebró la jornada electoral, los dirigentes, y todos hombres, que van a manipular la correlación de fuerzas de los distintos sectores del capital para ver quien es dominante en el gobierno de nuestro país, no hablan más que de enfrentamientos entre ellos mismos, soluciones numéricas a los pactos entre formaciones, y de alianzas y rupturas entre ellos mismos. Ninguno hace un análisis marxista. Unos porque son simplemente los lacayos de los grandes sectores económicos internacionales, otros porque se aliaron con las medianas empresas que esperan las migajas del pastel de los consorcios bancarios y de la industria militar, otros porque son tan ignorantes e  ilusos que siguen utilizando la terminología liberal ilustrada del siglo XVIII, cuando no se sabía que existían la lucha de clases, la explotación de los trabajadores y la plus valía. Todo se reduce a invocar a Montesquieu, como si aquel ilustre autor pudiera explicar hoy por qué no volverá ningún desahuciado a su casa y ningún pensionista verá revalorizada su pensión, mientras en España sigan mandando los poderes económicos de la Monarquía, de la Unión Europea, de EEUU, de la OTAN y del Vaticano.

Pero ¡vade retro!, ¿Quién hay hoy en nuestro país que se atreva a utilizar este lenguaje? Lo habitual es que tanto políticos como politólogos y periodistas  utilicen términos ambiguos y despolitizadores como "gente", "arriba y abajo", "democratizar el país", "democratizar Europa", como si lo único a perseguir fuera "perfeccionar" la superestructura política, mientras el Departamento de Estado de EEUU sigue dando las instrucciones pertinentes a nuestro rey y su camarilla, al presidente del gobierno y su camarilla y a las facciones políticas, lacayas de todos ellos.

Nadie recuerda la definición de Marx de que los gobiernos no son en realidad más que los comités ejecutivos de las grandes empresas del capital.

Resulta estomagante escuchar en todas las radios, incluyendo aquellas que se creen más progresistas, los programas caritativos y lacrimógenos en los que se pide ayuda para dar de comer y alguna manta al millón de refugiados que se agolpa en las fronteras de Europa. Ninguno osa acusar a EEUU y a la UE de haber organizado las guerras que asolan Afganistán, Irak, Libia, Siria, y otras naciones africanas, hundidas desde hace décadas en la destrucción y el horror para que las grandes multinacionales se hagan con el combustible de sus tanques y los productos imprescindibles para la fabricación de armamento y de materiales tecnológicos.

Por ello, ni en los programas de la mayoría de los partidos, ni en las declaraciones orales de los políticos, la denuncia del papel criminal de la OTAN, la reclamación de la neutralidad de España y la denuncia de los tratados con EEUU, tienen el mínimo espacio. Los dirigentes están negociando, a cara desesperada, para repartirse un trozo del pastel que les deje Obama, mientras hablan de democracia y de la unidad de España.

Es penoso que los protagonistas políticos, universitarios,  no hayan leído a Kant, pero más penoso es aún que no hayan leído a Marx. Y si lo han hecho se han esforzado mucho para desvirtuarlo, deformarlo y olvidarlo.

Por eso eluden tratar, ni aún de referencias, la pirámide económica y social que nos aplasta, en cuya cúspide se encuentra la Monarquía, con esa familia, que haciendo honor a sus ancestros, se ha dedicado a esquilmar al pueblo español desde hace cuarenta años. Los descendientes que hoy se sientan en el trono se han enriquecido con el cobro de comisiones a todos los países suministradores de la energía que tanto necesitamos y con el tráfico de armas, como denuncia, en este mismo medio, el teniente Luis Gonzalo Segura. Aunque ya es notorio y está publicado, que tal fuente de ingresos y de expolios tiene la propia firma del rey Juan Carlos, como cuando le escribió al sátrapa de Arabia Saudita pidiéndole 10 millones de dólares para la campaña electoral de Adolfo Suárez, a fin "de que el comunismo no ganara las elecciones". Y desde entonces hasta ahora, viajes, abrazos, palabras de amor y comisiones bien situadas en bancos suizos, han hecho la fortuna de los Borbones. Una de las cuales, y su marido, se sentarán en el banquillo el 11 de enero por habérseles descubierto una ínfima parte de lo robado durante estos años.

Pero ningún político se expresará públicamente de tal modo, porque saben que mover el trono es comenzar el terremoto que, ese sí, traería un verdadero cambio para España. Porque con la familia real hay expulsar de nuestro país a la OTAN, la organización criminal más poderosa del mundo y cerrar las bases militares de EEUU, que son la garantía de que en nuestro país siempre seguirá gobernando el capital. Hay que anular los acuerdos con el Vaticano, para que nuestro pueblo tenga al fin un escuela y una sociedad laica, y expropiar los bienes que nos han sido robados, y ¡como no! poner en cuestión nuestra relación con la Unión Europea, cómplice de los otros poderes, que nos ha hundido en la miseria en los últimos años. Y ¿Quién se atreve, aparte de este periódico, a denunciar el infame Tratado de Libre Comercio, conocido por sus siglas TIIP, que pretenden firmar Estados Unidos y la Unión Europea, garantizando la impunidad de las multinacionales contra los intereses de sus ciudadanos y ciudadanas?

Aquellos que aseguran ser de izquierdas y defienden la separación de Catalunya no pretenden la unidad de los pueblos contra el capital, sino la separación de las "nacionalidades", enfrentando a unos ciudadanos contra otros. Incluso los que presumen de anticapitalistas, cuando ni aún saben lo que significa eso.

Las formaciones independentistas catalanas, que dicen querer romper con el Estado español, pretenden que esa escisión les llevará a la abundancia y a la honradez, y algunos como la CUP comienzan por falsificar las votaciones de las asambleas y se plantean coronar a Artur Mas, que está en el centro de la ciénaga de corrupción más profunda de España. Eso sí, mientras un dirigente de la CUP, como David Fernández, se abraza conmovido, al "President", discípulo y socio de Jordi Pujol y "su asociación criminal", pretende romper toda relación con los otros pueblos de España. O mejor, que los mineros asturianos y las limpiadoras madrileñas y los campesinos andaluces y las olivareras sevillanas y los aparceros extremeños y murcianos, les paguen más impuestos para que "los catalanes" se resarzan del expolio a que, según ellos, los somete "España". Y este discurso, típico de la burguesía nacionalista desde el siglo XIX, lo consideran de izquierdas. Lástima que en vez de haberse formado intelectualmente con las obras de Cambó y de Sabino Arana lo hubieran hecho con las de Rosa Luxemburgo. Eso si se han formado, lo que es mucho suponer.

Durante 80 años las facciones que han gobernado España, fascistas, democristianos, liberales, opusdeístas, socialdemócratas, todos al servicio del capital, han difundido una ideología imperialista y vaticanista, y demonizadora del proyecto comunista, que ha conformado en el pueblo la convicción de que únicamente aceptando la servidumbre y sometiéndose a los grandes poderes: monarquía, Iglesia, OTAN, ahora Unión Europea, tienen salvación. Contra esta campaña, cuya fuerza y medios son evidentes, los comunistas y las feministas hemos combatido bravamente, sin fuerzas y sin medios. No es de extrañar que en las contiendas electorales quedemos tan marginados.

A esa campaña siniestra se unen, desde hace 40 años los partidos que se reclaman democráticos, utilizando los mismos términos con que el capital enmascara su poderío. La farsa de unas supuestas elecciones democráticas, donde Izquierda Unida precisa más de 400.000 votos para obtener un escaño mientras el Partido Popular lo logra con 40.000, debería ser suficiente para que se rechazara de plano este régimen monárquico, capitalista y patriarcal que nos domina.

La descalificación del análisis marxista, que se repite no solo en medios de comunicación sino también en sesudos ensayos universitarios, falsifica la verdad, esa, que, como decía Gramsci, es siempre revolucionaria.

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