La verdad es siempre revolucionaria

Antes un monstruo que una mujer

De los numerosos análisis que se están vertiendo desde hace meses sobre el posible triunfo de Trump, hoy ratificado, y la derrota de Hillary Clinton, no se lee casi nada sobre su condición de mujer. Ríos de tinta se han vertido sobre la decepción de los trabajadores blancos y la clase media empobrecida por las políticas de la llamada globalización y el neoliberalismo –no sé qué tiene de nuevo cuando es el mismo desde el industrialismo-, para explicar el voto de amplias capas de la población de varios Estados a favor de Trump. Pero, como si no tuviera importancia, el hecho de que Hillary Clinton pudiera ser la primera mujer presidenta de los Estados Unidos, apenas se menciona más que como una circunstancia curiosa.

Porque nadie hace un análisis feminista. Al fin y al cabo, las mujeres son un sector social que no tiene influencia en la política. Por ello, ni los políticos ni los medios de comunicación ni la sociedad civil las considera. Pero el fenómeno singular de estas elecciones debería ser considerado como la victoria del machismo en la sociedad más adelantada del mundo.

Ha sido evidente la campaña de desprestigio de Hillary por parte incluso de sectores de izquierda –en España los "fundamentalistas" me han asediado con mensajes continuos- arguyendo que es una representante del llamado "stablishment", que aprobó la guerra de Irak, que amenaza a Irán, que protege a Israel, incluso, en el colmo del catastrofismo, que podría propiciar una guerra nuclear. Al parecer Trump pertenece al proletariado y no ha establecido nunca una relación ventajosa con bancos y grandes corporaciones. Sobre todo es un benefactor de la humanidad que no paga impuestos. El que se precie de machista y de racista, que le apoye el Ku-Kux-Klan, que niegue el cambio climático, pretenda expulsar a 11 millones de inmigrantes, construir un enorme muro frente a México y defienda la tenencia de armas, no tiene importancia, al fin y al cabo es un hombre. Recordemos que Berlusconi, su alter ego aunque menos peligroso, gobernó 20 años Italia.

Era curioso comprobar que los ácidos críticos de Hillary nunca mencionan las políticas sociales que ésta propugnaba, mientras siempre se han alabado las de los presidentes que la precedieron. Las mismas que ella apoyaba y pretendía continuar. Nunca recuerdan que formó parte del equipo que llevó a cabo la reforma sanitaria de Obama que no alcanzó todos sus objetivos por la oposición de los republicanos.

Para una incalificable página web llamada misionverdad.com, que debe de creerse de

izquierdas, Hillary "lava sus crímenes con el feminismo", ya que este movimiento es también un invento del capital. Pero cuando se desarrollaron las campañas electorales de Clinton, de Bush, de Obama, no se desató la misma fiebre crítica contra estos por parte de los "anticapitalistas" que no nos informaron con qué "lavaban sus crímenes". Y sin embargo los dos representan el mismo "stablishment", con idénticas políticas imperialistas, que han sido tan admirados por la progresía del mundo entero.

Ha sido tan desproporcionada la crítica contra Hillary que se la ha calificado de siniestra, mientras el alabado Obama –Premio Nobel de la Paz- ha expulsado de EEUU a más inmigrantes que ningún otro gobierno estadounidense, bombardea cada día con drones las fronteras de Pakistán, y Siria, Irak, Afganistán, y ha sido incapaz de cerrar la cárcel de Guantánamo. Pero siendo hombre se le alaba cotidianamente por los mismos que pulverizan a Hillary.

Inexplicablemente, para los detractores de Hillary, Trump es un hombre de paz, que dejará de pagarle a la OTAN –con lo que los demás tendremos que pagar más-, se entenderá amigablemente con Putin y no firmará los tratados de libre comercio con Europa y Asia. Y habría que añadir que tampoco participará en los gastos de la cooperación internacional con lo que las pocas ayudas que llegan a África se reducirán, como sucedió con Reagan. Para cualquiera medianamente informado no es un secreto que los presidentes estadounidenses cumplen las órdenes del complejo industrial militar, como dijo Eisenhower hace más de medio siglo y por tanto ese pacífico Trump seguirá los mismos dictados de sus predecesores. Pero al parecer nadie tiene ni conocimiento de la historia ni memoria de ella.

Si los demócratas no hubiesen presentado de candidata a una mujer la ofensiva de Trump, la hostilidad de los republicanos, las críticas enfebrecidas de una izquierda desnortada y el desprecio de una sociedad mayoritariamente machista no se hubieran desarrollado con la misma virulencia.

Ciertamente las mujeres tampoco la han votado, porque siendo el 52% de los electores hubiesen podido hacer cambiar el resultado. Pero es que el machismo forma parte también de la educación femenina y las mujeres en general siempre se creen más representadas y protegidas por un hombre que por otra mujer. Las mujeres negras tampoco se han sentido concernidas por su campaña, mientras si lo hicieron cuando se presentó Obama, que además de negro es hombre.

En la Europa de 50 países solo siete mujeres han conseguido la presidencia: Alemania, Dinamarca, Eslovenia, Lituania, Noruega, Suiza e Islandia. De los 194 países que existían en el mundo en enero de 2014, sólo 17 (un 9%) tiene una Presidenta o Jefa de Gobierno. Y últimamente en Brasil y en Argentina han sido desplazadas sus respectivas presidentas.

En nuestros países más cercanos todas las pretensiones femeninas han sido derrotadas. En Francia Segolèn Royal se vio humillada por Hollande, y en España, Grecia, Portugal, Italia, cualquier pretensión de una mujer de llegar a la presidencia de la República o del gobierno sería descartada por ridícula e imposible, por parte de sus propios colegas. Todavía estamos discutiendo cuántas mujeres son nombradas ministras en los gobiernos de izquierda y de derecha.

En el caso de Hillary una parte del movimiento feminista se puso a su favor, pero no todo. Porque Hillary tampoco es feminista, y tal condición le ha restado los apoyos de muchas de las mujeres blancas con formación. No se ha distinguido por sus campañas feministas. En sus mítines, declaraciones y discursos ha faltado siempre una atención especial a los dramas que las mujeres están viviendo cotidianamente, excepto su tibia defensa del aborto y el matrimonio homosexual. Y para descalificarla ahí está su intrigante manera de hacer política durante toda su carrera, su servilismo a su marido aceptando las agresiones sexuales de éste a otras muchachas y manteniendo una relación viciada y pervertida con él para no perder poder político, que le han enajenado las simpatías del voto feminista, que en parte debe haberse abstenido.

En definitiva, el fascismo se enseñorea de EEUU como de muchos países en el mundo, y ni los hombres ni la mayoría de las mujeres estadounidenses querían que se rompiera la tradición de que el primer puesto de poder lo detentara un hombre, después de 230 años de independencia. Antes que les gobierne un monstruo machista que una mujer.

Madrid, 8 de noviembre 2016.

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