La verdad es siempre revolucionaria

Ciudadanos sin dignidad

Es estremecedor comprobar que ciertas situaciones que estamos padeciendo en la actualidad nos recuerdan la represión y las humillaciones a que la dictadura nos sometió.

El pasado viernes 5 de mayo, a las 11 de la mañana, cuando iba a pasar el control de seguridad del aeropuerto de Barajas, Terminal 4,  para embarcar en el vuelo de Iberia con destino a Asturias, sonó la alarma en el momento de traspasar el arco de seguridad. Una señora con el uniforme de la compañía PROSEGUR, comenzó a cachearme,  palpándome con un detalle totalmente innecesario ya que era evidente, por mi apariencia, que no portaba ningún objeto peligroso, sin utilizar el aparato detector manual. Con evidente prepotencia por las atribuciones que al parecer le otorgan el empleo que le han asignado, tocaba mi cuerpo con mucho detalle -y no llevaba más que una blusa- hasta que me introdujo los dedos dentro de la cintura del pantalón.

Como ni mi educación familiar ni la larga experiencia de luchas y enfrentamientos con una autoridad represiva, me han sumido en la resignación que padecen algunos sectores de nuestro pueblo, me revolví y la conminé a  que no me tocara de semejante manera, que estaba humillándome y que en España todavía había ciudadanas que teníamos sentido de nuestra propia dignidad. La empleada, con una expresión hostil me retuvo por un brazo como si tuviera autoridad para ello y dio orden a sus compañeros de trabajo de que llamaran a la Guardia Civil.

En tal situación, me impidió moverme durante algunos minutos hasta que llegó una pareja de la Guardia Civil, un hombre y una mujer, que sin darme ninguna explicación me obligaron a acompañarles. Lo más insólito fue la respuesta del guardia cuando les dije que estaban abusando de su autoridad reteniéndome sin causa alguna porque eran varios y además iban armados: "Yo ahora, por este caso, no voy a usar el arma. Si por casos así lo hiciera cada día habría muertos en el Aeropuerto".

Lo que se puede deducir de esta inaceptable explicación es que incidentes como el que estoy relatando deben  de ser cotidianos.

A continuación, los tres personajes,  la empleada de Prosegur y los dos Guardias Civiles, me arrastraron hasta una cabina tapada con una cortina y la mujer guardia volvió a cachearme, sin que nada ni en mi apariencia ni vestuario pudiera despertar sospechas de portar instrumento alguno peligroso. Pero esta vez no metió los dedos dentro del pantalón y cuando le dije que eso es lo que había hecho la empleada me aseguró que tenía que hacerlo, aunque ella misma no lo repitió. Tampoco me dio explicación ni indicación de qué clase de reglamento, ni aprobado por quien, dice que a los pasajeros a los que se cachea en el control de seguridad se les puede palpar e incluso introducir la mano dentro de la ropa  por parte de una empleada de una empresa privada.

Lo que además demuestra la conducta arbitraria de esa empleada de Prosegur, es que en el viaje de vuelta en el aeropuerto de Asturias ninguno de los que controlaban la seguridad cacheaba a los pasajeros manualmente sino que utilizaba un detector manual que actuaba sin ni siquiera entrar en contacto con el cuerpo de la persona.

A continuación la guardia me pidió el DNI, todo ello con el evidente propósito de seguir humillándome y causarme un retraso en el embarque del vuelo. Cuando hubo tomado todos los datos del documento de identidad y de la tarjeta de embarque y sin que pudiera hacer nada más por retenerme, cuando me proponía a salir de la cabina, el Guardia Civil me  lo impide y dice: "Usted no se puede ir porque yo no le he dado permiso".  Entonces le contesté: "Usted me recuerda tiempos pasados", y con un desafío en la mirada el agente me amenazó: "Usted va a recibir una sanción por insultos a la autoridad".

Todo este episodio, relatado brevemente por mor de la concreción, duró casi media hora y me obligó a correr hacia la puerta de embarque sin permitirme ya detenerme a tomar un café y comprar un periódico como pensaba hacer.

Estos gobiernos de la democracia, todos, de todos los partidos políticos, han convertido el país en el coto privado de las empresas a las que se les ha entregado la gestión, y por supuesto el beneficio, de la organización social. Sabemos -cansada está la ciudadanía de protestar contra ello- que la sanidad, la educación, la dependencia, los servicios sociales, se hallan en poder de los oligarcas que dominan nuestro país. Y también la seguridad.

No es ninguna noticia novedosa que pueda sorprender, suponiendo que la ciudadanía tenga todavía la ingenuidad de sorprenderse, padeciendo como padece un escepticismo cada vez mayor. De tal modo soporta, resignadamente, que unos empleados de una empresa privada les manoseen el cuerpo y hasta se permitan meter la mano por debajo de la ropa, en los controles de seguridad de los aeropuertos, delante además de todos los pasajeros, por la supuesta vigilancia de terroristas.

Una de las características de la dictadura fue la humillación cotidiana de los ciudadanos. Sometidos como estábamos, sin posibilidad de protesta, a las actuaciones arbitrarias de todos aquellos personajes que portaban gorra. Es clásica la expresión "vivir de gorra", que no significa vivir gratuitamente sino de los privilegios y los ingresos que proporciona vestir una gorra: la del militar, la del ministro, la del policía, la del Guardia Civil, la del funcionario y hasta la del aparcacoches.

Pero pensábamos, pensaba en mi también ingenuidad, que aquellos usos y modos se habían quedado en los libros de historia. Y sobre todo, lo más esperpéntico, es que nunca pude suponer  en aquellos terribles años, que hoy las vejaciones, humillaciones, arbitrariedades y ofensas pudieran ejercerlas con total impunidad empleados y empleadas de empresas privadas, que ni siquiera llevan gorra, sin capacidad de oponerme porque para apoyarlas con absoluta complicidad está la Guardia Civil. Que a su vez, se permite retener y amenazar a una mujer que no ha cometido delito alguno.

Y menos mal, como me explicó el agente, que no utilizan las armas en incidentes semejantes, porque sembrarían de muertos los aeropuertos.

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