La verdad es siempre revolucionaria

Mujeres protagonistas

De los numerosos mensajes que he recibido desde que comencé esta saga de artículos sobre el amor y la sexualidad, destaco ahora los que me han parecido más chocantes en tiempos de una tan liberal moral sexual como nos permitimos.

Me escribe un camarada veterano de muchas guerras, y convencido feminista, en referencia a mi último artículo Hombres Valientes, que "Además del miedo a la responsabilidad que encuentro en mis propios recuerdos de cuando era joven e inmaduro, tengo la impresión de que la liberación sexual de la mujer ha traído, junto con todo lo positivo que ella significa tanto para las mujeres como para los hombres, un aspecto algo problemático. Que, por una conjunción de posibilidades físicas con la ley de la oferta y la demanda, hoy sean más las mujeres las que "persiguen" a los hombres a diferencia de lo que ocurría décadas atrás".  Ciertamente no me aclara si le parece, además de problemático, reprobable, este cambio de postura social de las mujeres.

Poniendo en duda esa arriesgada afirmación de que "sean más las mujeres las que "persiguen" a los hombres", dadas las cifras de acoso sexual, abusos y hasta agresiones sexuales protagonizadas por hombres contra mujeres, de las que hemos tenido noticia en los últimos meses, me pregunto si será la edad de mi comunicante la que le hace ser crítico con que las mujeres tomen la iniciativa en el requerimiento amoroso. Que no debe parecerle bien se deduce de esa expresión "persiguen" que aunque esté entrecomillada tiene un carácter negativo.

Y con estas preguntas estaba, a la esperaba de ver a mi corresponsal, cuando encuentro que respecto al relato de mi artículo Hombres Valientes sobre como los hombres rehúyen el compromiso con las muchachas, entre las camaradas también se cruzan juicios negativos sobre ellas, a las que acusan de actuar de manera semejante.  Y me pregunto, esto de la posmodernidad, de la sociedad líquida en la que estamos viviendo, ¿está también diluyendo el pensamiento feminista?

Encuentro la entrevista a una supuesta filósofa joven, de cuyo nombre no quiero acordarme, que defiende el acoso masculino, la pornografía, que según ella también es feminista, y la legalización de la prostitución y de los vientres de alquiler. Se difunde en un medio digital y en las redes sociales, como si valiera la pena analizar semejantes declaraciones, nada nuevas por otro lado, que vienen a afianzar el poder masculino, cuando no machista, concediéndole a una mujer de veintitantos años que irrumpe ahora en el debate feminista una importancia que nunca hubiera tenido en otra época.

Ante la denuncia y la queja transmitida por varias muchachas que me han hecho sus confidencias, se ha producido una reacción   curiosa, entre algunos de los comentaristas, defendiendo la conducta masculina y acusando a las muchachas de actuar con la iniciativa que antes únicamente se permitía a los hombres. Y me pregunto nuevamente, ¿no estamos en la era de la igualdad entre hombres y mujeres? ¿Le reconocemos a ellas el mismo impulso sexual que a ellos? ¿Hemos aprendido de los pioneros y pioneras, que investigaron la conducta sexual de los seres humanos a mediados del siglo XX,  que no sólo las mujeres tienen una libido potente igual o superior a la de los hombres sino que incluso pueden disfrutar de una mayor facilidad para obtener el placer? ¿A qué entonces seguir suponiéndoles una timidez que era sólo consecuencia de la educación represiva que recibían  las jóvenes?

En el juego del encuentro amoroso siempre se han diferenciado los términos seducción  y conquista. Aquella es patrimonio único de las mujeres que no deben mostrar claramente su preferencia por algún varón, sino con artimañas y astucias femeninas ir indicándole que tiene el camino expedito para iniciar sus estrategias de acercamiento. La conquista, como su término militar implica, es patrimonio del varón y por tanto se manifiesta en el requerimiento explícito y puede ser reiterado y hasta en cierto modo un poco agresivo, con el que el macho de la especie se dirige a cumplir su principal misión en la especie, fertilizar alguna hembra.

Pero esta descripción clásica del papel que la sociedad ha atribuido siempre a los dos sexos de la pareja humana, corresponde a las teorías que hace más de un siglo se discutieron entre los grandes del psicoanálisis, del conductismo y de otras corrientes y escuelas de la psicología. Me parecía que estaban ya tan trasnochadas que nunca más volverían a ser portada de revistas ni tema de coloquios y debates en las élites intelectuales ni mucho menos en el seno del Movimiento Feminista. Y hete aquí que hoy atraen la atención no sólo de las muchachas que comienzan sus aventuras amatorias sino incluso de pensadores y teóricas del feminismo y de la filosofía.

¿Qué hay de más reprobable en que sea ella la que inicie el cortejo amoroso en un papel que hasta ahora era sólo permitido para el varón? ¿Estamos en los tiempos de la Regenta, de Madame Bobary o de Ana Karenina? ¿Deben seguir fingiendo ellas que no tienen interés por el encuentro sexual, para seguir cediendo el protagonismo a la conducta avasalladora del macho? Y ello, ¿en razón de qué? ¿De las trasnochadas teorías que afirmaban las diferencias psicológicas entre el varón y la hembra humanas, la mayor potencia sexual que tiene el varón, la timidez y hasta la frigidez femeninas?

Diríase que hay un rechazo a aceptar el protagonismo femenino en las relaciones sexuales. Causa repugnancia observar el acercamiento explícito de una muchacha a un hombre mientras cuando la situación es al revés y es él el que utiliza las más antiguas artes de la conquista nos parece no sólo normal si no natural y divertido.

En cuanto a esa crítica acerca de la falta de compromiso que se observa ahora en las mujeres, emitida como comparación a la conducta de los hombres que explicaba en el último artículo, me sorprende que provenga de sectores del feminismo. No solamente por la situación de evidente debilidad física, económica y social que padecen las mujeres en su relación con los hombres, por  lo que resulta incomparable la conducta de unos con la de otras, sino sobre todo porque ante la descripción que he realizado en los últimos artículos de la falta de responsabilidad y de fidelidad que ellos están mostrando en las relaciones con sus compañeras, es consecuencia inevitable que ellas a su vez rehúyan el compromiso con quienes, en tono suave, califican de irresponsables cuando no de cafres. A menos que nos encontráramos en la situación del siglo XIX y hasta la mitad del XX, en que las mujeres debían soportar el maltrato y la infidelidad del marido puesto que el matrimonio era su único medio de tener un lugar en la sociedad.

Con estas reflexiones no hecho más que esbozar unos aspectos de las conflictivas relaciones que siguen existiendo entre hombres y mujeres en los aspectos sexual y amoroso. Y que por las respuestas que he recibido preocupan todavía hoy enormemente a las nuevas parejas del siglo XXI.

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