La verdad es siempre revolucionaria

La campaña por la unidad de la clase política

Todos los días, en uno u otro medio de comunicación, se publica o se difunde un artículo o comentario de algún periodista, comentarista, político, filósofo o politólogo de izquierda–son muchas las periodistas y feministas que siguen la misma línea- llamando a la unidad entre todas las fuerzas políticas para superar el episodio dramático que estamos viviendo con la pandemia del Covid19. Dicen que es también una reclamación del 80% de la población.

Que las clases trabajadoras angustiadas y hasta desesperadas, no sólo por su vulnerabilidad ante el virus sino también por la miseria en que se encontrarán cuando se aminore su virulencia,  piensen que su salvación consiste en que todos los partidos, de izquierda, de derecha, de centro, nacionalistas, independentistas y fascistas, se pongan de acuerdo para salvarles de la enfermedad y puede ser incluso de la muerte, ante las evidentes carencias del sistema de salud de nuestro país, y acto seguido de la tremenda crisis económica que se nos viene encima, no demuestra más que la ingenuidad de nuestro pueblo.

Pero que esta sea la tesis de los intelectuales y políticos de izquierda delata la falta de conocimiento de lo que son y han sido las fuerzas de la derecha en España. Se pone como ejemplo  la situación  de Portugal donde el partido de la derecha ha apoyado incondicionalmente al gobierno del Partido Socialista, sin el menor análisis de las diferentes trayectorias políticas de ambos países, olvidando el principio de que sólo se pueden comparar unidades similares.

Sin remontarnos a antecedentes históricos, Portugal no ha sufrido la Guerra Civil española ni la dictadura que la siguió en España, por tanto tampoco la masacre de los republicanos perpetrada por las fuerzas franquistas, que se convirtió en genocidio. Tampoco Portugal resolvió su dictadura con los Pactos de la Moncloa y la Constitución nuestra que significó la rendición de la izquierda ante las fuerzas fascistas que siguieron -¿siguen?- dominando todos los sectores del poder durante decenas de años: económico, político, financiero, militar, ideológico, educativo. Portugal liquidó la dictadura con una rebelión que derivaba de una guerra colonial que estaba desangrando el país y su ejército mostró su carácter democrático y socialista, como así fue calificada su revolución. En España, los miembros de la UMD ni siquiera fueron reincorporados al Ejército después de la Transición.

En todas las cunetas de España están abandonados los restos de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, asesinados por la represión fascista, sin que después de 45 años de haber muerto el dictador se puedan exhumar y dar un entierro digno, con la reparación que merecen las víctimas y sus herederos. Y Billy el Niño, conocido y famoso torturador de la dictadura goza de libertad, ya que, como recordó la ministra de Educación, no existe ninguna causa abierta contra él, y de pensiones y de medallas, porque de eso se ocupó la Ley de Amnistía de 1977.

En Portugal la Constitución es republicana y en España monárquica, el Partido Comunista portugués sigue teniendo el protagonismo de la izquierda y los sindicatos muestran su fuerza de forma que la reforma laboral que se ha impuesto en nuestro país ni siquiera se pudo presentar en el Parlamento portugués. Vean en todas las ciudades los locales del PCP y del Sindicato y en los quioscos las publicaciones comunistas. Y no sé, por su insignificancia, qué partido fascista portugués puede compararse con el nuestro que suma 52 escaños en el Parlamento español.

Y tampoco Portugal sufre la carcoma de los nacionalismos periféricos que pretenden destrozar España, dividiéndola en minúsculos Estados dependientes de la Unión Europea, de las corporaciones internacionales y de la OTAN.

Estos, y otros muchos hechos y situaciones que nos diferencian radicalmente del país vecino y que no relaciono aquí por no hace largo este artículo, sitúan a la derecha y a la izquierda españolas en muy diferente situación que las portuguesas. Lo que no alcanzo a entender es que estos hechos fundamentales sean desconocidos para los expertos españoles que hacen llamamientos a fin de que todos los partidos lleguen a un acuerdo "a la portuguesa" en nuestro país.

Como la República perdió la guerra, en España la derecha es  filofascista, afincada en todos los estamentos del poder, con el apoyo que le presta la Constitución que se aprobó precisamente para ello, ante la debilidad de la izquierda. Los Pactos de la Moncloa supusieron la derrota del Movimiento Obrero, la Constitución consagra la monarquía, el poder de la Iglesia, el económico que entrega la mayor parte a las clases dominantes: la casa Real, la aristocracia terrateniente y el capital financiero. El reparto de la riqueza sigue siendo el mismo que el de la dictadura. Esta derecha no piensa renunciar a ninguno de sus privilegios y desearía aniquilar no solo a la izquierda, tan pequeñita, sino incluso a los movimientos sociales y a las organizaciones ciudadanas y sindicales, y mejor manu militari.

Ciertamente la izquierda, o lo que queda de ella, es tan débil por todo lo que he relatado antes, amén de su timorata conducta en la Transición, que poco puede imponer a la derecha y al Capital. Pero al menos que no nos engañe. Los lastimeros llamamientos que los opinadores progresistas realizan continuamente para conmover el pétreo corazón de las clases dominantes y los partidos que las representan, resultan patéticos. Como los sermones que nos endilga cada día el Presidente, con tono lastimero y conciliador, para conseguir el efecto anestesiante de la ciudadanía, a fin de que en vez sublevarse, ante la desastrosa gestión de la pandemia del Covid19, se ponga a aplaudir cada tarde desde los balcones.

Con el mantra, repetido hasta la saciedad, incluso por las víctimas, de que estamos todos en el mismo barco y debemos remar en la misma dirección, alienan a un pueblo que ha perdido, en el curso de estos ochenta años, el espíritu de rebeldía que lo hizo famoso en el siglo XX.

Lo que no nos cuentan los voceros de la concordia en este concierto de melodías tranquilizantes y embelesadoras es en qué clase de barco estamos todos embarcados. Porque si es el Titánic, recordemos que en el naufragio, que fue el más famoso de la historia, murieron todos los pobres emigrantes que viajaban en la cubierta mientras se salvaban los ricos de la primera clase.

Hora es que la izquierda recuerde a los ingenuos y engañados trabajadores y a las mujeres que viajamos en la tercera clase de este barco que va directo al choque con el iceberg de la bancarrota económica, que del naufragio únicamente se salvarán los pasajeros de la primera.

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