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La metamorfosis presidencial

Al presidente le habría bastado con una insinuación para que se cancelara el acto municipal convocado para hoy por el PSOE en Elche, de la misma forma en que se ha aplazado la convención inicialmente prevista para esta fecha y lugar. Pero José Luis Rodríguez Zapatero no ha querido dejar pasar esta oportunidad de reivindicarse al abrigo de los suyos: una escogida representación de 2.000 concejales y alcaldes, llamados a ser los altavoces, estandartes y, llegado el momento, primeros mártires electorales.

Diez días después del anuncio del tijeretazo social, José Luis Rodríguez Zapatero afronta su primer mitin. El primero y, a la vista de su agenda institucional, el único que va a protagonizar en bastante tiempo, de modo que la cita se presenta como una oportunidad única para tomar el pulso de las arterias del partido e intentar recomponer su discurso, maltrecho tras la automutilación política del ajuste económico que ya ha quedado registrado para la historia como el más severo del periodo democrático.

Se viven días duros en la Moncloa, donde el consuelo de cada jornada es que no sea peor que la anterior y pase sin sobresaltos. Pero la amargura no es menor en el PSOE, donde prima el desasosiego por el giro social sin paliativos y la inquietud por la cotización a la baja de su principal activo electoral.

"Sigo siendo el mismo"

La síntesis anticipada de la intervención de Zapatero ante su partido, cuyas filas intentará vigorizar a base de autoestima, podría resumirse en cuatro palabras: "Sigo siendo el mismo". O con alguna más, pero suyas: "No hay un ZP antes y después. Mis valores, mis convicciones y mis políticas están ahí, hasta donde pueden y hasta donde racional y humanamente uno puede hacer atendiendo a las circunstancias".

La reivindicación resulta imprescindible y hasta perentoria ahora que cunde la idea de que la crisis ha operado una metamorfosis política en el presidente. No hay vida, ni biológica ni política, que aguante la construcción de dos leyendas, el imprescindible relato de acompañamiento para cualquier liderazgo, por demediado que pueda estar. Y la leyenda de Zapatero está indisolublemente asociada a la extensión vanguardista de derechos cívicos y sociales, las ramas de su cuerpo político a las que ahora ha tenido que aplicar la tijera, con la intención de que sea una poda y no una amputación.

Zapatero tiene sobrados argumentos para defenderse en este terreno, donde su balance sigue siendo, aún después del recorte, considerablemente mejor que el que dejó José María Aznar, cuyos gobiernos se aplicaron sin desmayo al desmantelamiento de lo público. Pero, como bien sabe el líder socialista, a ningún político se le vota por lo que hizo en el pasado, sino por lo que hace en el presente y, sobre todo, por la expectativa de futuro que es capaz de generar.

Sin embargo, el presente continuo absorbe hoy todas las energías, pasajeros como son también los gobernantes de la montaña rusa virtual en que se ha convertido la sociedad occidental. La prioridad de prioridades del presidente no puede ser en estos momentos otra que estabilizar la situación económica, porque la razón última del tijeretazo social no ha sido otra que impedir que a España la descarrilen y acabe en la cuneta como Grecia. Verificado que la velocidad sin límites es el paradigma del tardocapitalismo –lo que prefigura el colapso como estación final–, Zapatero se ha encontrado sin otro margen de planificación que dar cada paso sólo después del anterior y con la mano agarrada a la barandilla. "Y luego ya veremos".

El último ejemplo de la dinámica de aceleración continua ha sido el debate sobre la no-decisión de crear un impuesto para los ricos. Cuando Zapatero acudió el miércoles de la semana pasada a presentar en el Congreso de los Diputados el plan de ajuste duro, en su discurso tenía escrita una frase enunciadora de la filosofía de esta medida, pero a última hora decidió suprimirla porque no quería que pareciera una coartada demagógica en "el día del ajuste", porque la respuesta que en ese momento exigían los mercados era el recorte del gasto y porque las instituciones europeas y los organismos financieros no quieren que se mezcle esta columna con la de los ingresos. Al final se le escapó en el toma y daca con Joan Herrera (ICV) y el debate fiscal se desbordó porque el ajuste había dejado al PSOE abatido y anémico. El jueves, el presidente echó el freno para que ninguna filtración le marque la agenda, pero lejos de transmitir así un gesto de autoridad, alimentó la imagen de que amaga y no da, de que improvisa y gobierna a base de globos sonda.

Tras el tijeretazo al gasto público, la próxima estación es la reforma laboral. Zapatero no ha tenido más opción que poner sobre el tapete el mayor capital que había logrado acumular desde el estallido oficial de la crisis: la paz social. Ahora es consciente de que la huelga general, que tanto se afanó por evitar, es "una posibilidad" que se aproximará mucho a la certeza si no logra que fragüe un consenso entre los interlocutores sociales. Sin acuerdo, el Ejecutivo tendrá que decidir por decreto ley y, llegados a ese punto, los sindicatos se quedarán sin argumentos para frenar el descontento y la derecha tendrá la excusa para hacer la pinza al Gobierno con un cierre patronal.

El estímulo de la confianza

Ahora que el recorte de la inversión pública afectará al crecimiento y el empleo, la evolución económica depende de que la inversión privada ocupe su espacio. Y esto pasa por la confianza. Como Obama dijo a Zapatero: "El estímulo fiscal más barato es la confianza". Pero la confianza es un valor que se conquista con lentitud y se pierde con rapidez.

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