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Punto y aparte

El debate sobre el estado de la nación fue instaurado por Felipe González y Gregorio Peces-Barba –entonces presidente del Congreso de los Diputados– al cumplirse el primer año de la era felipista (1982-1996) con la justificación formal de hacer balance de la gestión del Gobierno y el propósito último de, tras el hundimiento electoral de UCD, levantar una peana que sostuviera a Manuel Fraga como líder de la oposición, al tiempo que se suavizaba la imagen autoritaria del rodillo parlamentario formado por los irrepetibles 202 diputados socialistas.

Con el paso del tiempo –la que comienza el miércoles será la vigésimo primera edición–, este debate consolidado por vía consuetudinaria se ha convertido de hecho en el más trascendente de cada año. Aunque en términos formales y prácticos tal rango corresponde a la discusión presupuestaria, el análisis sobre el estado de la nación le ha ganado la partida por su mayor impacto público/mediático, y es así a pesar de que sus resoluciones se incumplen de manera casi sistemática sin consecuencia alguna mientras que el rechazo de las cuentas aboca al adelanto de las elecciones generales.

Parte de esa relevancia se explica porque, a diferencia de lo que ocurre en el debate presupuestario, son los líderes los que confrontan directamente sus posiciones, sin delegar en ministros ni portavoces sectoriales, circunstancia que no es menor porque en España la contienda política se ha personalizado hasta convertirse "en una permanente campaña presidencial", como señala Guillem Rico en el primer estudio sistemático realizado en nuestro país, a partir de datos de encuestas de los últimos 30 años, sobre los orígenes y consecuencias de las imágenes de los líderes políticos (Líderes políticos, opinión pública y comportamiento electoral en España. Centro de Investigaciones Sociológicas 2009. Colección Monografías, número 270).

El poder de las imágenes

Rico, doctor en Ciencia Política especializado en el estudio de los comportamientos electorales, añade que el elector "tiende a centrar la interpretación de los acontecimientos políticos en la persona de los líderes porque de esta manera consigue agilizar la gestión de una realidad compleja", de modo que "las imágenes de los líderes encierran un contenido políticamente sustantivo", hasta el extremo de que "la gente asume que el carácter explica el comportamiento". De aquí que algunas ediciones del debate de la nación hayan marcado hitos relevantes en el declive, la consolidación o la ruina de varias carreras políticas y que siempre haya sido más a través de imágenes que de propuestas .

En 1994, José María Aznar consiguió despegar definitivamente como alternativa con sólo tres palabras, pronunciadas –en un marco de corrupción y agotamiento del proyecto político del Gobierno– con tono y ademán de probo funcionario: "¡Váyase, señor González!". En 1998, José Borrell vio segada su incipiente carrera como candidato del PSOE al trastabillarse con otras tres palabras, las que componen un frío tecnicismo que se empecinó en explicar como quien imparte una lección de contabilidad a una clase de repetidores armados con vuvuzelas: "Devengo de caja". En 2001, en su debut en esta cita, José Luis Rodríguez Zapatero sorprendió a Aznar con su tono amable y una sencilla propuesta contenida en cinco palabras, cuyo desarrollo aún perdura en el tiempo como instrumento de proyección internacional de España: "IV Centenario de Don Quijote". En 2005, Mariano Rajoy abolló su imagen moderada con otras cinco palabras que contenían una acusación capital contra el presidente del Gobierno en asunto tan delicado como la lucha contra el terrorismo: "Usted traiciona a los muertos" (las víctimas de ETA).

La alternativa

Un somero repaso al histórico de los debates permite concluir que en los comienzos de mandato coadyuvan a dar lustre al nuevo presidente, en el que siempre destella un creciente dominio de los asuntos más complejos, habitualmente relacionados con la política exterior y la economía. Por el contrario, resultan premonitorios de un cambio de ciclo cuando el líder de la oposición logra arrinconar al presidente en la defensa de su gestión y sorprenderle a la contra. El que se avecina aparece prefigurado por su coincidencia con el ecuador de la legislatura, que simboliza también el preludio de la precampaña electoral que comenzará tras el verano, de modo que, en todo caso, representa un punto y aparte.

Si Zapatero aprovechó sus tres debates en la oposición para hacer de su talante un proyecto político, al presidente del PP sólo le han servido sus cuatro anteriores para consolidar la imagen de míster No. Rajoy afronta su penúltima oportunidad –el último debate de esta la legislatura debería celebrarse tras las elecciones municipales y autonómicas de 2011– reincidiendo en el mismo error de ediciones anteriores, al generar la expectativa de que, esta vez sí, presentará una alternativa de Gobierno, algo extremadamente difícil con el tiempo tasado del que dispone el líder de la oposición frente al reloj parado con el que habla el presidente.

El presidente, admirador del carácter estoicamente comprometido de Vicente del Bosque y del juego desequilibrante de Andrés Iniesta, llega al debate llevando la iniciativa de las reformas y ofreciéndose al pacto, que es como tener la posesión de la pelota. Y Rajoy sigue sin proyectar una imagen de liderazgo y autonomía suficientes, hasta el punto de aparecer como un líder secuestrado, antes por la sombra de Aznar y ahora por las sombras de la herencia de Aznar, que se agrandan con las tramas de corrupción en las que aparecen dirigentes del PP de ayer y hoy.

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