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Resintonizar las antenas

Ya tendríamos que estar llorados". Esta castiza apreciación de un veterano dirigente que ya vivió en primera línea de fuego las crisis de los noventa resume el estado de ánimo vigente en el PSOE y apunta también la terapia de choque a seguir por los socialistas si quieren afrontar las elecciones generales con algún vislumbre real de remontada.

La visita de la dolorosa del sábado de la semana pasada, cuando se constituyó la práctica totalidad de los ayuntamientos, todavía está muy reciente. Pero también, en cierta medida, exagerada. Para empezar, la mayoría de los 4.000 socialistas que han perdido sus cargos públicos tras el 22-M no se ha quedado en la indigencia porque los alcaldes y concejales con dedicación exclusiva cotizan la prestación por desempleo, a la que ahora podrán acogerse, de modo que su drama será vivir en carne propia el que ya soportaban otros millones de españoles. Y para continuar, a todo partido le conviene cada cierto tiempo cambiar la política de moqueta, comedor y salón por la de la calle.

Si en clave de partido hay un mensaje de fondo en el 22-M, es que el PSOE necesita resintonizar sus  antenas.

Unidad antes que renovación

La primera reacción tras la derrota ha sido el cierre de filas de los cuerpos dirigentes y el aplazamiento de la renovación territorial hasta que se produzca la que, gane o pierda Alfredo Pérez Rubalcaba, se dará también en la dirección federal.
Desde esta perspectiva, la situación "no está tan mal" para la entidad del batacazo del 22-M, según se ha concluido en Ferraz. La unidad es un valor por sí mismo y, salvo en el País Valencià, donde Jorge Alarte tiene en pie de guerra la provincia de Alicante, la paz parece asegurada hasta que pasen las elecciones generales. Después, la renovación será inevitable porque es seguro que de la nómina de barones desaparecerán José Montilla (PSC, que hará su renovación antes), José María Barreda (Castilla-La Mancha), Marcelino Iglesias (Aragón), Francesc Antich (Balears), Pedro Saura (Murcia), Dolores Gorostiaga (Cantabria) y Francisco Martínez Aldama (La Rioja). Ninguno de estos siete repetirá como secretario general. Queda por despejar la incógnita de lo que ocurra en Andalucía y también está por demostrar la capacidad del valenciano Alarte y del madrileño Tomás Gómez de fraguar alianzas para sobrevivir a sus críticos tras unos pésimos resultados en dos territorios claves para un partido que quiera gobernar España.

Si el PSOE quiere salir a jugar la segunda vuelta que van a ser las elecciones generales con alguna expectativa de éxito, tendrá que empezar por interiorizar que el marcador de la primera vuelta es el que es, y es que, aun con los peores resultados de su historia reciente, tiene 21.767 concejales. A continuación, pasar la moviola sin pasión, para identificar los errores cometidos y los cambios de estrategia imprescindibles. Y, sobre todo, convencerse de que la remontada es casi imposible, pero no imposible. Dicho de otra forma: la primera responsabilidad de sus dirigentes es evitar que la organización caiga en la depresión y restaurar el estado de ánimo de sus militantes, sin los que no habrá partido posible.

Este es el primer gran reto para Rubalcaba. En Barcelona, donde estuvo el domingo pasado, una concejala llegó a pedirle que sustituyera ya a José Luis Rodríguez Zapatero en el próximo debate sobre el estado de la nación, lo que constituye a la vez una manifestación de miedo y de esperanza. Pero, más allá de la anécdota, a juicio de quienes han asistido a los encuentros a puerta cerrada que ha celebrado hasta ahora con militantes, el candidato va por el buen camino.

En estos encuentros –con el de ayer en Valladolid lleva cinco– se ha detectado un doble denominador común: la preocupación por conectar con las inquietudes de los jóvenes cuyo malestar ha eclosionado en el movimiento 15-M y el señalamiento de la comunicación como chivo expiatorio de todos los males que aquejan al PSOE. "Tú, Alfredo, que explicas tan bien las cosas...", ha sido una de los latiguillos más repetidos por la militancia que participa en estos encuentros en la intimidad.

El riesgo del halago es superior porque obvia el hecho de que Rubalcaba fue el portavoz parlamentario durante los dos primeros años de Gobierno de Zapatero y es el portavoz del Ejecutivo desde hace ocho meses, pero sobre todo porque incurre en un grave error de fondo: creer que los votantes han dado la espalda al PSOE "porque no les hemos explicado bien las cosas" cuando una parte sustancial lo hizo porque entendió muy bien lo hecho y quiso decir que ni le gusta ni lo apoya.

Ahí es donde tendrá que batirse el cobre Rubalcaba, porque a estas alturas nadie va a descubrir que es uno de los parlamentarios más brillantes de las últimas legislaturas ni, por más que lo anhele, le brindará Rajoy la oportunidad de un cara a cara en televisión, que ya rehuyó con Zapatero en 2004. Ante el restringido cuerpo electoral de los 350 votantes que se sientan en el Congreso, hay pocos que puedan hacerle sombra y ninguno dentro de su bancada, que festeja con el entusiasmo propio de quien necesita darse una alegría cada una de sus faenas parlamentarias.

Apretar hasta el final

El Ministerio de la Presidencia, directamente dependiente de Rubalcaba, ha reclamado del grupo parlamentario un informe detallado sobre la situación en la que se encuentra la treintena de proyectos de ley que ya están en tramitación. "O apretamos o no salen", reconoce su dirección, de modo que se tendrá que establecer una agenda de prioridades, teniendo en cuenta que a la mencionada cifra hay que añadir algunos proyectos insoslayables en la práctica, como el techo de gasto o los Presupuestos, y otros que se consideran imprescindibles para resintonizar con el electorado de izquierda, como los que regulan la muerte digna y la igualdad de trato. Por los diputados y senadores no quedará.

Pero hará falta más, bastante más, porque es un axioma político tan conocido como infalible que los ciudadanos votan por las expectativas de futuro que generan quienes aspiraran a gobernarlos y no por agradecimiento a lo hecho. En este caso, las expectativas y lo hecho confluyen en un mismo problema: el paro.

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