La realidad y el deseo

Los asuntos de nuestra socialdemocracia

La verdad es que ha sido una representación muy dura la protagonizada por la socialdemocracia europea en el Circo de Invierno de París. La sonrisa y las palabras de Martin Schulz,  candidato socialista a la presidencia de la Comisión Europea, estuvieron llenas de malabaristas, equilibristas, trapecistas y contorsionistas. El antiguo dominio político de las palabras terminadas con el sufijo "ista" (socialista, anarquista, comunista, fascista...) se vio sustituido por los saltos mortales y los juegos propios de la pista del circo. Más que pertenencia a una doctrina, el sufijo indicó el desempeño de un oficio espectacular.

François Hollande ganó las elecciones en Francia con un programa lleno de ilusión social. Ofrecía una alternativa política al neoliberalismo imperante de Angela Merkel. Su Gobierno abandonó después esa ilusión para aplicar de inmediato, más allá de las consignas y los adornos electorales, el mismo programa que la presidenta de Alemania. Cuando las elecciones municipales evidenciaron el enfado de los ciudadanos, sólo supo hundirse más en la herida y acentuar el abandono de la ideología socialdemócrata. La imposición de una política única (neoliberal y financiera) llegada de Alemania y del Banco Central Europeo, no sólo ha acabado con la socialdemocracia. También ha borrado la lógica franco-alemana de la Europa fijada en el viejo Tratado del Elíseo por Charles de Gaulle y Konrad Adenauer. Ahora todo es Berlín, o mejor, todo es imperio de la especulación y de los bancos.

La verdad es que fue duro oír hablar en el circo a Elena Valenciano, candidata socialista española en las próximas elecciones europeas. Justo en el momento en el que el socialismo francés representado por Manuel Valls imponía la congelación de las pensiones y de los sueldos públicos, Valenciano gritaba en París contra la "tiranía de la austeridad" y clamaba en favor de la Europa social. No quiero hablar aquí desde un punto de vista moral, utilizando conceptos como hipocresía, desfachatez, farsa, mentira o desvergüenza. Esa perspectiva la dejo para el socialismo de caviar, fascinado por el dinero y los amigos multimillonarios, que representan hasta la saciedad figuras como la del escandaloso Dominique Strauss-Kahn o como nuestro Felipe González.

Aquí sólo quiero hablar del síntoma político: un mitin y la contradicción de un programa electoral socialdemócrata defendido por los mismos que, en ese mismo momento (no ya un turno después), aplican duras medidas neoliberales. Los austericidas claman contra el austericidio. La lluvia de este síntoma cae sobre un mojado reciente en España. Los socialistas de nuestro Rubalcaba protestan hoy contra lo que ellos mismos hicieron cuando estaban en el Gobierno.

Desde el punto de vista de la izquierda, el proceso de configuración de la Unión Europea ha supuesto un fracaso. El síntoma principal está en el suicidio político de la socialdemocracia. Los partidos tradicionales socialdemócratas se pueden mantener, aunque en condiciones cada vez más adversas. Pero la política socialdemócrata está liquidada. La Europa del bienestar y del Estado garante de los equilibrios económicos fue una alternativa contra los totalitarismos y el neoliberalismo norteamericano. Pero el proceso de los últimos años ha convertido a Europa en un laboratorio para la privatización de la política en favor de los intereses financieros y de la banca alemana. El circo y las acrobacias retóricas de París eran inevitables desde el momento en el que los socialdemócratas aceptaron una Europa sin Estado al servicio de un Banco Central Europeo que no es un Banco Central, sino un arma de especulación en manos de los entramados financieros. La socialdemocracia ha participado en la construcción de una Europa que liquida por necesidad su propia ideología.

Este es el problema actual más importante de la izquierda y de los ciudadanos europeos que asisten al desplome de sus derechos, al deterioro de sus salarios y al aumento de la brecha social entre ricos y pobres. Los ricos son hoy una élite selecta de avaros crueles. Los pobres empiezan a confundirse con una legión de hambrientos.

¿Es posible una alternativa? ¿Se puede defender un sentido común o una Razón de Estado que no se confunda con los intereses de un lobby financiero?

Los asuntos de la socialdemocracia se viven desde distintas perspectivas, pero nos afectan a todos por igual. Hay gente honrada, militantes y votantes que no pertenecen al caviar. Piensan contra toda evidencia que votar a los partidos socialistas tradicionales es todavía una posibilidad para la izquierda. Esos socialistas honrados sitúan sus debates como algo interno. En España se provocan pequeños movimientos bajo el espejismo de un cambio generacional que no llega. En Francia surgen disidencias, diputados que protestan y hacen amagos de ruptura.  Intentan oponerse a un pacto secreto con la derecha, ese mismo pacto que en Alemania se ha impuesto con la lógica descarada de la gran coalición. Es el descaro que sólo puede permitirse una metrópoli favorecida por la explotación de súbditos lejanos. Los intereses del patriotismo colonial se imponen como única ideología.

Hay otra gente, adiestrada por el desencanto y dolorida por las falsas promesas electorales, que prefiere optar por la abstención. Vive ya en la renuncia.

Pero renunciar no es sólo asumir la derrota o aceptar el circo electoral como única realidad posible. Supone también dejar el campo libre para el resurgimiento de identidades políticas totalitarias.  El racismo es una amenaza grave en una Europa que maltrata a los inmigrantes y se llena otra vez de fronteras para expulsar de un lugar a otro a sus propios ciudadanos.

Hay razones serias para apostar por la construcción de una alternativa, una nueva ilusión política, una nueva mayoría democrática que sustituya al cadáver de la socialdemocracia europea. Se trata de la tarea social más importante de la izquierda real.

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