La realidad y el deseo

Inútiles, egoístas y sacados de contexto

Este Gobierno merece ser aislado y puesto en cuarentena con un protocolo de extrema seguridad.

Llevamos 3 días con el asunto del ébola en la primera página de todos los informativos. Es lógica la preocupación. También la muerte pide su tanto por ciento en el vértigo de las novedades. Las hambrunas que acaban con cientos, miles, millones de seres humanos en el mundo son ya una vieja tradición. Carecen de juventud y de impacto mediático. El ébola es sin embargo una cuestión de actualidad, y mucho más si tenemos en cuenta que Madrid, después de grandes esfuerzos, ha logrado alcanzar el primer contagio en Occidente. Otro logro de la marca España.

Sabedor de lo acontecido, del alto significado de la situación, incluso nuestro presidente Rajoy rompió por tres veces su pasmado silencio. Una palabra de Rajoy vale más que mil imágenes en el mercado de la prensa. ¡Es tan raro oírlo!

Después de navegar por titulares, editoriales, artículos, declaraciones, imágenes, entrevistas, concentraciones de protesta y comunicados oficiales, me quedo con tres puñaladas:

1-. España vuelve a ser el ejemplo europeo de la chapuza. No es ya que nuestro Gobierno sea reaccionario, es que se ha convertido en la representación internacional de la inutilidad. La ministra de Sanidad admitió públicamente hace tiempo que no se considera a sí misma una persona despierta. Cuando empezaron a aparecer coches de lujo en su casa, cuando una mano anónima pagó las facturas de sus viajes y de los cumpleaños de sus hijos, no se dio cuenta de nada, no sospechó nada, no hizo nada por enterarse. Con una actitud parecida, ha gestionado el asunto del ébole. Desde la repatriación de los dos españoles infectados hasta su última rueda de prensa, encadenó disparates, errores y negligencias sin darse cuenta de nada. Ha mantenido con el virus la misma relación que con el jaguar de su exmarido.

Camus hizo de La peste un símbolo del miedo y la represión. Ana Mato ha hecho del ébola la mejor metáfora de un país gobernado por la inutilidad, la chapuza, la falta de rigor y la prepotencia. Junto a la sanidad pública, ha desmantelado una parte sustancial de la autoestima de un país desolado.

2-. Como ciudadanos del mundo, es decir, como seres humanos, somos bastante egoístas. Mientras el ébola se mantuvo en las fronteras del África Negra, su valor informativo ocupó un lugar modesto. Los médicos y los misioneros que trabajan en Sierra Leona, Liberia y Guinea Conakry han afirmado que las cifras oficiales de la OMS, 3.879 muertos y 8.033 contagios en este brote, están muy por debajo de la realidad en unas tierras sin ayuda, sin condiciones sanitarias y sin capacidad de respuesta. Europa, que tiene  mucho de Ana Mato, no se enteró de nada. España, se enteró de mucho menos, se creyó incluso por encima del virus, y repatrió a dos enfermos sin pararse a pensar que la Comunidad de Madrid había desmantelado con sus recortes los servicios idóneos para tratar este tipo de enfermedades.

Un negrito del África, desde luego, sigue sin valer lo mismo que uno de nosotros. Un único contagio bastó para imponer el ébola en todos los rincones de la vida cotidiana, las primeras páginas de los periódicos y las discusiones políticas. Ha habido incluso grandes movilizaciones para salvar la vida de un perro. No es que esté mal movilizarse por un perro, pero duele la falta social de movilización en ayuda de los 8.033 contagiados de ébola en África o en solidaridad con los muchos inmigrantes que son tratados en Europa peor que si fueran perros. Como el problema de la emigración y las leyes de extranjería no resulta simpático en los vientos electorales, ha desaparecido de los debates políticos con más glamour.

3.- Estamos sacados de contexto. Cuando un político o una empresaria meten la pata en sus declaraciones, reaccionan enseguida afirmando que sus palabras fueron sacadas de contexto. Tengo la impresión de que son los ciudadanos los que quedan fuera de contexto en la degradación democrática que sufren. Más que la soberanía, en ellos reside la culpa. Las autoridades sanitarias se han precipitado en criminalizar a la víctima y en culpabilizarla de su contagio. La autoridad no se equivoca, la autoridad culpa y sanciona.

Quizá convenga aceptar este diagnóstico para darle la vuelta. Quizá tengamos que arrebatarle a la autoridad el poder de acusación contra nosotros. Quizá deba la ciudadanía asumir sus errores y declararse culpable por votar y soportar a unas autoridades inútiles, chapuceras, insolidarias, enemigas de los servicios públicos y responsables máximas de una política internacional basada en el egoísmo y la despreocupación. La culpa de la ciudadanía es sólo una huella de la culpa máxima de sus gobernantes.

Este Gobierno merece ser aislado y puesto en cuarentena con un protocolo de extrema seguridad.

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