La realidad y el deseo

España puede ponerse de moda (o adiós a la Segunda Restauración)

Parece ser que Valle-Inclán empezó a desconfiar de la suerte de la República en cuanto se enteró de que el Alfonso XIII no iba a pasar por el patíbulo. Hizo un tenebroso comentario de café. La verdad es que a lo largo de la historia moderna los estados se consolidaron y tomaron conciencia de su solidez gracias a la decapitación de un rey. La concepción descendente del poder (o esa idea de "caudillo por la gracias de Dios" que se acuñaba en las monedas de Franco) era desmentida para siempre cuando un tribunal condenaba al monarca por traición a su pueblo y se cumplía la sentencia sin que los cielos se partieran sobre la tierra.

La Cámara de los Comunes  decapitó a Carlos I en la Inglaterra de Cromwell. La Revolución Francesa guillotinó en 1793 a Luis Augusto de Borbón. Fueron pasos importantes en la comprensión de que el poder es ascendente, que el gobierno reside en la soberanía popular.

Los españoles tenemos fama de bárbaros, pero la verdad es que –para bien o para mal- nunca hemos celebrado nuestra soberanía popular con un hecho de sangre contra el rey. La Constitución de 1812 nació de las ideas liberales y del rechazo a la invasión francesa. La Primera República vino por la abdicación de Amadeo I y la Segunda por unas elecciones municipales en las que el pueblo mostró su rechazo a las cacicadas, las corrupciones y las mentiras de la Restauración borbónica (me refiero a la primera restauración borbónica).

Después tuvimos mala suerte y la situación europea tiró por la borda nuestras ilusiones democráticas. Los Cien Mil hijos de San Luis llegaron desde Francia en 1823 para devolverle el absolutismo a Fernando VII y Hitler y Mussolini se apresuraron a socorrer al general Franco cuando fracasó su golpe de Estado contra la República. Aunque case mal con la leyenda negra de España, las épocas peores de barbarie nos han llegado impuestas por las nostalgias del Antiguo Régimen en Francia y por los totaliarismos de Alemania e Italia. Así son las cosas.

El enemigo exterior siempre ha tenido la estrecha colaboración de las élites españolas, dispuestas a vender el país para no perder ninguno de sus privilegios y para sacar un avaricioso beneficio. Eso es lo que ocurrió en la España de Fernando VII y del golpe militar franquista, y eso es lo que acaban de hacer los gobernantes españoles que han colaborado en una construcción europea que situa a nuestro país en situación de vasallaje y colonialismo frente a la especulación alemana.

Pero esta venta última, la del Régimen de la Segunda Restauración borbónica, ha tenido una ventaja: España se ha integrado en Europa, forma ya parte de Europa, aunque sea una parte alicortada. Tan integrados estamos económica y políticamente que un desastre español es también un desastre europeo. No parece imaginable un ejército de voluntarios franceses contra nuestra Constitución o una guerra civil mantenida con dinero alemán e italiano, mientras los ingleses cierran los ojos cínicos y favorecen a un dictador sangriento.

No, los tiempos no están ni para creer en la guillotina (la violencia sólo engendra violencia), ni para creer en las grandes catástrofes. Digo todo esto porque pienso llegado el momento de decirle adiós a la Segunda Restauración a través del filo tajante de las urnas. Que no seamos partidarios de la pena de muerte, no significa que debamos desconocer la oportunidad de algunas soluciones rotundas en el coraje democrático.

¿De dónde sale tanto oro?, se preguntaban los franceses ante la corte de Luis XVI. De nuestro sudor y nuestra sangre, se respondieron. ¿De dónde salen la especulación, la corrupción, la deuda pública, la pérdida de derechos, el deterioro de la sanidad y la educación, el naufragio del poder adquisitivo, la degradación de los derechos laborales, los desahucios, los altos beneficios de la banca y los fraudes fiscales de las élites?  De nuestro empobrecimiento y nuestra explotación.

Aunque ya no es tiempo de guillotinas, sí nos quedan las urnas para recuperar el orgullo como sociedad. Ante la pesadumbre de la realidad, muchos de los miedos que se extienten y los análisis que se hacen suenan a triste servidumbre voluntaria. El voto masivo contra los culpables de nuestra degradación puede suponer esa ruptura democrática y esa consolidación feliz del Estado que nunca hemos tenido en nuestra historia. Y tal y como está Europa, una ruptura política hecha en España con seriedad tajante no supondría ninguna invitación a la catástrofes. Más bien, recuperaríamos el respeto que nos han perdido. España se pondría de moda.

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