La realidad y el deseo

El compromiso con la verdad

Anna Politkóvskaya, la periodista asesinada por su denuncia de las corrupciones políticas dominantes en Rusia, no tenía buena opinión del trabajo de sus compañeros. En un cuestionario para el proyecto Territorio de Glásnost, contestó con desánimo sobre la independencia de la prensa: "La libertad de expresión está en las últimas. Sólo confío en la información al 100% si la he conseguido yo misma".

Se trató de una respuesta extrema, pero  no de una rareza. Más allá de sus condiciones concretas, la sospecha de Politkóvskaya era un síntoma. La mala opinión sobre el periodismo se ha convertido en parte fundamental del descrédito de las ilusiones  cívicas. Si los intelectuales viven horas muy bajas en la consideración pública, es porque sus referentes de mayor repercusión social en la actualidad (científicos, periodistas y economistas) se ven obligados a cumplir su oficio en ámbitos poco inocentes, sometidos a los intereses del poder. La mala imagen del periodismo compite hoy con la de los científicos que humillan su saber  a los códigos del dinero. Creer en la objetividad de una información es tan difícil como
aceptar la filantropía en la industria farmacéutica.

La editorial Debate ha publicado  una antología de los mejores artículos  de Politkóvskaya bajo el título Sólo la verdad (2011). En medio del deterioro de su país, la periodista necesitaba utilizar con mucha frecuencia palabras como mentira, asesino, ladrón, repugnante o idiota. ¿Estaba insultando o calificando? Me lo pregunto porque acabo de leer un libro de Juan Cruz titulado Contra el insulto (Turpial, 2012) en el que se analiza el uso de los tonos crispados en la política española. A la hora de distinguir entre insulto o calificación, la única medida posible es la relación de las palabras con la verdad.Creo que, como valor periodístico y literario, el compromiso con la verdad es más necesario hoy que las convenciones y las formas temerosas o adocenadas.

El excelente libro de Juan Cruz debería haberse llamado Contra la calumnia. A través de las reflexiones del autor y del testimonio de los personajes entrevistados, tomamos conciencia del daño que producen las campañas de intoxicación orquestadas por la prensa al servicio de los poderes políticos y económicos. Daños personales, por  supuesto, pero también daños irreparables para el crédito del oficio. Todas las cosas que merecen respeto nos exigen un pacto personal de derechos y deberes. Leyendo Contra el insulto, he subrayado un derecho: la celebración pública de las conversaciones necesarias. Y un deber: conversar significa poder hablar, pero también saber escuchar.

Luis Montes, el médico de Leganés, fue acusado de asesinato por su atención profesional y escrupulosa a la muerte digna y los cuidados paliativos. No se habló de otro asunto durante cinco meses. El propio  doctor Montes explica las razones del escándalo: "En esos tiempos conviene una campaña así contra la sanidad pública. Esperanza Aguirre hace el programa de los ocho nuevos hospitales, uno de ellos privado, y los otros por gestión de construcción de terrenos, de concesión a empresas privadas... De eso la población madrileña no discutió nada". El periodismo degradado no sólo daña a un individuo, sino que le roba a toda una población el derecho a elegir sus discusiones.

Y a la hora de defender la democracia participativa, es bueno recordar también que en una conversación se participa tanto al hablar como al escuchar. Es un tema importante que aparece en la entrevista con Emilio Lledó e Iñaki Gabilondo. Muchos de los comentarios que circulan por internet demuestran una excesiva necesidad de hablar (insultar, calumniar, vociferar) y poca de escuchar o ser escuchado. El tono de algunos comentarios demuestra que los emisores no aspiran a ser entendidos o creídos. Les basta con vomitar. La dinámica de degradación pretende definir el espacio de la opinión pública como el lugar del vómito.

Un capítulo estremecedor del libro de Anna Politkóvskaya se titula "¿Deberíamos sacrificar vidas al periodismo?". Su valentía cívica fue la mejor respuesta. Una información libre y rigurosa es el corazón público de la democracia. Ninguna sociedad debería permitirse el lujo macabro de quedarse sin sus latidos.

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