La realidad y el deseo

El narcisismo como enfermedad política

Los errores propios se suelen pagar en política de un modo más cruel que los aciertos del enemigo. El narcisismo es una fuente de errores, porque impide la madurez en la decisión y suele actuar con un procedimiento envenenado: convierte nuestras virtudes en defectos. El tiempo pasa, pasa también la historia y tardamos en descubrir o asumir el error. La reflexión política se mezcla con los sentimientos y la intimidad ideológica.

El error fundamental de la izquierda española para definir una postura en la Transición del franquismo a la democracia fue no haber facilitado antes que nada una renovación clara en la dirección del Partido Comunista. Recuerdo el orgullo con el que fui a votar en las primeras elecciones una opción encabezada por Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri, Ignacio Gallego y Rafael Alberti, mi maestro. Tardé años en aceptar que fue un verdadero disparate que el Partido se presentase en los años setenta a unas elecciones con nombres que venían de la República, la Guerra Civil y el exilio, sin contacto ninguno durante décadas con la realidad española. Y el disparate fue doble. No sólo se volcaba la responsabilidad en gente del pasado cuando el país quería comenzar una nueva ilusión, sino que se desperdiciaba la oportunidad de contar con una parte decisiva de los mejores jóvenes y profesionales de entonces, muy cercanos al Partido.

¿Falta de generosidad de los mayores? ¿Falta de ambición de los jóvenes? No, fue una reacción narcisista que convirtió nuestras virtudes en defectos. Teníamos motivos para estar orgullosos de la historia, para homenajear la labor de nuestros mayores en los años más duros de lucha contra el dictador, y nos sentíamos, además, parte de un relato digno, más importante que la mercadería electoralista y las tácticas de la política entendida como farsa. El narcisismo nos impidió descubrir que detrás de ese orgullo se agazapaba el error. Se perdía la conexión con la realidad del país y, sobre todo, se daba la responsabilidad de negociar la Transición a gente que tenía en la cabeza la España de 1936 y no el verdadero país que Franco había dejado a su muerte. Muchas de las decisiones que se tomaron sobre la monarquía, el olvido de los crímenes y la herencia del caudillo respondían a la mentalidad de unos grandes personajes que todavía pensaban en la dicotomía de la guerra y la paz, los militares y la libertad, y no en las posibilidades de una democracia social y republicana en 1978, en el contexto europeo del capitalismo avanzado.

La falta de madurez de la izquierda española impidió que el Partido de los jóvenes, el Partido del interior, dirigiese la historia hacia otro rumbo.

Detecto también rasgos de narcisismo en las discusiones políticas de la izquierda motivadas por la crisis económica actual, el deterioro de la democracia y la aparición de nuevas formas de rebeldía en movimientos como el 15-M. Hay muchas virtudes en el 15-M. La denuncia de la política institucional que se separa de la calle, la crítica a las cúpulas de unos partidos acostumbrados a confundir el bien del país con el interés de los poderes financieros y la superación de la dialéctica bipartidista, tan ruidosa como superficial, abren perspectivas muy importantes. De mucho valor son también las exigencias de una democracia real, participativa, transparente, más horizontal que vertical. Pero todas estas virtudes pueden convertirse en defectos si sólo sirven para dar pie a un descrédito generalizado de la política y de las instituciones democráticas al grito de "todos son iguales".

La rebeldía se disuelve si no encuentra un cauce para intervenir en las leyes. En las últimas manifestaciones, junto a los policías disfrazados, ha pretendido infiltrarse también un pensamiento reaccionario peligroso. Las alarmas se encienden, por ejemplo, cuando alguien deja sin sueldo a los diputados y vende la medida como una reforma democrática de austeridad y purificación. ¿Quiénes nos van a legislar? ¿Las familias adineradas? ¿Los tecnócratas?

Corremos el peligro de que el narcisismo provoque un error político parecido al de la Transición, pero en un sentido contrario: existe el riesgo de creer que estamos inventando el Mediterráneo, de olvidar que hay mucho debates que vienen de lejos y han dado muy malos resultados, de despreciar todo lo anterior, todo lo que no surja de una asamblea popular en una plaza, y de renunciar a un cauce político organizado capaz de llevar la rebeldía a las instituciones. Ese tipo de actitudes, incluso cuando se ponen en marcha con una intención cívica, son una coartada jugosísima para los poderes financieros y los especuladores que están asaltando los recintos de la democracia. Ellos son el enemigo, la política no. Hace falta crear una opción política a la que apoyar con nuestros votos de forma masiva. La confianza, darla y merecerla, es hoy una tarea de primera necesidad.

En tiempos difíciles, la falta de madurez hace del narcisismo una enfermedad ideológica muy contagiosa.

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