La realidad y el deseo

La libertad como alarma social

La palabra ensañamiento suele aparecer en los procesos judiciales como un agravante a la hora de juzgar el delito. Se trata de penar las actuaciones que aumentan de forma inhumana y deliberada el sufrimiento de la víctima, causándole padecimientos innecesarios durante la comisión del delito. El proceso de degradación democrática de la autoridad es tan grave en España que la palabra ensañamiento se ha desplazado de los castigados a los presuntos vigilantes de la ley. El joven Alfon, preso desde la jornada de huelga general del 14 de noviembre, está siendo tratado en la cárcel con ensañamiento.

Su situación es desmedida y difícil. Su régimen penitenciario, duro como si se tratase de un asesino en serie o un terrorista internacional, tiene que ver menos con su responsabilidad personal que con su significación social. No puede recibir cartas, no puedo comunicarse de manera libre con su familia, se refuerza su vigilancia en el patio, se le controlan las lecturas... ¿Pero qué ha hecho? La pregunta no es qué ha hecho, o mejor, qué iba a hacer, sino qué significa.

Lo que este Gobierno llama alarma social no es más que la alarma que le produce a él mismo la protesta de los ciudadanos. La verdadera alarma social que recorre las calles hay que buscarla en el proceso de empobrecimiento que sufre la población española y en una política impudorosa al servicio de la banca avara y las estrategias financieras insaciables. La población protesta, el Gobierno servil se incomoda. Empezó por convertir el debate social en un problema de orden público y ahora lo lleva hasta zonas legales propias del terrorismo internacional.  Las responsabilidades de Alfon, que están por probar y por hacerse públicas, no justifican la dureza de su régimen carcelario.

No se trata de prevenir o de reinsertar –vieja quimera de la justicia democrática-, sino de ensañarse. La libertad es para la derecha reaccionaria un valor individual. Pensar en soledad, comprar y vender de forma privada, salir a la calle como paseantes aislados, son actividades relacionadas con su idea de libertad. La dimensión social de la libertad, fundamental en la historia moderna como marco de convivencia y de desarrollo de derechos cívicos, queda fuera de la mentalidad neoliberal impuesta por los salteadores de la sanidad, la educación, la cultura y las pensiones de España. Se respeta el terrorismo financiero organizado, pero no la lucha colectiva en defensa de un país.

Por eso se están abriendo debates sobre la necesidad de modular el derecho de manifestación o de limitar el derecho de huelga. Por eso se está pensando en la forma de perseguir legalmente a las organizaciones colectivas no adictas al Régimen. Y por eso asistimos a castigos ejemplares como el del Alfon.

Molestan no sólo sus participaciones en luchas colectivas, sino también los movimientos de solidaridad que ha levantado desde que está en la cárcel. Furiosos por los miles de cartas que recibe y por los apoyos públicos que despierta, los carceleros emplean la mano dura para escenificar su modo de entender la justicia. Estamos regresando a las cavernas éticas de la dictadura. Vamos a tener que hacer cola en la puerta de las cárceles para llevar comida y tabaco a una parte muy decente de la sociedad, mientras el verdadero peligro se sienta en los despachos del poder.

¿Qué secuelas le quedarán a Alfon? Dentro de nada, a los profesores se nos va a volver a pedir que dejemos de preocuparnos por el futuro personal y social de nuestros estudiantes. Me estremece la falta de preocupación que demuestra la autoridad por el futuro de este joven. Y confieso que escribo con mala conciencia este artículo. Tal vez fuese mejor guardar silencio. Y no porque me den miedo los posibles delitos de un piquete huelguista, sino porque Alfon está en la cárcel -él es el que está dentro-, y hasta ahora la solidaridad sólo ha servido para provocar el ensañamiento de los carceleros.

Utilizo un lenguaje propio de la España franquista. Luchas obreras y estudiantiles. Soy consciente, pero así estamos, así están las cosas, señoras y señores.

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