La realidad y el deseo

Los protagonistas de la pesadilla

El pensamiento democrático y social necesita intervenir ante la injusticia. Renunciar a una toma de postura supone tanto como olvidarse de su voluntad: participar en la construcción de un mundo equilibrado, decente y libre. No basta con detectar el mal. Es inevitable también el deseo de actuación, la toma de medidas inmediatas para defender a las víctimas y convertir lo justo en realidad legal y la injusticia en castigo para el responsable. La parálisis representa una cancelación del pensamiento democrático. Vivir sin ley es aceptar el imperio de los poderes ilegítimos.

Pero el pensamiento democrático necesita actuar con una orientación ética en los conflictos tanto por lo que se refiere a los valores defendidos como por lo que afecta a los procedimientos. Esto no significa que la realidad sea transparente o que las decisiones puedan valorarse de forma tajante entre el bien y el mal, sin tener en cuenta los matices y las contradicciones. Casi nunca han existido las historias de los buenos y los malos, pero casi siempre han existido enfrentamientos entre víctimas y verdugos. La decisión correcta para un pensamiento democrático implica el deseo de ponerse de parte de las víctimas, detener los abusos y facilitar un mundo más justo. En este sentido siempre ha resultado importante saber con quién ir en un conflicto.

Como español, a cuestas con la historia de nuestra guerra civil, estoy acostumbrado a definirme ante los matices y la parálisis de la equidistancia. Nunca he pretendido negar que en los dos bandos se cometieran injusticias. Una guerra es el caldo de cultivo de la injusticia misma. Pero tampoco he estado dispuesto a aceptar las equidistancias. No puede confundirse una España republicana, legal y de proyectos justos con un bando de golpistas decididos a imponer la injusticia a través del crimen sistemático. Siempre he sabido con quién ir.

La grave de la situación actual del mundo árabe es que muchos ciudadanos, que no podemos limitarnos a ser observadores distantes ante el horror, estamos obligados a tomar decisiones íntimas sin saber con quién ir. Si miramos hacia Egipto, vemos el enfrentamiento entre unos militares golpistas y uno proceso cada vez más radical de fundamentalismo islámico. Aquí resultan complicados los matices. Los dos bandos son indeseables. Los militares egipcios forman uno de los ejércitos más corruptos y represivos del mundo y los Hermanos Musulmanes han traicionado gran parte del espíritu de la primavera árabe al olvidarse en el gobierno de las reformas sociales y al aprovechar una mayoría electoral limitada para islamizar la política del país. El diálogo entre culturas no puede pedirle al pensamiento democrático que renuncie a valores fundamentales como la igualdad entre hombres y mujeres o la defensa de la libertad de conciencia en un Estado laico.

Lo mismo ocurre en Siria. Un régimen basado en el terror más sanguinario se defiende de una oposición antidemocrática y fundamentalista. ¿Qué hacer en estos tiempos de guerra? Creo que pensar en nuestro comportamiento durante los años de paz.

No quiero escurrir el bulto. Aunque esté conmovido por la matanza y por la larga historia de los Asad, no soy partidario de una intervención militar hipócrita. Ni confío en la solución bélica de los conflictos, ni me parece que la actuación norteamericana pretenda acabar con Bachar el Asad y con su maquinaria de muerte. No detendrá la masacre. Sólo servirá para recordarle al aliado Bachar el Asad que sus crímenes serán respetados mientras no le lleve la contraria al presidente de los EE.UU. Se castigará que haya violado la línea roja de las armas químicas impuesta por Obama, pero no que haya matado, torturado y reprimido a su población durante años. Eso está permitido para los aliados. Por eso se intenta al mismo tiempo castigar y asegurar su permanencia.

¿Qué se ha hecho en los tiempos de paz? ¿Es aceptable considerar aliados a los tiranos de Egipto, Siria o Arabia Saudí? ¿Por qué se ha favorecido el surgimiento de un huracán fundamentalista? ¿Qué tipo de legalidad internacional nos gobierna? ¿Por qué un país o una organización militar puede tomar decisiones al margen de la ONU? ¿Por qué esta ONU no sirve para nada? ¿No supone  este una forma de cancelación?

Son muchas preguntas. Me las hago porque creo que la voluntad de actuación del pensamiento democrático necesita encaminarse a buscar sus respuestas en los tiempos de paz. El debate no se limita a la intervención en Siria. Afecta a una situación más profunda, a una realidad fabricada con la lógica de las pesadillas sin salida. Nos conmovemos ante el sufrimiento humano, pero no tenemos con quién ir. Hemos colocado a la política internacional en una situación trágica, no sólo porque haya dolor, sino porque así no hay soluciones.

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