La realidad y el deseo

Violencia contra la cultura

El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, mueve los labios y las manos al hablar como una ardilla venenosa. Devora de mala manera lo que cae en su poder y llena el bosque de suciedad. La cultura ha sido víctima en 2013 de sus dientes y de su agilidad ridícula para el mal.

El Gobierno del Partido Popular se ha caracterizado en los dos últimos años por la violencia legislativa. Sin buscar ningún tipo de consenso, ha impuesto medidas de forma tajante, con los ojos cerrados y los oídos sordos ante la sociedad española. En ningún momento ha dado muestra de comprender que su mayoría parlamentaria sólo representa a un tercio del censo electoral.

Este modo de actuar supone una degradación democrática que se encarna en tres constantes: la inyección de una carga ideológica reaccionaria en las instituciones del Estado, el favor económico para los lobbies amigos y la persecución de los sectores que no se consideran adictos al Régimen.

Por eso me parece muy significativa una imagen: la ardilla venenosa llama a los responsables de la Agencia Tributaria para que investiguen a la actriz Maribel Verdú después de oír sus críticas a la política del Gobierno durante la gala de los Premios Goya. Luego se subirá a la tribuna del Parlamento para amenazar y manchar la reputación de los actores, como hizo más tarde con los medios de comunicación.

La subida vertiginosa del IVA hasta un 21 % para los productos culturales es en primer lugar un castigo. El mundo de la cultura protagonizó el No a la guerra en los meses finales del gobierno de José María Aznar. La derecha española prefirió no hacer autocrítica por su intervención en la salvaje destrucción de Irak y por el escándalo de la manipulación informativa de los atentados de Atocha. Decidió culpabilizar de su derrota a los actores y al mundo de la cultura en general. Empezó de inmediato una campaña de descrédito, extendiendo calumnias sobre las subvenciones, los estómagos agradecidos y el pesebre de la izquierda. En España se invierte dinero público en sostener a los partidos políticos, a los medios de comunicación, a los bancos, a la agricultura, a los empresarios, a la industria del automóvil, a la Iglesia Católica...

Pero, de pronto, los actores estaban contra la guerra sólo porque recibían subvenciones de los socialistas. El pensamiento reaccionario buscó conscientemente la comparsa radical que suele allanar su trabajo siempre que pretende acabar con un enemigo. Las multinacionales de la telefonía aprovecharon la situación para evitar una ley decente que asegurase los derechos de autor y evitase la piratería. Y cuando el PP volvió al gobierno se pasó de la calumnia a los hechos con una persecución económica implacable. Algo muy parecido buscaron también las calumnias sobre la profesionalidad de los maestros y los médicos para acabar con la educación y la sanidad pública.

Ni Ignacio Wert, entretenido en desmantelar la educación democrática, ni José María Lassalle, Secretario de Estado, han sido los verdaderos responsables culturales del Gobierno. Este papel lo ocupó desde el primer momento el ministro de Hacienda, la ardilla venenosa, que no sólo quiso ahogar las cuentas del cine y al teatro, sino que se permitió opinar de manera despectiva sobre la calidad de las películas españolas. Las consecuencias de su estrategia fueron inmediatas: el cierre de empresas tan significativas como Alta Films, la pérdida de miles de puestos de trabajo, la explotación económica de los ciudadanos que compran una entrada, la explotación moral de los que no pueden comprarla y la agresión a la cultura como seña de identidad de la comunidad.

El sector del libro, con la falta de inversión en bibliotecas y en ayudas editoriales, ofrece también un panorama desolador. Los recortes en cultura han sido tan graves como los de la sanidad y la educación. Si se tiene en cuenta, además, que Rodríguez Zapatero había acabado poco antes con la Obra Social de las Cajas de Ahorros, para servir en bandeja el negocio completo del dinero a los bancos, se comprenderá hasta qué punto es agónica la situación de la economía cultural española.

Es verdad que podemos mirar la cultura desde otra perspectiva: la creación. En 2013 se han publicado novelas, libros de poesía y ensayo de gran calidad. También se han estrenado obras de teatro y película de mucho interés. La pintura y la música dan muestras de energía. Pero ¡atención!, resulta peligroso consolarnos con el talento o la responsabilidad individual de los creadores. Hay otra imagen que me parece muy significativa para fijar el panorama del 2013: las colas ante Belén Esteban. El éxito de ventas de la princesa del pueblo es el índice de calidad cultural que espera Cristóbal Montoro.

Y es que la agresión a la cultura guarda también, junto al castigo, una apuesta a largo plazo. Se trata de sustituir el pensamiento crítico, el conocimiento, la imaginación moral y la educación por el entretenimiento zafio, la telebasura y las nuevas forma de analfabetismo. La conversión de la ciudadanía en bellotas es el sueño de todas las ardillas de la política venenosa.

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