La realidad y el deseo

Los sindicatos hacen Estado

La realidad es un ámbito flexible, pero terco. Los que necesitan mentir para imponer sus leyes pueden permitirse el lujo de negar la realidad. Pero los que pretenden ofrecer respuestas a las exigencias de la vida, por muy soñadores que sean, conviene que piensen con los pies en la tierra. El movimiento sindical español, en una situación social, política y económica muy difícil, está dando un ejemplo de realidad. Es el único ámbito institucional significativo que se empeña todavía en hacer Estado, soportando con prudencia y firmeza un momento muy difícil.

Cuando los poderes económicos han querido utilizar la crisis de manera irresponsable para conseguir interesados desgastes políticos, los sindicatos han puesto los pies en la tierra y han pedido diálogo y acuerdos sociales. Cuando la derecha ha pretendido utilizar las aguas revueltas en beneficio de su propia pesca, agudizando sin lealtad ninguna las dificultades del sistema productivo del país, los sindicatos se han negado a convocar una huelga general y han pedido de manera responsable que no se quiera salir de la crisis recortando los derechos de los trabajadores.

Los sindicatos soportan campañas de desprestigio muy fuertes. Pero conviene que las utopías de la izquierda teórica y pura no caigan en la trampa de los neoliberales que procuran negar la realidad en busca de sus propios intereses, porque los pies en la tierra de los sindicatos, preocupados por cosas tan cotidianas como una salario, un despido, una pensión o una edad de jubilación suponen un referente imprescindible a la hora de repensar la política y las ilusiones cívicas en el momento actual.
¿Por qué son tan molestos los sindicatos? En primer lugar, porque el Estado del bienestar confió la desmovilización política de los ciudadanos a las comodidades y las ofertas de la sociedad de consumo.

Cuando los nuevos códigos de las especulaciones financieras han herido de muerte los amparos del bienestar, la desmovilización sólo puede sostenerse en la división de los trabajadores, su inseguridad económica y su miedo a perder un puesto de trabajo. Resulta molesta una movilización sindical que agrupa a los damnificados y procura mantener las seguridades sociales ante la ley salvaje del más fuerte.

Pero es que, además, los sindicatos llevan las discusiones teóricas sobre la libertad del mercado al espacio concreto de las empresas, un lugar en el que ya no importa sólo la fluidez del dinero, sino el rostro humano de la gente. Los trabajadores forman parte de una empresa, y recordar eso significa que un sistema productivo no es aceptable si se basa en la degradación permanente de las condiciones laborales de los ciudadanos.

El reino abstracto del dinero se materializa así en paisajes concretos: cuentas de beneficios, sueldos elevados de los ejecutivos y la realidad de una población que pierde poder adquisitivo, teme quedarse sin empleo y ve cómo se pone en peligro su sanidad y su educación pública.

Los sindicatos son molestos porque el debate sobre la crisis, de forma interesada, ha cambiado de perspectiva. Si en un primer momento se analizaron las causas (la desregulación y el desplazamiento de la economía productiva por la economía especulativa), ahora sólo interesa el camino que debe elegirse para salir del paso. Y hay muchos intereses neoliberales que pretenden utilizar el desconcierto social para perpetuar y acentuar los valores que están en el origen del naufragio.
Los que creemos que esta crisis no es sólo económica, sino sobre todo de valores políticos y sociales, vemos en los sindicatos el único ámbito social que pretende todavía consolidar un Estado. Hay que salir de la crisis haciendo Estado, no agravando las consecuencias de su desmantelamiento.

Necesitamos incluso que esta labor de hacer Estado se internacionalice, empezando por Europa, para que la realidad globalizada de la economía conviva con unos espacios públicos sólidos que amparen a los ciudadanos y permitan la renovación y la vigencia del verdadero deseo político en una democracia real.

El crédito o el descrédito de los sindicatos es hoy la línea roja que separa la sociedad democrática de la farsa neoliberal. Cuidémoslos, sean cuales sean sus logros inmediatos. Conviene mirar a los ojos y escuchar cuando hablan a Ignacio Fernández Toxo y a Cándido Méndez.

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