El ojo y la lupa

El novelista de las clases altas

La muerte de Louis Auchincloss, hace un año, a los 92, pasó desapercibida en España excepto para el pequeño club de admiradores a los que había sorprendido dos años antes con ‘La educación de Óscar Fairfax (Libros del Asteroide). Tampoco en EE UU es reconocido como uno de los grandes prosistas del siglo XX. No es justo. Tal vez se deba a un planteamiento literario aparentemente modesto, que huye de los destellos y cultiva un estilo sencillo y preciso, pero tan penetrante a veces como los de Edith Warton o Henry James. Con ambos comparte el objeto de estudio, la alta sociedad del Este, y no sale malparado frente a ellos en cuanto al resultado de ese ‘análisis anatómico’.

Auchincloss, autor de más de 60 novelas, abogado de éxito y miembro de la clase social que disecciona, se mueve como pez en el agua cuando describe qué mueve y cómo actúan los más selectos WASPs (blancos anglosajones protestantes) en el colegio, la universidad, las grandes empresas y bufetes, los clubes privados, las fiestas y la familia. Su mirada es benevolente, no desprende ninguna agresividad, pero si ironía y acidez y censura, lo que explica que en ese entorno de la ‘alta sociedad’ se le considere a veces un traidor a su clase.

En sus obras se oye el "campanilleo de las cucharillas de plata contra las tazas de té", y la actitud hacia ‘los suyos’ llega a rayar con el menosprecio. Por lo único que muestra auténtica admiración es por el talento. Para él, la mejor justificación social de la aristocracia del poder y del dinero es que ambos se pongan al servicio de los más dotados. Esa es la línea que permea muchos de sus libros, sobre todo ‘Fairfax’.

Asteroide rescata ahora ‘El rector de Justin’, ojalá que con más fortuna que la edición de Grijalbo de 1972, que pasó desapercibida. Auchincloss retrata aquí un colegio exclusivo de clase alta, protestante y riguroso (no muy diferente del de Groton, al que él asistió). El objetivo del centro es forjar el carácter de los alumnos, tanto o más que prepararles para que, previo paso por Yale o Harvard, puedan copar los puestos de privilegio en la sociedad norteamericana.

Las luces en el retrato de su protagonista, el rector Francis Prescott, emergen de las páginas hagiográficas de un improvisado biógrafo. Las sombras, más intensas, más convincentes, surgen del relato de momentos claves de su gestión por parte de quienes fueron víctimas o testigos cercanos. El resultado es desolador, y muestra a donde pueden llegar la prepotencia, la soberbia, una obsesión por la justicia que no deja lugar para la clemencia y el ansia por dejar a la posteridad una huella gloriosa.

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