El ojo y la lupa

Predicador Le Carré

Acabada la Guerra Fría, y contra todo pronóstico, John le Carré no pasó a situación de retiro, sino que se recicló hasta convertirse en un activista implacable contra los abusos de gobiernos y grandes corporaciones que controlan el mundo a costa del bienestar, la salud y la vida de los más desfavorecidos.

Con su lealtad a las personas más que a las ideas, el desencantado Smiley era una anomalía en el Circus, trasunto del MI-6 briránico, cuando se las tenía que ver con Karla, su contrapunto en el KGB soviético. Con el Muro de Berlín convertido en escombros, Le Carré profundizó en su actitud ética hasta convertirse en un predicador que clama en el desierto con perseverancia, aunque sin éxito.

Así, en ‘El jardinero fiel’, arremetía contra las multinacionales farmacéuticas que utilizan cobayas humanas en países subdesarrollados. En ‘La canción de los misioneros’, denunciaba la connivencia británica con la dictadura local para expoliar las riquezas minerales del Congo, dejando en el camino un reguero de sangre. En ‘El hombre más buscado’, Günther Bachmann, el más ‘smileyano’ de sus personajes recientes, era traicionado en su peculiar (por moral) forma de combatir el extremismo islamista, tanto por el espionaje británico, como por el alemán y los ‘primos’ de la CIA.

Las víctimas, convertidas en prototipos, son los verdaderos protagonistas de las últimas novelas de Le Carré, y ‘Un traidor como los nuestros’ (Plaza y Janés, como las otras citadas) no es una excepción. En el punto de mira coloca esta vez el entramado de complicidades entre mafiosos, bancos y políticos que hace posible el ‘lavado’ del dinero del crimen organizado (centenares de miles de millones de euros) y su encaje en la economía legal. Es más que ficción: el jefe de la Oficina sobre Drogas y Crimen de la ONU aseguraba hace un año que los beneficios del narcotráfico habían sido clave para mantener a flote el sistema financiero internacional.

En ‘Un traidor como los nuestros’, abundan los ingenuos o idealistas: el mafioso ruso que quiere canjear información por la seguridad de los suyos; la pareja inglesa que, cargada de buenas intenciones, actúa de intermediaria; y los espías británicos que esperan que los responsables de tanta tropelía paguen por sus crímenes, por elevada que sea su posición. ¿Hace falta explicar que todos quedan defraudados, alguno muerto y que los ‘malos’ quedan impunes? Como en la vida real.

El propio Le Carré no es un ingenuo, sabe que su denuncia es vana, pero la pluma es su arma de guerra, y la pone al servicio de la utopía. Al borde de los 80, es ya tarde para que cambie.

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