El ojo y la lupa

Vidas paralelas

Plutarco no le haría ascos a emparejar a Roger Casement, protagonista del último libro de Mario Vargas Llosa (‘El sueño del celta’, Alfaguara), con Julian Assange, el editor de Wikileaks. Casement puso al desnudo el colonialismo brutal y asesino ejercido en el Congo por los sicarios de Leopoldo, rey de los belgas. Luego investigó y denunció los excesos contra los indígenas de la Amazonia peruana, también a causa de la explotación extensiva del caucho. Assange, por su parte, es el máximo responsable de una operación sin precedentes de desenmascaramiento de las miserias de la guerra, los usos, abusos, cinismo y prepotencia de la diplomacia norteamericana, y la actitud miserable de políticos serviles y sumisos ante el imperio. Chapeau para ambos.

En ‘El sueño del celta’, rescata para el gran público, con el aliento literario obligado en un Nobel, aquellos dos acontecimientos y un tercero: la fracasada insurrección nacionalista irlandesa de 1916. Con todo ello Casement se ganó una legión de enemigos, desde los perjudicados por sus informes sobre el Congo y Perú hasta el gobierno de Su Majestad británica, en cuyo servicio exterior trabajó durante décadas y que le condecoró y nombró caballero. Su conversión al nacionalismo revolucionario irlandés, sus tratos con los alemanes en plena I Guerra Mundial y su apoyo a la revuelta independentista le tornaron de héroe en traidor a ojos de la Corona. Terminó con una soga al cuello y un verdugo que le susurraba al oído: "Si contiene la respiración, será más rápido, sir".

Casement vio al final de su vida cómo se difundían unos escandalosos diarios en los que relataba experiencias homosexuales con menores que Vargas Llosa atribuye en parte (sólo en parte) a fantasías eróticas. Eso le marcó con el estigma de degenerado incluso a ojos de muchos de sus correligionarios irlandeses. En cuanto al perseguido editor de Wikileaks es perseguido por la justicia sueca en relación con un caso de "violación, abusos sexuales y coacción" repleto de ambigüedades y casi imposible de sustanciar. No se trata de justificar lo injustificable. Si es culpable, merece pudrirse en la cárcel, pero si hay un caso en el que la presunción de inocencia debería ser sagrada es éste, dada la relevancia de la labor de Assange. Tiene demasiados enemigos que querrían verle muerto o entre rejas.

En cualquier caso, nada debería desviar la atención de las revelaciones de Wikileaks, y sería lamentable que le ocurriese a Assange lo que a Casement, perseguido por sus ‘vicios privados’ hasta después de muerto: ejecutado en 1916, no fue totalmente rehabilitado hasta 1965. Ni siquiera en Irlanda.

Más Noticias