El ojo y la lupa

El mejor amigo del perro

Para entender mejor la relación de J. R. Ackerley (1896-1967) con su mascota, que reflejó con todo detalle en ‘Mi perra Tulip’, publicada en 1956 y rescatada ahora por Anagrama, es casi imprescindible recurrir a otra obra del mismo autor, ‘Mi padre’, cuya primera edición inglesa es de 1968 y que también Anagrama, que ya la había publicado en 1991, rescata ahora del olvido en su imprescindible colección ‘Otra vuelta de tuerca’.

Más incluso que de la compleja relación con su progenitor, Ackerley trata en ‘Mi padre’, una obra maestra de la autobiografía, de sus propios fantasmas personales, de sus experiencias en la Primera Guerra Mundial (donde vio morir a su hermano en tierra de nadie sin poder o atreverse a rescatarle), y de su atormentada aunque asumida condición homosexual, que le llevó a tener centenares de amantes ocasionales sin hallar en ninguno de ellos algo parecido a lo que anhelaba: el Amigo Ideal.

No lo tenía fácil, tanto por motivos psicológico-funcionales (una incontrolable eyaculación precoz) como por el hecho de que su recurso habitual para encontrar compañeros de cama era la ronda vespertina o nocturna por los lugares de Londres por los que pululaban obreros y miembros de la Guardia Real, normalmente heterosexuales, siempre cortos de dinero y dispuestos a aceptar una libra por pasar a mayores. Con alguno de ellos logró consolidar relaciones más o menos estables, pero nunca muy duraderas. Era difícil, ya que solían basarse en la desigualdad, empezando por la de clase, porque Ackerley nunca dejó de considerarse un intelectual burgués superior a cualquier miembro de la clase trabajadora. Si, con estos condicionantes, ‘Mi padre’ resulta aún un libro excepcional es porque su autor se desnuda con crudeza, sin intentar siquiera despertar la simpatía del lector, sea cual sea su condición sexual.

La relación más estable y armónica de su vida la mantuvo con una perra alsaciana de nombre Tulip, y en el libro que le dedica recoge con todo detalle cómo se forjó ese amor incondicional y cómo intentó satisfacer sus necesidades, sin excluir las sexuales y reproductivas. Los límites que Ackerley se impuso se precisan en la página 244 de ‘Mi padre’: "Lo más que llegué a hacer por ella fue apretar con la mano su vulva caliente e hinchada que siempre me ofrecía en esas ocasiones y llenarme la palma de la mano de sus líquidos". Todo sea por el Amigo Ideal, que sublimó su obsesión por el sexo desde el momento (a los 50 años) en que tomó posesión de su corazón y su casa. "Los quince años que vivió conmigo", reconoce Ackerley, "fueron los más felices de mi vida".

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