El ojo y la lupa

Antes, durante y después de Hiroshima

Aunque las autoridades japonesas (y no digamos las norteamericanas) desincentivaron durante años la ‘literatura de la hecatombe’ sobre las bombas de Hiroshima y Nagasaki, era inevitable que ésta diera lugar a un ‘corpus’ abundante y estremecedor, producido tanto por supervivientes del horror como por quienes recogieron testimonios de primera mano. Impedimenta publica ahora por vez primera en castellano una de esas obras imprescindibles cuya difusión se vio dificultada en su época por la censura. Su título: ‘Flores de verano’.

El autor, Tamiki Hara, se hallaba en Hiroshima a las 8.15 horas del 6 de agosto de 1945, cuando el Apocalipsis cayó del cielo y, en un instante, devoró 140.000 vidas. Sobrevivió, pero nunca fue ya el mismo. El 13 de marzo de 1951, se tiró a la vía del tren. En la iluminadora introducción a esta edición española, que explica claves de la vida y obra de Hara, Fernando Cordobés (autor también de la excelente traducción), recoge el testimonio de un amigo del atormentado escritor que describe su vida desde entonces como una sucesión de "premoniciones y alegorías y oscuras", y compara su muerte a la de "un grillo cuando llega el invierno y apaga su último canto".

Pese a sus escasas120 páginas, bajo el título de ‘Flores de verano’ se ocultan tres relatos: el que coincide con el del conjunto y ‘De las ruinas’ (los primeros en publicarse originalmente), y ‘Preludio a la aniquilación’ que, con criterio cronológico, encabeza este volumen y que tal vez sea el más singular. Se desarrolla antes del bombardeo atómico cuando, con esa ausencia de dramatismo tan característica de los japoneses en situaciones críticas, "el terror se había convertido en una especie de rutina". El narrador se preguntaba "¿qué será de mí" si la ciudad quedaba reducida a cenizas, pero muchos habitantes, como Otani (que "se volatilizó literalmente" el 6 de agosto), intentaban convencerse de que era el lugar más seguro de Japón. La ilusión se apoyaba en que apenas había sufrido ataques aéreos masivos, aunque el motivo real era que el mando estadounidense la reservaba para evaluar mejor los efectos de su nueva arma sobre una gran área urbana.

Lo más destacable de ‘Flores de verano’ no es el horror mismo, sino la premonición del horror. Para ilustrar el epílogo, ‘el día siguiente’, conviene leer ‘Lluvia negra’, de Masuji Ibuse (Libros del Asteroide, 2007), en la que, tanto o más que la descarnada descripción de las consecuencias de la explosión nuclear, estremece la tragedia personal de una joven que no encuentra pretendiente porque arrastra la sospecha de que padece la terrible ‘enfermedad de la radiación’.

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