El ojo y la lupa

Por qué el Nobel Que No Habla ingresó en el Partido Comunista Chino

La lectura de Cambios (Seix Barral) ayuda a entender mejor la personalidad de Mo Yan, cuyo acomodo con el régimen comunista chino ha convertido en polémico su flamante Premio Nobel de Literatura, que se le entregará esta tarde. Se trata de un pequeño volumen que se centra en la infancia y juventud del autor de Sorgo Rojo y revela aspectos poco conocidos de la vida en la China rural desde 1969. Lo que sigue está entresacado del libro, de lo que ha dicho estos días en Estocolmo y de ciertos detalles de su biografía. Alguna conclusión es mía.

¿Por qué Guan Moye se convirtió en Mo Yan? Puede que sea un guiño burlón. Mo Yan, su pseudónimo, significa No Hables, y mantener la boca cerrada, evitar lo políticamente incorrecto, era cuestión de supervivencia durante la Revolución Cultural, así que sus padres le ordenaron callar. Cambios empieza cuando el aún llamado Guan Moye es expulsado del colegio por un profesor de enorme bocaza que le castigó por haberle apodado Liu El Sapo. Ahí terminó de darse cuenta de que no bastaba con ser discreto –la acusación era infundada- sino que había que parecerlo.

¿Por qué le vino bien tener una infancia desdichada? En el colegio había "clases sociales muy diferenciadas". Las hijas de los cargos de la granja estatal "comían bien, tenían la piel tersa y blanca, vestían ropa bonita" y no se dignaban echar "ni una mirada" a los "hijos de los pobres". Él comía cortezas y se sentía "solo y desgraciado" pero, sin una infancia desdichada, "no se puede ser un gran escritor". Ahí comenzó a forjarse su vocación literaria, recreando ante su familia las historias que escuchaba a un cuentacuentos itinerante, influencia que se adelantó a las de Faulkner o García Márquez, con quienes le asocia la propia Academia Sueca.

¿Qué le sorprendió tras la muerte de Mao? En 1978, con 23 años, Mo, entonces en el Ejército, donde comenzó su carrera de escritor, visitó por vez primera Pekín y, al contemplar la momia de Mao en su urna de cristal, recordó la "sensación de cataclismo" que causó su muerte. Habían pasado ya dos años y, para su sorpresa, el país había mejorado, los campesinos prosperaban, el ganado engordaba, se había restablecido el examen de ingreso en la universidad, habían desaparecido categorías infamantes como terrateniente y campesino rico e incluso alguien insignificante como él podía viajar a la capital y fotografiarse en la mítica plaza de Tiananmen.

¿Por qué ingresó en el Partido Comunista? Tal vez porque era la única forma de progresar para quien partía de la miseria y no tenía padrinos. Un día, mientras estaba en el Ejército, volvió de permiso a su aldea natal en la provincia de Shandong, y rumió su frustración por no poder ser camionero ante su padre, quien le recomendó: "Encuentra la manera de ingresar en el Partido (...); aunque tengas que volver a casa, al menos será con dignidad". No echó el consejo en saco roto. Hoy es miembro del PCCh y vicepresidente de la estatal Asociación de Escritores, auspiciada por el partido, que intenta capitalizar a su favor la concesión del premio. Sin embargo, Mo no es ese vendido al régimen de que hablan colegas como la también Nobel Herta Müller, que considera "una catástrofe" la decisión de la Academia Sueca. Quizá sea uno de esos escritores que no reconocen otro compromiso que el de la propia literatura. "Todo lo que tengo que decir está en mi obra", afirma. Y en ella no hay una crítica expresa y continuada al poder, pero sí un propósito consciente por reflejar la realidad social de su país, lo que con frecuencia supone poner el dedo en la llaga.

¿Por qué elude hablar de Tiananmen y calló sobre Liu Xiaobo? Se diría que no considera la matanza de Tiananmen de 1989 algo relevante en su vida. De agosto de 1988, cuando aprobó el curso de posgrado sobre literatura, pasa en el libro a un intento de estudiar inglés que se quiebra porque "no tardó en estallar el movimiento estudiantil, la situación fue cobrando una tensión creciente y mucha gente dejó de tener ganas de ir a clase". Eso es todo. Un silencio clamoroso, al igual que no pedir la salida de prisión de Liu Xiaobo, Nobel de la Paz dos años antes de que él consiguiese el de Literatura. Solo al día siguiente de recibir la buena nueva  que le elevaba al Olimpo literario expresó su deseo de que Liu "recupere la libertad lo antes posible". La semana pasada, en Estocolmo, optó por el silencio y defendió la frontera entre literatura y política, pero acusó a quienes le critican de no haber leído sus libros. En ellos, dijo, está la prueba de que su coherencia, muy alejada de la complacencia hacia el poder, le ha hecho correr grandes riesgos. Eso sí, se pasó varios pueblos al comparar la censura con los controles de seguridad en los aeropuertos.

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Para encontrar las respuestas a estas y otras preguntas, hay que pasar por caja y comprar Cambios. Será una buena inversión.

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