El ojo y la lupa

La ficción sin mensaje de Pérez-Reverte

La filosofía vital de Max Costa, protagonista de El tango de la Guardia Vieja (Alfaguara), última novela de Arturo Pérez-Reverte, se resume en la lapidaria frase que pronuncia allá por la página 464: "Creo que en el mundo de hoy la única libertad posible es la indiferencia". Lo que le lleva a concluir: "Por eso seguiré viviendo con mi sable y mi caballo". Es decir, con las herramientas clásicas del aventurero tradicional. Cámbiese sable por florete y emergerá la romántica figura de los cuatro protagonistas de Los tres mosqueteros. El espíritu de los folletines de Dumas impregna la obra de ficción de este exreportero de guerra que supo escapar del periodismo antes de se adivinase siquiera la agonía que le esperaba. Para apuntalar la analogía, un valioso collar de perlas es uno de los ejes que vertebran este relato, al igual que los aretes de la reina articulaban las aventuras de D’Artagnan y compañía.

Pérez-Reverte es un gran forjador de historias. Las elabora con habilidad y talento. Utiliza un lenguaje rico, preciso e impecable. Sabe recrear ambientes añejos gracias a una exhaustiva labor de documentación, de inventar ingeniosas tramas y de graduar la intensidad con la que se desarrollan hasta el clímax final. Nunca será un escritor de culto, de los que gustan a los críticos, pero lo más probable es que sus novelas se puedan leer dentro de 50 años con el mismo placer que hoy.

Sin embargo, al mismo tiempo, es prescindible. Ningún lector se sentirá más enriquecido intelectual o personalmente por el hecho de leer cualquiera de sus obras, incluida ésta. Sus libros aportan entretenimiento. Nada más. Y nada menos. Y con una calidad literaria ausente de la mayoría de los éxitos de ventas. Sin embargo, el lector que busque algo más, como una mirada sobre preocupaciones vitales y eternas, debe buscar en otra parte. Tampoco en este Tango, como en el resto de su obra de ficción, desde la serie del Capitán Alatriste a la recreación en El asedio del Cádiz constitucional de 1812, hay rastros de compromiso ideológico, fuere éste el que fuere. Para eso están sus artículos de prensa, donde el escéptico novelista reparte caña a diestro y siniestro, como refleja el titulo de una de sus recopilaciones: Con ánimo de ofender.

El tango de la Guardia Vieja  recupera la tensión narrativa que se le escapó de entre los dedos en El asedio, donde se perdió en un prolijo proceso de reconstrucción histórica no acompañada de una convincente galería de personajes y de un desarrollo capaces de mantener la atención a lo largo de una paginación excesiva.

El protagonista de El tango... no tiene sable y caballo, pero es un aventurero a la vieja usanza, ladrón de guante blanco, habilidoso bailarín y elegante seductor que utiliza sus prendas personales para escapar de la miseria. Se trata de un desclasado que lucha contra el estigma de ser considerado un sirviente, incluso por las mujeres de las que se aprovecha, pero que, con todo y ser un cínico, se revela al fin como un romántico impenitente, atado a un amor imposible a través de, tiempo y la distancia.

El relato se desarrolla en tres épocas que se entremezclan. El primero, en 1928, es doble: los salones de primera clase de un transatlántico y los tugurios de Buenos Aires en los que se toca y baila el tango más genuino, el que un compositor español quiere desentrañar para ganar una apuesta a Ravel y competir con su Bolero. El segundo acoge una intriga de espionaje en la Costa Azul en vísperas de la II Guerra Mundial, cuando la sangre corre a ríos al sur de los Pirineos. El tercero es un hotel de lujo de Sorrento en los años sesenta, mientras se celebra un desafío entre los dos mejores ajedrecistas del momento, con el KGB vigilando por los intereses de su campeón, convertidos en cuestión de Estado.

Fascismo y tambores bélicos en Europa y el resto del mundo, enfrentamiento fratricida en España, guerra fría... ¿Es posible pasar sin mojarse por terrenos tan pantanosos? Difícil o no, Pérez-Reverte lo consigue. No discrimina a ningún lector, una hazaña digna de un creador de best sellers que vela por su negocio. O de quien piensa que la literatura es una isla que no necesita otro compromiso que consigo misma.

Más Noticias