El ojo y la lupa

A la intemperie

Jesús Carrasco, autor de Intemperie (Sexis Barral), uno de esos libros que demuestran que la literatura aún tiene caminos por recorrer, es redactor publicitario. Se le puede imaginar buscando una frase impactante con la que vender una pasta que alivie la hipersensibilidad dental o un nuevo modelo de automóvil híbrido mientras reserva su creatividad más esencial para las horas brujas en las que escapa de ese trabajo alienante e intenta escribir una gran novela. Algo parecido le ocurre a un personaje de Mad Men en la quinta temporada de la serie. Escribe en secreto relatos de ciencia ficción y a su jefe, cuando se entera, no le hace ninguna gracia porque estima que el suyo es un trabajo que no permite distracciones y exige dedicación exclusiva.

No sé si haber escrito esta obra tan fuera de lo corriente le causará también a Carrasco problemas laborales, pero, de ser así, no debería preocuparse demasiado. Aunque ganarse la vida escribiendo nunca ha sido fácil, él está capacitado para hacerlo y si, para ello, tiene que pasar hambre y sed, como el muchacho y el cabrero protagonistas de Intemperie, no creo que sea por mucho tiempo, y seguro que es capaz de convertir la experiencia en materia de primera calidad para su próximo empeño.

Hay en esta novela una economía de medios expresivos y una pasión por lo esencial tan notables que recuerdan lo mejor que tiene el lenguaje publicitario: la huida de lo superfluo, la búsqueda de la trama, la escena o la frase que logre un impacto inmediato y perdurable. Carrasco parece haber aprendido esta lección del mundo de los anuncios y no pierde el tiempo en fuegos de artificio. Da la impresión de haber sometido un primer borrador, quizás muy extenso, a una serie de podas implacables, hasta dejarlo reducido a un esqueleto en el que la materia grasa no tiene cabida.

Al describir la huida desesperada de un chico del que no se indica la edad, por un paisaje desolado por la sequía y por algún inconcreto cataclismo, perseguido por un alguacil que significa el mal absoluto, y protegido por un viejo cabrero que encarna la esperanza en el ser humano, el autor elimina todo lo que pueda apartar al lector de lo esencial. Ni siquiera pone nombre a los personajes o la región por la que se mueven, aunque se desprende un olor inconfundible a las más yermas tierras de Castilla o Extremadura. El único exceso que, dentro de una obsesiva economía de lenguaje, se permite Carrasco es el uso ocasional de términos que no son de conocimiento y uso general –aunque no sorprenderían en el medio rural- y ante los cuales caben dos opciones: o buscarlos en el diccionario o, para que no pierdan todo su poder de sugestión, dejarse llevar por su acento que, sin excepciones, contribuye a una mejor comprensión del entorno evocador en el que se desarrolla la novela.

Intemperie es una novela alejada de modas y corrientes literarias, una rareza, aunque tampoco es una isla a la que no llegan influencias externas. Así, algunos críticos señalan reflejos del Delibes de El camino o el Cormac McCarthy de La carretera o Meridiano de sangre. A los fanáticos del western podría recordarles Del infierno a Texas (Henry Hathaway, 1958), en la que el protagonista, interpretado por Don Murray, un alma cándida que odia la violencia, huye de una persecución implacable. Pero es también posible que Carrasco, nacido en 1972, ni siquiera haya visto esta película y que la aparición de estos parentescos sea ajena y posterior a la propia escritura de su novela, que tiene un valor intrínseco como hacía tiempo que no se veía en una obra de ficción española.

La promoción de Intemperie  se basa en las opiniones de los editores de los países en los que se va a publicar, después de su impacto en la Feria del Libro de Francfort. Habría sido preferible, sin embargo, que fuese uno de esos tesoros ocultos que se abren paso a través del boca a oído hasta convertirse en un sorprendente éxito de ventas. Encajaría con su estilo, con su argumento, con su sequedad intrínseca, con ese carácter raro pero magnético que podría convertirle en un clásico moderno, si es que eso existe.

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