El ojo y la lupa

Los hermanos Sisters en la Fiebre del Oro

¡Malditas contraportadas y solapas! Siempre me prometo no mirarlas, para no contaminarme con opiniones ajenas. Y una y otra vez la vuelvo a fastidiar. No me refiero a leer el resumen del argumento, sino a esas frases publicitarias en las que críticos y escritores describen la obra en cuestión como si fuese la pomada del cáncer. A veces, las editoriales rizan el rizo, como Seix Barral con Intemperie, una sobria y magnífica novela de Jesús Carrasco, descrita como la gran revelación que ciertamente es... por editores de los países que la van a publicar. Juicios de parte.

Viene esto a cuenta de Los hermanos Sisters, del canadiense Patrick DeWitt. Anagrama ha hecho bien su trabajo, y recoge en la contraportada comentarios con referencias literarias y cinematográficas de esta singular novela del Oeste ambientada en 1951 en plena Fiebre del Oro en California.

Parentescos literarios: Cormac McCarthy, William Faulkner, Mark Twain, El Quijote...

Parentescos cinematográficos: los hermanos Coen, Dos hombres y un destino, Valor de ley...

Me tengo que esforzar mucho para detectar otras, pero se me ocurren al menos dos: en el terreno literario, la novela picaresca, la de siempre. Sí, hay algunos puntos en común entre los hermanos asesinos a sueldo y esa otra sociedad que forman el Lazarillo y su amo ciego. Pero es en la televisión donde se da la similitud más evidente: Deadwood, ambientada en Dakota del Sur en la década de 1870, tan brutal y desaforada como la ficción de DeWitt, y con una fauna humana similar.

Los brutales y estrafalarios personajes de Deadwood  tienen más que ver con los hermanos Sisters que Butch Cassidy and the Sundance Kid, el albino y sanguinario juez Holden de Meridiano de sangre, el asesino psicópata encarnado por Javier Bardem en No es país para viejos, y no digamos ya Tom Sawyer y Huckleberry Finn, o el Caballero de la Triste Figura y su cachazudo escudero.

Caigo en el vicio que critico. No solo recojo los parentescos que refleja Anagrama, sino que añado alguno propio. Me disculpo por ello.

Para no convertir en mortal un pecado quizá solo venial, no destriparé la trama ni explicaré por qué he disfrutado tanto con esta novela singular. Eso sí, la recomiendo como un entretenimiento inteligente que, pese a la ligereza de su estilo y la facilidad de su lectura, penetra en esos recovecos del comportamiento humano que son la quintaesencia de buena literatura. Recordará a los lectores de cierta edad el disfrute sin pretensiones que proporcionaban las viejas novelas de kiosco de la editorial Bruguera. No tanto las del autor más famoso de aquella generación, el prescindible Marcial Lafuente Estefanía, como las cargadas de humor de Keith Luger y las macabras y sarcásticas de Silver Kane, pseudónimo tras el que se ocultaba Francisco González Ledesma.

Más referencias todavía. No tengo cura...

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