El ojo y la lupa

Una rana gigante salva a Tokio de su peor terremoto

En uno de los relatos de Después del terremoto (Tusquets), Haruki Murakami hace que una rana gigante, con ayuda de un empleado de una entidad financiera experto en conseguir la devolución de créditos impagados, salve a Tokio del que iba a ser el peor terremoto de su historia. Se trata de una épica y onírica victoria, sin que nadie en la superficie sepa siquiera lo que se está cociendo, contra el ominoso Gusano destructor, implacable generador de las peores catástrofes.

Cuando un escritor consagrado y popular, que lleva varios años entre los más firmes candidatos al Premio Nobel, se queda a solas con sus fantasmas, puede dar rienda suelta a su imaginación e inventarse, casi sin riesgo, incluso la más absurda de las tramas. Aunque se tome su propio trabajo a broma, no le faltarán ni lectores que piensen que ha descubierto el secreto de la piedra filosofal, ni críticos que señalen que, una vez más, se ha adentrado en los más intrincados recovecos de la naturaleza humana.

Como en cada una de las obras de Murakami, la temática trascendente impregna cada uno de los seis relatos de este libro que, de forma difícil de entender, se ha publicado en España con 13 años de retraso, es decir, sin aprovechar a tope el boom. Su autor es el escritor japonés más famoso y vendido en todo el mundo pero, desde hace algún tiempo da la impresión de que se difumina su impacto mediático, de que disminuye la cifra de sus incondicionales, en la medida que crece la de quienes se consideran víctimas de una hábil operación de mercadotecnia.

Será que han madurado los jóvenes y adolescentes encandilados un día por la angustia existencial del protagonista de Tokio blues, o los embrujados por la fusión de sueño y realidad, de magia y mitología que impregnaba, por ejemplo, Kafka en la orilla y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. O quienes, más recientemente, le creían cuando declaraba que con monumental 1Q84 pretendía "describir todo lo que existe". O, por fin, quienes llegaron a pensar que sus personajes, influidos tanto por tradiciones ancestrales como por el jazz o los Beatles, reflejaban la esencia del Japón moderno y culturalmente mestizo.

Sin embargo, porque no todo es pirotecnia, y porque con los años ha perfeccionado su técnica, siguen siendo millones en todo el mundo quienes aún se precipitan a comprar el último Murakami, olvidan sus reparos y se abandonan al disfrute sin complejos con su lectura. Después del terremoto no es una excepción. Lo único que une sus seis relatos es alguna referencia oblicua al terremoto de Kobe de 1995: una mujer que se pasa cinco días sin apartar la vista del televisor que informa sobre la catástrofe antes de abandonar a su marido porque era "como vivir con una masa de aire"; la extraña relación, forjada por las fogatas que levantan en la playa con precisión de relojeros, con maderos arrojados por el mar, entre una joven que "está vacía" y un pintor que tiene dos hijos en Kobe de los que hace años que no sabe nada y cuya última obra se titula Paisaje con plancha, aunque se trata de "una plancha que no es una plancha"; el viaje iniciático de una investigadora médica menopáusica y aficionada al jazz, que tuvo un día una relación con un hombre –que vive en Kobe- que le hizo daño, que asiste a un congreso en Tailandia y cuyo chófer le descubre que "vivir y saber morir tienen un valor equivalente";  o un triángulo amoroso entre tres antiguos compañeros de universidad contenido porque su amistad excluye la traición, y con un niño, en cierto modo hijo de los tres, que sufre pesadillas desde justo después del terremoto.

"¿He disfrutado con estos relatos teñidos de tristeza existencial? Algo incómodo tras las críticas a Murakami vertidas en este mismo artículo, me veo obligado a contestar que sí, que con todas sus limitaciones, y con su estilo sencillo y directo, presiona alguna extraña tecla que conecta con algunas de las cosas que me importan en la vida. Una contradicción que supongo que comparto con muchos lectores. Pero, ¿acaso no es la contradicción una materia prima de la personalidad humana? Y además, ¿y si fuera verdad que circula por ahí una rana gigante que nos puede librar del Gran Gusano del Apocalipsis?

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