El ojo y la lupa

La cruzada moral de Le Carré

John le Carré festeja los 50 años de El espía que surgió del frío, una de las mejores novelas en su género del siglo XX, con Una verdad delicada (Plaza y Janés). Se trata de un genuino ejemplo del viraje que ha convertido al escritor británico, ex agente del MI-5 y el MI-6, en un misionero empeñado en una cruzada moral que abomina de la idea propia de la Guerra Fría –pero aún muy vigente- de que el fin justifica los medios. Esa máxima le ahorró quizás algunas horas de insomnio a George Smiley cuando luchaba contra el Gran Satán comunista en plena Guerra Fría, pero no se sostiene en el mundo posterior a la caída del muro de Berlín, con amenazas y enemigos muy diferentes, pero con el mismo cinismo para combatirlos por parte de los Estados.

Le Carré, que ha arremetido en algunas de sus novelas más recientes contra multinacionales farmacéuticas, grandes bancos y políticos corruptos, concentra su ira en el caso de Una verdad delicada en la connivencia entre políticos, contratistas privados y grupos de presión ideológica al estilo del Tea Party, en nombre de la sacrosanta guerra contra el terrorismo. El blanco de sus iras es la mezquindad trufada de codicia en la que degeneró el Nuevo Laborismo de Tony Blair, al servicio de los designios del imperio americano con George Bush en la Casa Blanca.

Como en la época en la que Smiley libraba su guerra contra Karla, el contexto es propicio para que se produzcan daños colaterales. En este caso, las víctimas inocentes son una inmigrante ilegal, su hijo y un militar británico que se deja engañar para participar en lo que le venden como un servicio a su país, pero que resulta ser una chapuza de objetivos innobles.

El rastro de sangre de una operación ilegal y chapucera, para capturar en colaboración con contratistas privados norteamericanos a un terrorista islamista, se deja sentir años después, cuando el sentimiento de culpa asalta a dos de sus protagonistas. A partir de ahí, se desarrolla un intento de desenmascarar a los responsables del desaguisado que se enfrenta a la carencia de escrúpulos de estos y al interés del propio Gobierno británico por mantener su propia responsabilidad oculta bajo siete cerrojos.

Una verdad delicada es una obra de ficción, pero no resulta difícil encontrar paralelismos con la realidad. Así, la acción encubierta, que se desarrolla en Gibraltar, recuerda la que efectuaron en 1988, también en la Roca, las fuerzas especiales británicas, que eliminaron –tal vez sería más correcto decir que ejecutaron- a tres miembros del IRA. Y el militar atormentado por el remordimiento que muere en un supuesto suicidio con un claro tufo a asesinato recuerda al científico y ex inspector de armas bacteriológicas en Irak David Kelly que, tras filtrar a la BBC información comprometedora para el Gobierno, fue hallado muerto poco después, sin que la hipótesis del suicidio que abrazó la versión oficial resultase del todo convincente.

Puede que John le Carré, a sus 81 años y con 23 novelas a sus espaldas, no conserve ya el mismo pulso firme de sus obras mayores. Puede que no resulte demasiado creíble la ingenuidad de algunos de sus personajes, que parece que buscan la verdad de la misma forma en que Don Quijote arremetía contra los molinos. Puede que el afán misionero y denunciador de la injusticia vaya en detrimento de la solidez literaria de la obra. Sin embargo, Una verdad delicada tiene el valor añadido de reflejar la quiebra moral que, ya sin Guerra Fría y sin mundo bipolar, caracteriza una era que, como aquella, cobija todavía demasiados secretos y mentiras y pretende convertir en tolerables las mayores atrocidades. Como el propio autor ha dicho en un artículo periodístico: "¿Hasta donde podemos llegar en la defensa de nuestros valores occidentales sin abandonarlos en el camino"? Ya sabemos la respuesta: hasta donde haga falta.

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