El ojo y la lupa

El infierno somos todos

"Todos, quien más, quien menos, somos infierno (...)  Si hay que arder, que arda todo". Lo dicen dos Dantes. Lo decía con hermosas palabras el Dante  de La divina comedia. Y lo piensa y lo dice a  veces este otro Dante argentino, cronista de la maldad que impregna la Villa, una más real que imaginada ciudad balnearia cercana a Buenos Aires en la que, fuera de temporada, campan a sus anchas los demonios que los hombres llevan sueltos y que estallan en un aquelarre cotidiano. Ningún crimen o pecado es inaceptable: asesinatos, pederastia, violaciones y malos tratos a niños, especulación inmobiliaria, corrupción política y policial, violencia y crueldad  salvaje y sin sentido, tiroteos, infidelidades, lujuria, codicia, racismo, hipocresía, abuso de poder...

Se trata de un infierno que solo en parte –y quizás no la más importante- se alimenta del uno por ciento de la población que está fichado por la policía, "un ejército de 400 marginales". Un infierno que lo impregna todo. Una podredumbre que se simboliza en los frecuentes desbordamientos de las cloacas que sacan a la superficie torrentes de inmundicia, incluso algún que otro feto o cadáver de un niño desaparecido. Porque "la paz es la continuación de la guerra por otros medios" y "la carnicería nunca se termina". Porque "el kraken [el monstruo mitológico] es la Villa, y nosotros, todos nosotros, tentáculos y víctimas a un tiempo".

El Dante actual, director y único  redactor del semanario El Vocero, que no siempre puede contar todo lo que ve y lo que sabe, porque en el fondo es un siervo del cacique que hace y deshace a su antojo, es uno de los personajes que más destaca entre las decenas y decenas que pueblan Cámara Gesell, de Guillermo Saccomanno (Seix Barral). Es una gran metáfora de la maldad universal, con algunas gotas de bondad y solidaridad, y uno de los libros ("novela, cuentos, crónica, migas de la nada") más perturbadores que la literatura en castellano ha producido en mucho tiempo.

Lo de "en castellano" no deja de ser una simplificación, ya que es improbable que el vallisoletano medio entienda frases como "salieron de caño por el escabio" o "si ahora te llevo a la yuta, los ratis te van a dejar mormoso, usá el marulo". Pero que nadie se asuste: el libro no tiene nada de críptico, se entiende –casi siempre- sin problemas, y el prodigioso manejo del lenguaje que exhibe su autor es uno de sus principales atractivos, hasta el límite del deslumbramiento. Tampoco tiene que abrumar el tamaño del libro o la retahíla de decenas y decenas de historias que, de forma sincopada, pueblan sus 620 páginas.

El alma diabólica de la Villa sueña con redimirse de sus culpas cuando, por fin, un gran fuego de artificio marca el inicio de la temporada de verano, la que permite que, abarrotada de turistas, se llenen las arcas y se justifique su misma existencia. Hasta entonces, en los meses oscuros, la Villa es Sodoma, Gomorra, Babilonia o, simplemente, el Infierno que Saccomanno y su Dante contemplan como desde el lado oculto de una Cámara Gesell.

La Cámara la ideó el norteamericano Arnold  Lucius Gesell (Wisconsin, 1880)  con el propósito inicial de observar sin perturbaciones la conducta de los niños. Pero casi todos conocemos su existencia, gracias al cine, en su versión policial: un enorme espejo que separa dos habitaciones, desde una de las cuales se puede asistir al interrogatorio o a la identificación de sospechosos. Para mirar sin ser vistos.

El hecho de que el autor resida desde hace 20 años en Villa Gessel, ciudad turística argentina cercana a Buenos Aires, de nombre, fisonomía y población parecidos a los de la localidad de su ficción, invita a sospechar que la novela se refleja en ese espejo real. Saccomanno lo niega, aunque reconoce una cierta inspiración, y recuerda que hechos parecidos ocurren en todas partes.

Tampoco parece temer la reacción negativa de sus vecinos. De vez en cuando, desliza un amago de burla hacia quien pueda darse por aludido, como cuando describe el sentir de un personaje, no necesariamente el narrador: "Vos te pensás que escribiendo esta novela te van a rajar del pueblo. Lo que va a pasar es que todos se van a creer personajes y, aun cuando a lo Frankenstein, con pedazos de uno hayas construido a otro, todos van a querer estar y encontrarse. Porque aun cuando la mierda les salpique ninguno querrá quedar fuera. Y no será por mérito de la literatura. Será por la vanidad".

Saccomanno compone una parodia sin humor del mal en el mundo. No es que pretenda decir que hay una ciudad real en la que el mal se concentra tanto como en la Villa de su libro, de manera absoluta y existencial, pero sí viene a decir que está en todas partes, en Villa Gesell, Homs, Bangui, Nueva York, Ciudad Juárez, San  Pedro Sula o mucho más cerca, en esa aparentemente apacible ciudad en la que vivimos. Nadie, recuerda, puede estar seguro de escapar a un  destino atroz, que acecha en los despachos oficiales, en los suburbios marginales, en la escuela, en el hogar, al doblar la esquina. Aunque nos hayamos acostumbrado tanto a su existencia cotidiana que quizás resulta imperceptible. Porque, "por más que se diga, acá no pasa nada. Y si pasa, nunca es para tanto". Yprecisamente "porque nunca pasa nada, seguirá pasando de todo".

La Villa, cualquier Villa –también la Villa en la que vivimos- "no es ni Auschwitz ni la Esma [la Escuela de Mecánica de la Armada convertida durante la dictadura argentina en centro de torturas]". Porque "tenemos la obligación moral de ver el vaso medio lleno. Ni en lado del interrogatorio en la cámara Gesell ni el lado de los que vigilan", sino el lado positivo. Incluso desde el centro del infierno.

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