El ojo y la lupa

Asesinatos en serie entre las ruinas del régimen de Sadam

Aunque editada en Siruela/Policiaca, Expediente Bagdad, de Joan Cañete Bayle y Eugenio García Gascón, no es en sentido estricto una novela negra, aunque su argumento más visible sea la investigación por parte de dos agentes de una serie de asesinatos de niños disminuidos psíquicos en los días críticos de abril de 2003 en los que el régimen de Sadam Husein se desmoronaba ante el envite de la máquina de guerra norteamericana. Hay algunas de las claves del género, pero ni el desarrollo ni el desenlace son los que cabría esperar de una típica ficción noir.

No es un defecto ni un fallo. Si lo señalo, ya desde el inicio, es para que el lector tenga claro lo que va a encontrar en este libro intenso y desasosegante: el retrato psicológico de un hombre, el policía Rachid al Said, represaliado por intentar ser honrado en un país corrupto, perseguido y relegado a labores rutinarias muy por debajo de su capacidad, pero que todavía es capaz de jugársela en defensa de un trasnochado sentido de la justicia, casi inconcebible mientras el mundo se derrumba a bombazo limpio en la capital iraquí y la única ley es la de sálvese quien pueda.

Cuando los tanques norteamericanos están a las puertas de Bagdad, para terminar en nombre de un George Bush la faena que otro George Bush (su padre) dejó a medias 12 años antes, mientras huye hacia Siria todo el que tiene algo que temer, Rachid, al que llaman doctor (aunque nunca ejerció la medicina), recibe la sugerencia, que no orden, de investigar el brutal asesinato de una niña con síndrome de Down, al que seguirían muchos más. "¿Por qué yo?", pregunta a su superior, que ya ha hecho las maletas. "Porque no eres de los que huyen de sus responsabilidades".

Así es. Por eso, Rachid, con la colaboración de otro idealista —Jaled, el ayudante del comisario—, bajo el estruendo de las bombas y el eco de los disparos, entre noticias contradictorias sobre la inminencia del ataque final a Bagdad, cuando ni siquiera existe ya ni una sombra de legalidad o estructura estatal, emprende una quijotesca misión imposible, impulsado por un sentido de la coherencia que le ha conducido a un fracaso que, para él, en cambio, es la encarnación misma de su rebelión ante la arbitrariedad.

Se trata de honrar el tópico de que hay que cumplir con el deber. Y Rachid, da a ese empeño la máxima prioridad, incluso por encima de la protección de su familia, haciendo oídos sordos a las súplicas de su mujer de huir antes de que sea demasiado tarde, para protegerse de las previsibles represalias de quienes le consideran un afecto al régimen.

Este policía y miembro del Baaz (el partido de Sadam) renunció a una vida confortable en el Reino Unido (donde estudió y vivió diez años), volvió a su país porque se creía obligado a contribuir en la construcción de una sociedad más justa, se negó a emigrar a California para conservar el amor de su novia norteamericana (no me obligues a elegir entre mi país y tú), y afrontó su ostracismo con más orgullo que amargura. Como un filósofo, en realidad, porque su obsesivo interés por la obra de Nietzsche, y su inacabable investigación sobre las conexiones con el islam del pensamiento del autor de Así habló Zaratustra configuran su actitud fatalista ante los avatares amargos de la vida.

Todo esto suena muy solemne, quizás demasiado para una novela negra, pero es una de las tres materias primas, la principal, de las que se alimenta Expediente Bagdad. Las otras dos son el desarrollo de la investigación policiaca de los asesinatos en serie (con un desenlace inusual en el género, casi impropio) y, por fin, la atmósfera misma del relato, la descripción de la angustiosa vida en la capital, de cómo sus habitantes luchan por la supervivencia y se preparan ante la inminente ocupación extranjera.

Los dos autores, periodistas veteranos curtidos en Oriente Próximo, no escriben de oídas, sino que recrean y transforman experiencias propias y demuestran que se obligaron a escuchar el clamor de la calle y los susurros que les llegaban del interior de los hogares bagdadíes. Aun así, sorprende su perspectiva y el resultado de su esfuerzo. Para ser extranjeros, demuestran una rara capacidad de ponerse en la piel de los propios iraquíes, para dar la impresión de que reproducen con fidelidad lo que éstos debieron sentir en esos días cruciales, entre el 3 y el 9 de abril de 2003.

Por todo esto, no creo que Expediente Bagdad  sea exactamente una novela negra. No solo eso en todo caso, sino, por encima de ello, un profundo análisis psicológico y un reportaje periodístico atípico, deslumbrante y de indiscutible altura literaria.

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