El ojo y la lupa

Patricia Highsmith: “Me harté de pronunciar el pronombre yo”

No es sorprendente que, al cumplirse 20 años de su muerte, en febrero de 1995, se reedite la obra de Patricia Highsmith, incluido el ensayo en el que, sin  alardes intelectuales, pero con eficacia y clarividencia, explica las claves de su escritura: Suspense: Cómo se escribe una novela de misterio. El texto, que ahora edita Círculo de Tiza, es el mismo, que utilizando la palabra intriga en lugar de misterio, publicó ya en 1986 Anagrama, en su colección Argumentos, y que se reseñó en Público en agosto de 2013.

Si vuelvo sobre el tema es porque la reedición del ensayo está suscitando una atención que revela una vez más que la obra de la escritora norteamericana, considerada como la gran maestra de la intriga psicológica, sigue vigente, camino de convertirse en un clásico menor, o no tan menor. Sorprende un tanto porque, en vida, y durante décadas, fue menospreciada como una autora de género, muy capaz de absorber la atención del lector, de prosa directa y sobria, pero muy alejada de la finura del trazo que se supone que caracteriza a los grandes.

El paso del tiempo le ha sentado muy bien a Patricia Highsmith, y ya nadie se atreve a menospreciarla. El cine recurre a ella con frecuencia, sus novelas se reeditan una y otra vez y ya solo falta que su Ripley se convierta en protagonista de una serie de televisión. Cada vez se descubre más en su obra una capacidad de introspección y de penetración en los rincones más escondidos y siniestros del ser humano con escasos precedentes en la historia de la literatura en general, no ya tan solo del género negro, en el que la suele catalogar sin demasiado tino.

En Suspense revela que, para ella, la pintura es "el arte que está más íntimamente relacionado con el del escritor" y que su impulso vital es el "el gozo de escribir". Muestra su orgullo por el hecho de que los artistas (y los buenos escritores lo son) "han existido, y persistido, como el caracol, el celacanto y otras formas invariables de vida orgánica, desde mucho antes de que la Humanidad soñara con Gobiernos". Y, pese a todo, quizá con falsa modestia, confiesa que no se toma a sí misma en serio como escritora de suspense, que rara vez lee a otros autores del género, y que prefiere las novelas de Graham Greene, "un moralista incluso en sus entretenimientos". Y es precisamente la moral lo que le interesa a ella, "a condición de que no haya sermones".

El ensayo puede leerse también como una guía para aspirantes a escritor, ya que trata del germen y desarrollo de una idea, la conveniencia de utilizar experiencias personales, la técnica del relato breve y de la novela, el desarrollo de las tramas, las dificultades de los sucesivos borradores y de observaciones como que las cualidades que hacen que un libro sea bueno son la "intuición, carácter y apertura de nuevos horizontes para la imaginación del lector".

Si se pretende escribir sobre asesinos y víctimas, afirma Highsmith, hay que lograr que los personajes parezcan reales, iluminando su mente, y "mostrar respeto por la justicia y su ausencia en el mundo, por el bien y el mal, por la cobardía y el valor de los seres humanos, pero no como simples fuerzas que contribuyan a que el argumento se mueva en una u otra dirección". Unas ideas que, sin duda, ayudan a entender el conflicto ético en el que se mueven sus personajes, incluso los que llegan a matar más por inercia que por cálculo.

También deja constancia de que hubo un motivo para que abandonase la técnica del narrador en primera persona del singular, que considera "la más difícil para escribir una novela".  Lo intentó en dos ocasiones, y en ambas encalló: "Me harté de escribir el pronombre yo". Sus personajes, añade, "son muy dados a la introspección y escribirlo todo en primera persona les hace parecer cochinos intrigantes, que es lo que realmente son". Así que prefiere "el punto de vista del personaje principal, escrito en tercera persona del singular, y podría añadir, en masculino".

¿Por qué en masculino? Ya se explicaba en la columna anterior, pero lo repetiré: porque "las mujeres no son tan activas como los hombres, y no tan atrevidas (...) son empujadas por la gente y las circunstancias en lugar de ser ellas las que empujen, y más dadas a decir no puedo que lo haré". ¿Misoginia? Eso ya no importa, pero se puede fantasear con cómo habrían ido las cosas en las cinco novelas del ciclo de Ripley si éste hubiese sido mujer.

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