El ojo y la lupa

Las trampas de la memoria de Fernando Fernán Gómez

A Fernando Fernán Gómez, escritor, actor, director y figura esencial del cine español, le sobran quizá las 120 últimas páginas de El tiempo amarillo. Memorias 1921-1997, la versión ampliada que ahora reedita Capitán Swing de la concluida en 1990, que ya era lo suficientemente larga (450 páginas).

La historia del entretenimiento por antonomasia de toda una época desde la proclamación de la república hasta casi finales del siglo XX está muy bien reflejada en las peripecias, narradas con ingenuidad y sencillez, de quien empezó ejerciendo una profesión que llevaba en la sangre como un mero oficio con el que ganarse la vida, y que concluyó, casi sin pretenderlo, convertido en una referencia artística e intelectual indispensable.

En esas páginas adicionales y un tanto superfluas, Fernán Gómez empieza señalando que "entre memorias y recuerdos hay una especie de matrimonio de antes del divorcio". Continúa con un prolijo capítulo de "fe de erratas y añadimientos" en el que relaciona numerosas inexactitudes o no verdades que habría bastado con corregir sin dar tantas explicaciones. Como que su abuela le llevó a la Puerta del Sol a celebrar el advenimiento de la república el 14 de abril de 1931 cuando en realidad fue un día más tarde; o como que al citar a los componentes de un grupo de tertulianos del Café Gijón al que se conocía como "los existencialistas" se olvidó de mencionar a Medardo Fraile y Rafael Sánchez Ferlosio.

Más innecesario aún resulta que gaste 32 interminables páginas en reproducir el "diario de una pesadilla": la que recoge los avatares de la preparación, producción, realización, montaje, distribución y exhibición de un filme (Pesadilla para un rico), sin interés especial, que pasó sin pena ni gloria y que casi nadie recuerda hoy entre su filmografía, de más de 150 títulos.

Se diría que Fernán Gómez no quería dejar las cosas a medias, pero que entre los numerosos proyectos en los que seguía metido (porque era de los que morían con las botas puestas) y las limitaciones de la edad (más cerca ya de los 80 que de los 70), lo único que consiguió fue poner un insustancial remate a una inapreciable y rara muestra de literatura memorialística que ilustra como pocas la grandeza y la miseria del cine español.

Pese a estas objeciones, recomiendo sin reservas leer el libro, sin saltarse el magnífico prólogo de Luis Alegre (nada que ver con el dirigente de Podemos), titulado Memorias inolvidables: un magnífico retrato del FFG persona al que sólo cabe hacer un reproche: el tono que a veces roza la hagiografía.

La principal virtud de El tiempo amarillo es su aparente falta de pretensiones. Nunca relata sus experiencias como cineasta todo terreno como resultado de una profunda reflexión intelectual, de una iluminación artística o un designio político. Se mete en ese mundo porque era lo más fácil, porque su madre era una cómica y le facilitó el camino, porque su padre (que nunca lo reconoció) y sobre todo una de sus abuelas eran reputados comediantes, y porque en el Madrid asediado de la guerra civil en el que se inició como actor, en 1938, no encontró una forma mejor de ganarse la vida, sin que le importase empezar desde abajo, como un simple meritorio.

Quien espere encontrar algo parecido a La forja de un rebelde, de Arturo Barea, que se olvide. Ni bombas alemanas, ni carreras hacia los refugios, ni combates en la Ciudad Universitaria, ni enfrentamientos entre comunistas y trotskistas, ni encendidas discusiones sobre si lo prioritario era hacer la revolución o ganar la guerra, ni demasiada hambre y necesidad. Ese FFG adolescente no era ni de derechas ni de izquierdas, se diría que vivía al margen del conflicto, que no era consciente de la tragedia que se desarrollaba a su alrededor, como si su edad (nació en 1921) y su pasaporte argentino (aunque era español de pura cepa) le protegieran de esos fragores y peligros. Lo de la conciencia social y el posicionamiento a favor de causas progresistas llegaría mucho más tarde.

Era como si el mundo girase en torno a si se iba a estrenar determinada comedia, si sus periodos de paro iban a ser más o menos prolongados y si su paga diaria iba a ser 5 o 15 pesetas. Con parecido automatismo, la entrada de los nacionales en Madrid y la implantación del nuevo régimen no son en El tiempo amarillo sino referencias obligadas, trasfondo, pero en las que no hay que poner otro énfasis que el de las consecuencias prácticas –se diría que para él ni negativas ni positivas- en el mundo del teatro y del cine. FFG no engaña al lector, no adorna la realidad para presentarse como lo que no fue. Ese es su gran mérito, su absoluta sinceridad. Aún no estaba maduro para el compromiso.

El destino de España daba un sesgo trágico, pero él estaba demasiado inmerso en su lucha particular por abrirse camino como para calentarse la cabeza con ello. No lo digo como un reproche, sino, más bien, como un reconocimiento a su honestidad, después de que tantos que no movieron un dedo a favor de la república se presentaran luego como héroes por el simple hecho de vivir en el Madrid del No pasarán.

Antes de ser catalogado como rojo había de pasar aún mucho tiempo. Él mismo data ese momento en sus memorias: 1963, el año en el que se sumó a una carta colectiva al ministro de Información en la que se le preguntaba si era cierto que en Asturias se torturaba a los mineros en huelga. Eso le costó algunos disgustos, como la inclusión en la lista negra de enemigos del franquismo y le situó ya de forma definitiva al otro lado de la barrera.

El tiempo amarillo ilustra muy bien el estado de la escena y el cine español durante varias décadas gracias a un estilo llano que recoge las incidencias que llevaron a su autor a participar en diferentes proyectos artísticos, decenas y decenas de ellos, lo que le puso en contacto con los principales autores, directores y actores a lo largo de varias décadas, y le fue abriendo el paso desde la interpretación a la dirección, en la que jugó también un papel destacado.

He aquí un ejemplo de la falta de presunción de FFG recogido en sus memorias: tras leer el guion de Espíritu de la colmena, preguntó al productor, Elías Querejeta: "¿Es preciso entenderlo para interpretar mi personaje". Como la respuesta fue no, le contestó: "Ah, pues entonces la hago". No era su primer trabajo mecánico, pero eso no le impidió rozar la perfección como actor, y alcanzarla en ocasiones, como en el filme de Víctor Erice. También notable pulso literario, con obras plenas de sensibilidad y augtenticidad que dieron lugar a películas excelentes, como Las bicicletas son para el verano (de Jaime Chavarri) y El viaje a ninguna parte (que él mismo dirigió).

Quienes peinan canas no será difícil que se abandonen a la nostalgia al leer El tiempo amarillo, reflejo de una época heroica del cine español, de escasez de medios, lucha contra una censura paleta y cicatera, y artistas a los que no se dejaba desarrollar su talento. Y de grandes actores a los que, en sus difíciles comienzos, les preocupaba más llenar el estómago o pagar el alquiler que estudiar el método Stanislavki. Fernando Fernán Gómez fue uno de los mejores, y en su libro se muestra sin disfraz. Gracias.

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