El ojo y la lupa

Lo que le sobra a Pérez-Reverte para escribir ‘Los tres mosqueteros’

Si Alejandro Dumas hijo se reencarnase en un escritor español actual éste sería sin duda Arturo Pérez-Reverte. El antiguo reportero de guerra, académico, articulista y novelista lleva décadas intentando, quizá sin saberlo, escribir Los tres mosqueteros, pero es de temer que no llegue a conseguirlo. Y el caso es que podría hacerlo. No le falta nada esencial. Al contrario, le sobra algo, lo que a la postre puede ser igual de negativo.

Con un dominio del lenguaje al alcance de muy escasos novelistas, a Pérez-Reverte le sobra talento e imaginación para idear misterios y aventuras, construir personajes memorables, recrear épocas legendarias, dosificar y retener capítulo a capítulo el interés del lector. Se nota que le fascina Dumas y lo que encarna, como si se hubiera equivocado de siglo y añorase los siempre frescos folletines decimonónicos. Pero entonces, voto a tal, ¿por qué demonios no escribe de una vez sus tres mosqueteros? Es consciente de que nos lo debe?.

Si no le falta nada, ¿qué le sobra? Creo que le sobran palabras, algo insólito en alguien que escribe iconoclastas artículos, escuetos y contundentes, como D’Artagnan lanzaba estocadas. Su última novela, Hombres buenos (Alfaguara), habría ganado en rotundidad, pegada y eficacia si la hubiese despojado de al menos la mitad de sus páginas. No hacían falta casi 600 para narrar la aventura de dos académicos en el camino de ida y vuelta entre Madrid y París, en el último cuarto del siglo XIX, para traer a la biblioteca de la institución que limpia, fija y da esplendor, los 28 volúmenes de la edición príncipe de la Enciclopedia de los Diderot y D’Alambert. Esa materia prima es valiosa, pero no da para tanto. Dumas habría metido en ese mismo espacio cinco veces más hechos y cinco veces menos disquisiciones.

La historia tiene interés, ilustra una época fascinante en la que chocaban como dos placas tectónicas el oscurantismo y las luces de la ilustración, el absolutismo ungido por Dios y el ansia prerrevolucionaria de libertad. La enciclopedia es la metáfora idónea de esa pugna, pero no hay recorrido para una novela tan larga, sobre todo si no se acompaña de una trama novelesca que permita, como conseguía Dumas sin aparente esfuerzo, que cada capítulo deje al lector ansioso por saber lo que ocurrirá en el siguiente. Los tres mosqueteros es, en términos estrictamente cuantitativos, mucho más extensa que Hombres buenos, pero ésta se hace mucho más larga, incluso premiosa en ocasiones.

No encuentro justificación literaria –ni siquiera comercial- para el derroche de espacio empleado por Pérez-Reverte para explicar el esfuerzo que le supuso al autor de ficción (con el que dice que no se identifica del todo) la búsqueda de documentación, ya en el siglo XXI) Y mucho menos para la desviación de la trama principal que suponen los cameos de personajes actuales (los dieciochescos son oportunos e ilustrativos), incluidos varios compañeros reales de la Real Academia Española. Tanto material accesorio, tanto derroche discursivo, trunca el hilo de la historia principal, la desvirtúa.

Pérez-Reverte se extiende también en demasía en las descripciones y ambientaciones de época, así como en los diálogos entre los dos académicos protagonistas, que recuerdan un tanto a Don Quijote y Sancho, aunque aquí sus papeles sean los de dos hombres buenos a los que, aparte algunos matices sobre el valor y el honor, sólo les separa que uno cree ante todo en la ciencia y la razón, y el otro las subordina al designio divino.

A este libro le faltan, además, algunos hombres malos, pero malos de verdad, al estilo de la Milady de Dumas. Lo más parecido que se puede encontrar en Hombres buenos son esos otros dos académicos decididos a utilizar casi cualquier medio –aunque no el más extremo- para evitar que la peligrosa Enciclopedia llegue a la docta casa. No se entiende muy bien que ambos considerasen la amenaza tan seria como para arriesgar sus buenos dineros e incluso su prestigio, por motivos que oscilan entre el fanatismo oscurantista de uno y el temor a que se desenmascare una falsa autoridad académica del otro. Tampoco el sicario que contratan  para boicotear la misión de sus dos colegas es un malo antológico. Incluso llega a suscitar cierta simpatía. Aquí, por una vez, no sobra nada, falta.

Aun así, Hombres buenos revela, como tantas otras novelas de Pérez-Reverte, que éste es un autor –quizás el único- que lleva dentro el aliento necesario para afrontar algún día ese ambicioso tour de force. Quizás estemos ante un caso de manual de los peligros que puede acarrear un éxito masivo, desmedido, traducido en decenas de millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, en películas y series televisivas.

Demasiado ruido mediático, demasiada adulación y reconocimiento para que un autor se detenga a reflexionar, a medir sus fuerzas y a preguntarse: ¿Seré capaz de escribir una obra maestra? ¿Estoy dispuesto a condensar en 400 o 500 páginas el esfuerzo que normalmente me llevaría escribir cuatro o cinco libros, a despojarme de artificios inútiles? ¿Está a mi alcance una novela como Los tres mosqueteros? La respuesta a la última pregunta es sí, pero no sin sacrificios.

Algunos apuntes de Hombres buenos:

. "Me permito recordar a los señores académicos que la Encyclopédie está incluida en el Índice de libros prohibidos por el Santo Oficio. Incluso en Francia".

. "Con buen criterio, el Santo Oficio decidió que esos volúmenes, aunque es imprudente ponerlos al alcance de personas no formadas, pueden ser leídos por los señores académicos sin perjuicio de sus almas ni de sus conciencias".

. "Qué triste. Los españoles seguimos siendo los primeros enemigos de nosotros mismos. Empeñados en apagar las luces allí donde las vemos brillar".

. "En Francia el Estado arruina la vida de muchos de los que cultivamos las letras y las ideas, incluidos impresores y libreros; pero no ha podido arrancar la raíz de la libertad. Y eso es precisamente gracias a los libros".

. La amistad es "el vínculo solidario, cada vez más estrecho, que es común a las naturalezas nobles cuando éstas se aproximan a causa de compartir imprevistos, afanes o aventuras".

. "Cuando muere un bibliófilo, a los pocos días sale su biblioteca por la misma puerta por donde salió el cadáver".

. "Todos los marchantes de libros son cuervos sin escrúpulos: aparentan no dar importancia a ejemplares valiosos, dicen ‘esto vale poco y me costará venderlo’, e intentan llevárselo todo por el mejor precio posible".

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