El ojo y la lupa

Buen cine contra la ola de calor

Receta eficaz para combatir la ola de calor: ponerse al día con el otro cine, en versión original, entroncado en la realidad social, interesante y grato de ver, pero menos comercial que la bazofia que con escasas excepciones llega de Hollywood y arrasa en taquilla. Y bajo el manto protector del aire acondicionado. En el caso de Madrid (hay opciones parecidas en otras ciudades) esa oferta –lo mejor de la cartelera– tiene su epicentro en una sola manzana a dos pasos de la Plaza de España, en las multisalas Renoir, Golem y Princesa. La semana pasada pagué algunas deudas que tenía con ese cine de autor, aunque ya sé que todas las películas, incluso las malas, tienen autor. De paso comprobé que, aunque el precio de las localidades siga siendo excesivo y el IVA no baje del 21%, es posible pagar como media la razonable cantidad de seis euros.

Esta es una selección de buen cine social. Son todas las películas que están aunque no estén todas las que son.

En una columna publicada en febrero sobre las candidatas al Oscar al mejor filme en lengua no inglesa (que se llevó la polaca Ida) ya señalaba que aún no había podido ver una de las cinco: Mandarinas. Cinco meses más tarde, con el termómetro en la sala a 20 grados y cerca de 40 en la calle, completo por fin el repóquer de magníficas películas que la mayoría de los cinéfilos preferirán a las que se alzaron con los Oscars convencionales. Se trata de una coproducción estonio-georgiana, ambientada en la guerra de Abjazia de 1992, ejemplo de las heridas que abrió el desmembramiento de la URSS y de la difícil convivencia de diversas etnias a la hora del conflicto. Un canto a la solidaridad y los buenos sentimientos, capaces de imponerse sobre el fanatismo incluso en condiciones extremas.

El alemán de origen turco Fatih Akin se ha ganado a pulso un puesto en la elite europea con filmes como Contra la pared, Al otro lado y Soul Kitchen. Ahora, con El padre, da un salto arriesgado al abordar el espinoso tema del genocidio armenio, cuya misma existencia rechaza Ankara y del que ahora se cumple un año. Buena prueba de esa hostilidad es el hecho de que el rodaje se efectuó en Cuba, Canadá, Alemania, Malta y Jordania, pero no en Turquía, aunque quien haya viajado por el este del país se dejaría engañar por unos escenarios naturales calcados de aquellos en los que se desarrolló una tragedia cuya memoria se mantiene aún muy viva. La película refleja la angustiosa peripecia de un superviviente de la matanza (mudo tras ser herido en la garganta) en busca por continentes de sus dos hijas, a las que había dado por muertas. Coexisten, aunque claramente diferenciados, lo peor y lo mejor del ser humano, la crueldad extrema y la generosidad incondicional.

Igualmente recomendable por lo que supone de ilustrativo acercamiento a una actualidad conflictiva es Los caballos de Dios, del marroquí Nabil Ayouch, que ya había visto en Valladolid en 2012, cuando se proyectó en la Seminci y ganó la Espiga de Oro, en fuerte competencia con otros filmes mayores como Hannah Arendt. Como señalé entonces, se rodó con escasos medios y actores desconocidos, pero con mucho talento y un dominio del ritmo que hace posible que el conocimiento de los acontecimientos en los que se inspira (los atentados islamistas de 2003 en Casablanca, entre ellos el de la Casa de España) sea compatible con el impacto del brutal desenlace. Se trata de una magnífica recreación del explosivo entorno económico, social y cultural en el que el terrorismo islamista puede llegar a presentarse como una opción redentora. Lo incomprensible es que haya tardado casi tres años en llegar a la cartelera.

Leonardo Padura, tal vez el mejor escritor cubano vivo, reciente ganador del Premio Cervantes y cuya obra se halla estrechamente imbricada en la difícil realidad social de su país, es tan autor como el director francés Laurent Cantet de la estimable Regreso a Ítaca. El argumento hace honor a su obra: una terraza de La Habana vieja con vistas al malecón, los ruidos y voces de una ciudad que nunca duerme, el reencuentro de un escritor frustrado que se exilió en España –por motivos que sólo se conocerán al final– con los viejos amigos con los que un día compartió ideas y esperanzas, la frustración por los sueños rotos de una revolución que se torció igual que un día se jodió el Perú, el eterno debate entre quedarse o huir en busca de una vida mejor, la dura lucha cotidiana por la supervivencia... Un  material parecido al que nutre la colección de relatos de Padura publicada hace poco por Tusquets: Aquello estaba deseando ocurrir.

Una segunda madre, de la brasileña Anna Muylaert, desnuda la esencia de las relaciones entre una familia acomodada y su empleada de hogar de toda la vida, aparentemente armónicas y estrechas, incluso en el plano de los afectos, pero que se revelará en toda su desigualdad y limitaciones, cuando se presenta la hija de la criada, con una mentalidad que cuestiona el papel de ciudadana de segunda categoría que juega su madre en ese hogar. Que el tema resulta especialmente a espinoso en América Latina se ha puesto de manifiesto en las dificultades que ha encontrado el filme para ser distribuido en el subcontinente. La realizadora analizaba esa problemática en una reciente entrevista en Publico.es con Begoña Piña.

Dos recomendaciones más para concluir:

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, del sueco Roy Anderson, es una sugerente y a veces desconcertante colección de 39 estampas cotidianas (y algunas oníricas), más pesimista y corrosiva que humorística, que sedujo al jurado del Festival de Venecia (se alzó con el León de Oro); y Viaje a Sils María, del francés Olivier Assayas, con ciertos ecos del clásico de Joseph Mankiewicz Eva al desnudo, es un acercamiento sugerente al mundo del teatro y, sobre todo, un duelo interpretativo (en el que se cuela Chloë Grace Moretz) entre Juliette Binoche y Kristen Stewart, que se gana aquí el derecho a que se la considere ya una gran actriz y no se la identifique tan solo como la heroína de la saga Crepúsculo.

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