El ojo y la lupa

Modiano, en busca del tiempo perdido

El pasado y la memoria son el territorio Modiano. Para que no te pierdas en el barrio (Anagrama) no es una excepción. El protagonista es un escritor solitario, Jean Daragane, que se cambia de acera cuando ve a alguien conocido, que lleva meses casi sin salir de su pequeño apartamento parisino, que ha perdido la pista de quienes le interesan y que "se habían escurrido por las mallas de la red porque vivían en otra época y no eran unos angelitos", que esconde traumas de una infancia marcada por el temor a ser abandonado y que, de repente, se ve asaltado por ese pasado que siempre ocultó bajo un exorcismo voluntario, pero que le ha marcado a fuego.

Un extraño personaje irrumpe en su vida y le amenaza de forma difusa con remover las arenas movedizas de un pasado en el que su padre es una imagen difuminada y una frase: "Yo desalentaría a diez jueces de instrucción". Los personajes con los que convivió o que apenas entrevió cuando era un niño, la mujer que se ocupó de él por encargo de una madre misteriosa, los fantasmas de sucesos que ni entonces ni ya nunca pudo comprender, alimentan su existencia y su escritura. Porque Daragane, por supuesto, es escritor, como Modiano. Porque, en realidad, casi todos los protagonistas de las novelas de Modiano son Modiano, de manera más o menos evidente.

La atmósfera de Para que no te pierdas en el barrio es opresiva -como corresponde a su temática-, pero al mismo tiempo ligera. La prosa es suelta, elegante, precisa y transparente. Y bajo su peso, se vislumbra, como en gran parte de la obra de Milan Kundera, una vida "carente de peso", en la que "todo tenía la liviandad de un sueño", una "soledad en la que nunca se había sentido tan liviano", pese a que el extraño verano en que se desarrolla la acción sea "una estación metafísica" en la que todo está en el aire, y aunque el libro con el que saldó algunas de sus viejas cuentas se titule La negrura del verano.

Más por una provocación exterior que por voluntad propia, entre el sueño y la vigilia, como un espectro, Jean bucea en su pasado por una geografía parisina de la que apenas si queda rastro de cómo era 45 años antes. Como el Proust con el que se le suele comparar, los personajes de Modiano buscan su tiempo perdido, y a veces lo encuentran, aunque eso no les conduzca al equilibrio psicológico. La clave de la escritura es la atmósfera nostálgica, la tremenda fuerza evocadora, una melancolía que va más allá de la tristeza y se convierte en un atributo redentor.

Anagrama está aprovechando el renovado interés por Modiano tras la obtención del Premio Nobel para reeditar la práctica totalidad de su obra. Es una lástima que ese esfuerzo no haya supuesto la aparición de los  títulos en el orden en el que salieron de la pluma de su autor. Poco antes que Para que no te pierdas en el barrio, apareció Tan buenos chicos, con la misma traductora (María Teresa Gallego Urrutia), pero escrito 32 años antes. Lo he releído en una edición de Alfaguara de 1985, traducido por Carlos R. de Dampierre. La comparación de los dos textos en castellano daría para escribir otra columna sobre las paradojas a las que a veces conduce el tantas veces noble arte de la traducción.

Ya cuando Modiano era un treintañero, le obsesionaban la vuelta al pasado, el tiempo perdido y el territorio único y trascendental de la infancia. En Tan Buenos chicos, el protagonista evoca sus años en un internado de élite, sus relaciones y amistades con profesores y compañeros y los encuentros posteriores con algunos de ellos, con trayectorias vitales de lo más variopintas. Comparando los dos libros, resalta el hecho de que en el más reciente le basta con una sola historia para montar un engranaje complejo, mientras que el más antiguo derrochó muchas tramas sin llegar al fondo de ninguna de ellas, como si no temiera que podía llegar un momento en el que lamentase haber sido menos derrochador.

Como es lógico, Para que no te pierdas en el barrio exhibe una madurez que se traduce en un mayor peso literario y conceptual, mientras que en Tan buenos chicos la fuerza está en la imaginación, lo que convierte la lectura, si no en más recomendable, sin más asequible para quien aún no se haya adentrado en el territorio Modiano.

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