Expedición Malaspina

¿Biólogo de botas o biólogo de bata?

¿Biólogo de botas o biólogo de bata?JUAN IGNACIO GONZÁLEZ-GORDILLO

Esta pregunta era una de las típicas que solía escucharse en los pasillos de la Facultad de Biología de Sevilla a finales de los años 80.

Su respuesta, en uno u otro sentido, asociaba al interrogado a tareas profesionales claramente diferenciadas. Los primeros empleaban gran parte de su tiempo en tomar muestras en campo y mar, mientras los segundos se encerraban en laboratorios repletos de sofisticada instrumentación científica. Pero estas tareas traían también consigo, a mi modo de ver, un cierto patrón comportamental.

Los biólogos de bata, llamados así por su característica indumentaria, solían ser escrupulosos en la limpieza de sus enseres y calidad de su instrumental, en el control de los tiempos, en la excesiva precisión de sus medidas y en la búsqueda de resultados concretos a preguntas concretas. Características, por otro lado, intrínsecas e incuestionables para el trabajo que debían desarrollar.

Los biólogos de botas se rodeaban de un contexto diferente. La bata no era por regla general su indumentaria de trabajo, más bien la repudiaban, cambiándola por las botas chirucas, pantalones de pana y chalecos gordos de lana. Ciertamente una bata no era operativa para trabajar en un barco o subirse a un alcornoque. Pero además, en sus tareas investigadoras se planteaban hipótesis sobre cuestiones más generales, muchas veces sin imaginar una solución a priori. El trabajo de campo no permitía, en la mayoría de los casos, una excesiva pulcritud, además de desarrollarse muchas veces bajo condiciones climáticas, digamos, que poco cómodas. La enorme cantidad de combinaciones metodológicas que se producían al plantear un estudio de un determinado ecosistema o hábitat, unidas a la escasa financiación para contratar técnicos de apoyo a los muestreos y a la falta de instrumentación específica (o realmente costosa) para la toma de determinadas muestras, daba como resultado un inmediato "Eso no se puede hacer". La creatividad aparecía como único catalizador. En pocos minutos, tras sentarse delante de un papel y un lápiz, comenzaban a surgir posibles soluciones, poco ortodoxas pero que científicamente podrían ser válidas. Cómo, si no, se podría justificar que el Alvin, uno de los sumergibles científicos más modernos que baja a las dorsales oceánicas, recoja con su brazo robotizado de centenas de miles de dólares, un erizo del fondo marino con un ¡escurridor de pasta de 1 euro!

El reto de un científico de campo comienza con el planteamiento del diseño muestral. No se trata de utilizar tal o cual equipo para realizar la analítica correspondiente, sino de diseñar en muchos casos la instrumentación para tomar las muestras. La imaginación al poder. Un biólogo de botas que se precie debería saber algo de carpintería, mecánica, electricidad, electrónica, resistencia de materiales y algún que otro oficio más.
Ahora observo con cierto romanticismo que esta versatilidad de los biólogos de botas no ha cambiado. Ciertamente hoy día hay más recursos para financiar equipos más costosos y más específicos para las diferentes tareas, pero detrás de estos equipos siempre hay un científico creativo intentando mejorarlo, adaptarlo a distintas condiciones o re-configurándolo para que trabaje en una tarea diferente de aquella para la que se diseñó.

Pero no generalicemos, pues no todos los biólogos de botas se ven agraciados con la misma suerte en todos sitios (o países). He observado una relación inversa entre la cantidad de fondos recibidos para el desarrollo de proyectos y la capacidad imaginativa a la hora de plantear los diseños experimentales. Incluso dentro de España. Muchos colegas con elevados presupuestos tienen gran facilidad para adquirir cualquier equipo o instrumental por muy sofisticado que parezca, o simplemente gozan de la comodidad de tirar de catálogos de suministros de laboratorio sin reparar en su coste, por acaso siempre elevado. No discuto que la oportunidad de adquirir equipamiento apropiado con facilidad no redunde en una rápida respuesta a las cuestiones estudiadas, pues algunas veces es la única vía. Sino más bien planteo la necesidad de que este carácter inquieto e imaginativo de los científicos, no se acomode en aras de la facilidad de la toma de datos. No sería bueno para el desarrollo de nueva instrumentación.

Y me gustaría dar un ejemplo sobre ello. Me encuentro a bordo del buque oceanográfico Hespérides, rumbo hacia el Atlántico Sur, con el que pretendemos realizar una expedición oceanográfica alrededor del mundo para estudiar el océano profundo. Se trata de la llamada Expedición Malaspina 2010. La cantidad de equipos oceanográficos y de análisis que llevamos a bordo es enorme, como corresponde a un proyecto de esta envergadura.
Sin embargo, no disponíamos (por ni siquiera existir) de un muestreador para capturar microplancton profundo (plancton más pequeño que 0,02 mm y que se encuentra por debajo de los 2000 m). Encargar el diseño y la construcción de un nuevo equipo para este objetivo concreto, supondría un gasto de varios miles de euros por cada muestra extraída. Dejando al margen conceptos técnicos, los ingenieros o tecnólogos que diseñan este tipo de equipos nunca se plantearon diseñar esta instrumentación, supongo que, entre otras razones, porque hasta ahora no se habían planteado objetivos como los delineados en este proyecto. Y aquí fue cuando intervino, de manera decisiva, el proceso creativo. La estrecha cooperación de un grupo de científicos de botas, inquietos y apasionados por este proyecto ha patentado un nuevo aparato, basado en la "fusión" de otros dos equipos utilizados diariamente, uno en la toma de muestras de plancton a poca profundidad, y otro en la toma de muestras de agua a grandes profundidades. Con él se permite no sólo obtener estas ansiadas muestras, sino que además el coste de su extracción es nulo."La necesidad crea el órgano", quizás Lamarck no estuvo muy acertado con estas palabras en su contexto original, pero ellas encajan perfectamente en el caso de la creación de nueva tecnología científica. Apoyado en este ejemplo, entre otros, me tomo la licencia de abogar por una relación más profunda tanto entre grupos de investigación, como también y quizás más, entre científicos de campo, ingenieros, tecnólogos, todos aportando su creatividad, conocimiento e intuición para el beneficio común.

Juan Ignacio González-Gordillo es Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Sevilla y Doctorado en Ciencias del Mar y Ambientales, Universidad de Cádiz.

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