Fuego amigo

El casino de Wall Street

"Cuando se miran de frente/ los vertiginosos ojos claros de la muerte,/ se dicen las verdades:/ las bárbaras, terribles, amorosas crueldades". Parece como si George W. Bush hubiese leído a Celaya, ahora que se avecina su muerte política. Toda una vida dedicada a ser profeta de Adam Smith en la Tierra, para en el lecho de muerte acabar admitiendo que en el fondo adoraba en secreto a un falso dios, a John Maynard Keynes. Una confesión de parte terrible: "He abandonado los principios de la economía de mercado". Algo así como: "confieso que he abandonado a mis hijos a su suerte"

Es como un padre de familia numerosa confesando en su agonía a su esposa su condición de homosexual: "en el fondo, cariño, siempre estuve enamorado de Iván Carlos David". O bien, como Juan Pablo II, el adalid del mantenimiento de la vida (de los demás) a cualquier precio, pidiendo en su lecho de muerte que se le aplicase la eutanasia, como reconocía el cardenal mexicano Javier Lozano, su ministro de Sanidad: en el último momento "Juan Pablo II rechazó el ensañamiento terapéutico".

Ahora que la Comisión del Mercado de Valores de los Estados Unidos investiga qué falló en el control del fraude fabuloso de Madoff -uno de los sacerdotes de Adam Smith- el presidente agonizante quiere irse al otro mundo contándonos las verdades, las bárbaras, terribles, amorosas crueldades a las que ha sometido durante ocho años a los súbditos de su imperio.

Descubre, al fin, que la economía de mercado no contiene en sí misma los antivirus para curarse de las enfermedades de la economía de mercado. Y aquí es donde hay que recordar a Keynes, como una última oración ante la tumba del chico de los Bush: "Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en un subproducto de las actividades de un casino, es probable que el trabajo esté mal hecho".

Creo, pues, que ya es hora de meterle mano al casino de Wall Street y de toda la administración Bush. Porque parece más que probable que alguien no ha hecho bien su trabajo.
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Meditación para hoy:

Quienes sí parece que han hecho bien su trabajo son los eurodiputados. Han tirado abajo el proyecto de directiva de la Comisión Europea sobre la semana laboral de 65 horas, un disparate que tendrá un lugar de honor en el libro gordo de Petete I el Imbécil, compartiendo página con la orden valenciana de dar la asignatura de Educación para la Ciudadanía en inglés. ¡Dios suyo, estamos rodeados!

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