Fuego amigo

Les vale cualquier muerto

22 muertos, de ellos 15 niños. Ya tenían una playa de Lanzarote ante sus ojos cuando la patera volcó, quizá por las prisas de alcanzar tierra. No se sabe. Las mafias que los atraen con promesas de fortuna callan el hecho cierto de que aquí tampoco hay trabajo para ellos, porque ellos suponen tan sólo el negocio de las mafias y el alimento de nuestra xenofobia.

Se ahogaron sin ni siquiera imaginar que una ley de Extranjería española está haciendo posible que, además de ser considerados ilegales, los que tienen la fortuna de saber nadar pueden ser detenidos, cacheados, desnudados mientras se secan y toman aliento en un banco de una plaza. Porque en Madrid, a los policías se les premia por el número de "sin papeles" diarios, como ellos, cazados como trofeos.

Ellos sabían que tenían un problema, de hambre, de sed, de miseria absoluta, pero muchos, sobre todo los niños, ignoraban que ellos "eran el problema". Para el gobierno español y para la oposición. Para un gobierno de izquierdas que se ve en la obligación de cabalgar penosamente entre los derechos humanos y la coacción.

Para una oposición, como la del PP, cuya especialidad, cuando gobernaba, era devolver en avión a los inmigrantes drogados con haloperidol, y de paso a los policías que los escoltaban. El agua mineral contaminada se distribuía a todos por igual. Un partido que, en boca de su presidente insufrible llegó a justificar la medida con una de sus sentencias más cínicas: "Teníamos un problema y lo hemos solucionado".

Un partido que actúa así cuando gobierna, pero que en la oposición ve "lo errático, irresponsable, falsario e improcedente de la política de inmigración del Gobierno", y que, una vez más, no duda en utilizar los muertos para la contienda política. Aunque en este caso sean unos muertos de hambre a los que en el fondo tanto detesta esta derecha.

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Meditación para hoy:

La tres religiones monoteístas, la cristiana, la judía y el Islam, desde sus albores consideraron los intereses del préstamo como un pecado de usura. Tan sólo las necesidades financieras de las monarquías del final de la Edad Media lograron domesticar las estrecheces morales del préstamo bancario para convertirlo en un mal necesario para el funcionamiento de los estados.

Sin embargo los judíos establecieron una excepción muy interesante, muy interesante para ellos: era pecado cobrar intereses a los propios judíos, pero estaba permitido hacerlo con los gentiles, los no creyentes en Jehová. De ahí que acabaran convirtiéndose en "los prestamistas de Europa" y, en consecuencia, la espoleta de un resentimiento antisemita apenas disimulado. Un rencor que bien administrado acabaría en el Holocausto.

Durante el siglo XIX, una vez que las demás religiones abandonaron sus remilgos, el debate giró en torno a cuándo los intereses más o menos justos devienen en pura usura. Dónde está la línea que separa la virtud del abuso. Pasaron los siglos XIX y XX sin que se resolviera el dilema. Ahora, en la crisis del siglo XXI, hemos conocido que hay pymes que sólo obtienen un crédito si se comprometen a devolverlo con el 14% de interés. La duda, al fin, ha quedado despejada.

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