Fuego amigo

Aznar se concede un premio a sí mismo

Ayer se entregaron un premio a sí mismos, "por su defensa de la democracia", dos personajes históricos que llegaron a la cumbre de sus carreras por el método más antidemocrático que se conoce: a dedo, nombrados por sus predecesores, a su particular capricho, sin que mediara proceso electoral alguno. José María Aznar, nombrado por Manuel Fraga Iribarne como sucesor suyo en la presidencia del PP, entregaba al rey Juan Carlos el premio de la fundación FAES que preside. Premiaba así a un rey que está sentado en nuestro trono por nombramiento unilateral de un general que a sangre y fuego había usurpado el poder a un gobierno legítimamente elegido por votación popular.

Y digo que se concedieron un premio a sí mismos porque Aznar, apoyado en el instrumento de esa fundación suya para la fabricación de pensamiento neocon (oxímoron donde los haya) soñaba con prestigiar su premio concediéndoselo a la más alta magistratura del Estado. El mismo sueño que arrastra desde la boda regia de su hija en El Escorial, a la que añadió prestancia y brillantez con la asistencia de los reyes de España y cortesanos de la galaxia Gürtel.

"Por su defensa de la democracia". Premian al rey por cumplir con su trabajo, cuando su oficio no es otro que defender el funcionamiento de la democracia, labor por la que se le paga largamente, a él y a su numerosa prole. Volviendo el argumento por pasiva, ¿quiere ello decir que se le premia por no ser un golpista?

Tras imponer aquella boda disparatada, y ante la mascarada de este otro premio, sigo preguntándome qué información privilegiada maneja Aznar, que tiene la facultad de convertir en siervo a todo un rey.
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Meditación... para ayer:

Con el tema que ayer saqué a discusión, que en principio sólo pensaba versar sobre cómo la moral toma un cuerpo distinto según en qué trinchera nos encontremos (recordad aquel diálogo de besugos: "Disculpe, caballero, ¿podría decirme cuál es la acera de enfrente?" "¡Pues cuál va a ser: aquella!" "Joder, a ver si se ponen de acuerdo, vengo de aquella y me han dicho que es ésta"), creí haber puesto delante un escudo profiláctico cuando me metía en el mismo saco (Saco) de practicante de doble moral que los demás: adoro el foie gras, aunque sé que para obtenerlo se somete a un animal a una tortura que abomino.

Pero el escudo no me sirvió de nada, porque inmediatamente me convertí a ojos del 99,9% de los contertulios en un defensor de la SGAE, con toda la batería de argumentos de sobra conocidos, hasta el punto de que alguien me preguntó con el tópico tonto de si estoy de acuerdo en que me cobren un euro por cada CD, un impuesto concebido "por si acaso" lo utilizo para planchar en él música o cualquier otra cosa que devenga derechos de autor. No contesté, porque suelo no responder a las obviedades que degradan el debate.

Yo sólo pretendía hacer un pequeño ensayo sobre la relatividad de la moral, en el espacio escaso de una columna de periódico, y casi pasé a ser el secretario de Ramoncín y no sé qué cargo honorario del PSOE. Esa extraña y laxa moral que, como en mi caso con el foie, es capaz de disfrutar con la belleza del arte de los toros sin reparar en que también se está torturando a un animal. Esa extraña y laxa moral que disculpa el hurto en los grandes almacenes porque se supone (se sabe) que los 200 millones de pesetas de pérdidas anuales por robo están compensadas en los precios globales de todas las mercancías que compramos al cabo del año. Esa extraña y laxa moral que disculpa la acumulación de riqueza de la Iglesia porque bastante hace socorriendo a los pobres. Esa extraña y laxa moral que permite a los deportistas de élite fijar su falsa residencia en paraísos fiscales para no pagar a nuestro fisco como el resto de los españoles. Esa extraña y laxa moral que nos disculpa sembrar de escupitajos las aceras de nuestra calles, tirar papeles al suelo, o dejar abandonadas las cacas de nuestros perros porque para eso pagamos un servicio de limpieza con nuestros impuestos. En fin, continuad vosotros con los ejemplos.

En cualquier caso hemos sacado al menos dos conclusiones en limpio.

1) Que este no es un blog de pensamiento único, de lo que alguien, por cierto, nos ha acusado hace unos días... aunque ayer casi lo parecía, pero contra mí.

2) Que se desarrolló un debate inteligente, esclarecedor, ingenioso... con algunas excepciones que estoy dispuesto a pasar por alto, un poco desagradables, producto, quizá, de los nervios a los que el asunto de la SGAE (a la que ni mencioné, por cierto) viene sometiendo a la comunidad internauta.

Y le doy la razón a más de uno sobre mi empleo torpe de la ironía: la ironía no siempre es la mejor arma para escribir. Al menos no la más útil. No cabe la ironía en un entierro, ni en un campo de concentración, ni en un frente de guerra, ni en la cárcel, ni en un hospital, y mucho menos al pie del cadalso. Y parece ser que la SGAE es un trasunto de todas esas cosas. Quizá la empleé cuando, donde y con quien no debía. En fin, no siempre se acierta.

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