Fuego amigo

La cruz y la espada amenazan la convivencia

Los imperios expanden sus genes por todos los territorios que colonizan, y diseminan en los lugares conquistados sus costumbres, sus credos, su forma de organización social, su lengua. Unas veces enriquecen las culturas aborígenes, y otras, las arrasan. Yo, que soy un mal patriota irredento, habría sido sin duda un afrancesado entusiasta tras la invasión napoleónica, con la esperanza de que la Ilustración, como polen transportado por la revolución francesa, polinizara nuestra cultura, doblegada por una nobleza reaccionaria, y un clero poderoso incrustado en todos los estratos sociales.

Latinoamérica supuso el gran laboratorio de nuestro imperio, arrasado culturalmente por la clerigalla. Y el polen que llevaban prendido en sus patas, además de la lengua castellana, no era otro que las mismas obsesiones que campaban por la península, su religión retrógada, el concepto de familia tradicional o el machismo, entre otras prendas.

Poco ha cambiado con los años. Mientras aquí, en la madre patria, el arzobispo de Granada, Javier Martínez, continúa enseñando a sus fieles, desde su prelatura medieval, que los abortistas son asesinos que deberían estar perseguidos con penas de cárcel, en México, donde el machismo se riega desde la pila bautismal, la Iglesia presiona a su presidente para que derogue la ley recién aprobada que concede a los homosexuales el derecho a casarse.

Pero ellos llevan años de retraso con respecto a nuestros fundamentalistas. Son meros imitadores. En España, por si todas las presiones religiosas fallan, una asociación militar de extrema derecha (dicen llamarse Militares para la Democracia) ha pedido la intervención del Rey en este asunto del aborto. Y esto sí es serio. La alianza de la cruz y la espada, un cóctel históricamente explosivo, nuevamente amenaza nuestra convivencia.

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