Fuego amigo

El paso cansino de la verdad

Estamos deseando que se sepa toda la verdad. Es una frase comodín cuya trampa no está encerrada en la voz "verdad" sino en el adjetivo "toda". Toda la verdad, y no una media verdad, prima hermana de las apariencias. "Cariño, no es lo que estás pensando", balbuceamos ante nuestra pareja, mientras en la cama a nuestro lado, alguien en pelota picada, se escurre precipitadamente bajo las sábanas.

Después de miles de folios del sumario del 11-M que relatan una verdad, la derecha pillada en la cama con unos moritos asesinos no se cansa de gritar que esa no es toda la verdad, cariño. No es toda.

Hay cientos, miles de curas pederastas, pero esa no es toda la verdad. Para unos, la verdad es que faltan por ser destapados miles de abusos más a lo largo de la negra historia de la Iglesia. Para otros, la verdad es que son unas cuantas ovejas descarriadas, con las hormonas a punto de hervir debajo de la inmensa bragueta de la sotana.

Esperando a la verdad se sufre mucho. Recuerdo aquel noviembre eterno de 1975 en que esperaba la hora de la verdad, botella de cava en mano, para el genocida de El Pardo, no por venganza, sino por verle partir hacia el paraíso que tanto anhelaba. No podía verle sufrir más. Mi corazón es así de frágil.

La misma sensación estoy teniendo con estos chicos del PP. Sus dirigentes dicen que no descansarán hasta que se sepa toda la verdad. Y les comprendo. Si en el caso de Franco sólo deseaba su descanso eterno, ahora deseo el merecido descanso para Mariano Rajoy. Cuando el pobre infeliz ya tenía a su alcance 50.000 folios de felicidad para demostrar la inocencia de su partido, va la informática y le juega una mala pasada. Como no descansa, las ojeras ya le están llegando a la altura de sus vergüenzas. Y todo por culpa de la lentitud con que viaja la verdad.
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Primera meditación para hoy:

Los que tenemos cierta edad contemplamos en el derrumbe de la llamada "revolución cubana" idénticos síntomas, los mismos tics que en el desmoronamiento de la dictadura franquista. Todo dictador sueña con dejar bien atado aquel edificio ideológico por el que luchó la mayor parte de su vida.

Reconozco que aquella revolución alimentó mi ideario político de juventud, pues encarnaba el David proletario contra el Goliat norteamericano. Cuando aquello degeneró en el castrismo y en el culto a la personalidad, dejó de interesarme.

Hoy, gracias a otro Castro, de nombre José, juez instructor del caso Matas, he vuelto a ser castrista. Y vuelvo a ver en este otro Castro al David de la judicatura, que habla no como un juez engolado midiendo las palabras políticamente correctas, sino como un extraño juez guerrillero, bajado de no sé qué Sierra Maestra, un David al que el Goliat de la derecha amenaza ya con eliminar. Mientras dure esta revolución, vuelvo a ser castrista. Hasta que la derecha nos separe.
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Segunda meditación para hoy:

He visto anunciada una huelga de futbolistas para la jornada 33 (que no sé cuándo cae, por cierto). Seguís sin resolverme la duda que me martiriza desde hace tiempo. A saber: ¿sería un comportamiento insolidario con la huelga de los futbolistas el quedarme en casa ese día en lugar de acudir a comprar la entrada para el partido, aún a sabiendas de que no se va a celebrar? ¿Debería coger a toda la familia y plantarme en taquilla exigiendo mis entradas ruidosamente para que los futbolistas no se depriman y puedan comprobar así el "impacto masivo" de su huelga en mi muy numerosa familia? Como parece que me he extraviado, quisiera redimirme en la jornada 33 y volver al camino recto de la izquierda de la que alguien me expulsó ayer. Es gracia que espero volver a alcanzar.

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