Fuego amigo

Hoy jugamos en dos loterías

Es medianoche, y pienso en el día que nos espera con dos de los sucesos más importantes del año: la lotería de Navidad y la reunión entre Zapatero y Rajoy. Yo no soy pesimista, pero espero muy poco de ambos acontecimientos. De la reunión de los políticos ya sabemos, porque así lo anticipó ayer Mariano Rajoy, que habrá una nueva escenificación del divorcio entre ambos líderes en torno al llamado proceso de paz. Lo único que espero, como os decía hace un par de días, es que al menos se juramenten para atajar con más reflejos y decisión los casos de corrupción en sus propias filas, un asunto que seguramente ocupará buena parte del encuentro.

Hay que reconocer, por otra parte, que ahí ZP ha estado bien de reflejos al convocar a Rajoy en el día y hora en que los niños de San Ildefonso se encuentran en pleno furor lotero, porque los medios de comunicación dedicarán apenas unos minutos tan sólo a comentar el fracaso de la reunión, y lo preocupado que está el siempre vigilante líder de la oposición, y todo un día interminable a comentar la alegría desbordada de los afortunados, entre los que yo, injustamente, nunca me encuentro.

De la lotería tampoco espero nada, porque llevo el número 19673, un número raro, insulso y tonto, en cuya compra no participé y que, como todos los años, no merecerá ni el reintegro. El gordo será el 47301, lo veré por la televisión (porque la salmodia en la radio de los cien mil hijos de San Ildefonso me pone de los purititos nervios) y allí, sentado estupefacto ante el televisor, comprenderé al fin la lógica de los números, que son muy suyos. Y me volveré a repetir, como todos los años, ¡mira que estaba fácil!, un 4 un 7 un 3 un 0 y un 1. ¿Cómo no me di cuenta antes de que con un 19673 no se iba a ninguna parte?

Y además, la tortura de esa gente que toma por asalto los telediarios, sin duda pagada por el Ministerio del Interior para dar verosimilitud a la gran mentira de que los grandes premios le han tocado a alguien, un atrezzo formado por supuestos compañeros de una oficina desconocida, de clientes del bar Perico, de una peña futbolística de un equipo de tercera división, todos confundiendo el cava con el champán, la suerte con la justicia, la felicidad con la borrachera, afónicos de gritar, cantando y bailando, exponiendo impúdicamente su alegría con el único fin de ahondar en mi herida, de llamarme gilipollas a mí, con lo fácil que estaba, Manolito: un 4 un 7 un 3 un 0 y un 1, ¿ves qué fácil? Y tú apostando al 19673...
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Meditación para hoy: además de lo gilipollas que hemos sido por no haber comprado el 47301, sirva de meditación la confesión de la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, a la que, como a mí, le gustaría que se aplicara a la mal llamada fiesta de los toros la directiva europea que prohíbe al maltrato a los animales. Mariano Rajoy, en un impulso patriotero, una especie de reflejo condicionado en los nostálgicos de aquella España (¡Paña!) de charanga y pandereta, despachó despectivamente con cuatro palabras su indignación contra la ministra a la que acusó de improvisar. La idea de Narbona le pareció "una broma", como preguntándose qué sería de España sin la lidia, sin su esencia patria, sin una de sus mayores aportaciones a la civilización y el progreso, como es la fiesta nacional. Fiesta y nacional. Ahí es ná, ¡como para suprimirla!

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