Fuego amigo

¿Quién es el asesino, monseñor mío?

Durante los ocho años de gobierno del hombrecillo insufrible se practicaron en España miles de abortos legales. El PP disfrutó de ocho largos años (¡larguísimos!) para reformar la ley, derogarla, o recabar del padre santo, el líder espiritual de la caverna, la pena de excomunión para todas las abortistas... que no votasen al PP. ¿Qué cambia la nueva Ley del aborto que haya merecido la condena colegiada y furibunda del club de solteros episcopales, antes tan sumisos y callados, y de los dirigentes del PP?

Ha cambiado que ahora la mujer que desee abortar ya no corre el riesgo de que un comando fascista de policías ultras pueda asaltar una clínica abortista, se lleve los papeles del registro donde está su nombre, e indague por su cuenta las condiciones en que abortó para intentar incriminarla.

Ha cambiado que ahora se pueden evitar el bochorno de tener que inventarse daños para la salud mental para poder interrumpir un embarazo.

Ha cambiado que durante las primeras 14 semanas de gestación, la mujer podrá decidir, sin el concurso de ningún asesor ni pariente, aunque tenga la edad de 16 años, cómo llevar adelante su decisión.

Desde que el PP volvió a la carga presentando un recurso de inconstitucionalidad contra la nueva ley, su sección obispal anda especialmente excitada. El último, el arzobispo de Burgos, miembro del Opus Dei, que se cisca en la nueva ley y la califica de tiranía: "La falacia consiste en atribuir a políticos, jueces o ciudadanos un derecho que no tienen".

Lo dice todo un demócrata, representante de la Iglesia que prefiere la muerte por SIDA de millones de africanos antes que permitirles utilizar el preservativo en sus relaciones sexuales.

¿Pero quién es el asesino, monseñor mío?

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