Fuego amigo

Un tsunami de codicia tóxica

De pronto el televisor se llenó de un pringue rojo que parecía iba a gotear sobre mi alfombra. Sangre de toro recién torturado no parecía. Animado por la buena noticia de que el Senado rechazaba declarar las corridas de toros como Bien de Interés Cultural, me dije que aquel color rojo debía de provenir de otro desastre, quizás también cultural. Eran imágenes de Hungría, donde un pueblo entero sufría los efectos de una riada contaminante, procedente de una balsa de residuos tóxicos que, tras reventar, había engendrado un tsunami de barro rojo como la sangre seca.

Tal como está nuestra obsesión por la economía, uno tiende a pensar que todos los desastres sólo pueden provenir de los mercados y de la mano invisible que mece sus beneficios... y acierta siempre. El reciente derrame de petróleo del Golfo de México, o el más lejano en el tiempo del Exxon Valdez, la tragedia de Chernobyl, la fuga mortal de un pesticida en Bhopal, la rotura de la balsa de Aznalcóllar y esta de Hungría tienen el mismo denominador común: la búsqueda del beneficio económico prima siempre sobre el bienestar de los ciudadanos.

Ahora desde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas nos alertan, como si tal cosa, en lugar de acudir al juzgado de guardia, de que en España hay al menos un centenar de balsas de características similares con residuos tóxicos, residuos que resultan más baratos almacenados a la intemperie que tratados convenientemente.

Mientras discutimos sobre dónde guardar la basura atómica, pende sobre la cabeza de los habitantes de cien pueblos el peligro de cien tsunamis de lodo tóxico. Parodiando a Einstein, ¡qué tiempos estos en que es más fácil desintegrar un átomo que la codicia empresarial!

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