Fuego amigo

Confidencias públicas

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Los miles de informes de Wikileaks llevan camino de parecerse a la versión doméstica de los miles de folios de la investigación sobre la trama Gürtel. Tenemos bochorno para rato.

La vida oficial de las naciones y sus dirigentes está tan alejada de la vida real que, por mucho que se empeñen en maquillar las revelaciones de los informes secretos, los ciudadanos siempre vamos a conceder mayor valor a lo que los personajes se dijeron en privado o en conversaciones telefónicas que se supone que nadie debería estar grabando, o en las confesiones a micrófono abierto cuando el micrófono debería estar cerrado para que nadie pueda oír cuán "hijoputa" nos parece nuestro compañero de partido. Si a micrófono supuestamente cerrado te ha parecido un hijoputa, no hay disculpa oficial que lo arregle.

No extrañe, pues, que la familia del cámara José Couso, asesinado por militares norteamericanos en Irak, prefiera la verdad de Wikileaks, la del informe confidencial con valor de confesión que desvela la desgana oficial española por perseguir a los poderosos culpables, que la verdad oficial trasladada a la opinión pública con varias capas de maquillaje encima.

Y es que las verdades pertenecen a la intimidad. Camps comentaba, en el secreto de sus conversaciones telefónicas con Álvaro Pérez, El Bigotes, que el jefe valenciano de la red Gürtel era "su amiguito del alma (...) un amigo maravilloso", aunque cuando las cosas vinieron mal dadas renegara en público del valor de esa amistad. Pero es inútil, todos sabemos que siguen queriéndose en secreto, porque el amor clandestino es más sincero que el reproche público.

¡Ay, la amistad! Un día Camps tuvo la mala idea de confesar ante los micrófonos aquello de que "tendremos que buscar en el diccionario otra palabra distinta a la de amistad que resuma y defina la íntima y sentida colaboración entre De la Rúa y el president de la Generalitat". Y la cagó, con perdón de los presentes. De la amistad secreta e "íntima" había pasado imprudentemente a la confidencia pública. Una declaración de amor en toda regla que queda todavía más extraña cuando el destinatario es un magistrado con toga negra y puñetas que le llegan hasta el codo. Ahora, el propio juez De La Rúa, alertado de la trampa, le pidió públicamente el divorcio a Camps, renegando del molt honorable president hasta tres veces, como Judas para salvar el pellejo. Vamos, que casi ni le conoce: "Ni siquiera le invité jamás a una cerveza, ni a la boda de ninguno de mis cuatro hijos".

Entre la confidencia en privado y el desmentido público, a ver si sabéis con qué versión nos vamos a quedar los ciudadanos.

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Meditación para hoy:

Por cierto, malos tiempos se avecinan para Camps cuando los amigos huyen tan despavoridos.

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