Fuego amigo

La fiebre del loro

Os escribo al filo de la medianoche. Por la tarde había intentado ponerme la vacuna contra la gripe, pero llegué tarde, no por los atascos madrileños, sino porque cuando entré en el centro sanitario ya llevaba puestos claros síntomas de gripe. Me dijeron que así no podían ponerme la vacuna, porque era el remedio peor que la enfermedad. El asesino va siempre por delante de la policía, me dije.
Me volví a casa, me metí mi cóctel favorito de frenadol y cola-cao calentito para estas ocasiones, me tapé con una manta y puse la radio. La radio en la oscuridad de la habitación suena mucho más real, parece la radio en color. De pronto suena la sintonía del informativo, y aguzo el oído. Al principio pensé que era efecto de la fiebre, apenas 38 grados de temperatura, no era para tanto, con voces de pesadilla que venían a visitarme. Pero ahora sé que no, porque lo repitieron varias veces. Hablaba una tal Cristina Tavío, presidenta del PP de Tenerife, y venía a decir (no me dio tiempo a tomarlo al pie de la letra) que estaba harta de la política de inmigración de Rodríguez Zapatero, "del falso consenso y el buen rollito del baboso talante".

¡Qué nivel!, me dije. Esta chica tan educada, bien entrenada en el desprecio de conceptos como el consenso, el buen rollito y el talante, como mandan los estrategas de Génova 13 (buscando los antónimos, les supongo, pues, defensores de las dictaduras, el mal rollo y la grosería), estaba furiosa porque al parecer no le hacen caso en su demanda de una Ley de Residencia para Canarias, que entre otras lindezas limite a los españoles peninsulares y a los comunitarios asentarse en sus islas, ¡no os digo nada sobre lo que piensa de los "negritos" que llegan en pantera!
Me puse inmediatamente el termómetro, y la fiebre me había subido a 39 (por hora). Me dije a mí mismo que aquello era la fiebre del loro, que nunca trae buenas noticias. Lo apagué y volví a este mundo al cabo de una horas, sin apenas fiebre ya, dispuesto a contaros que esta tarde tuve una extraña pesadilla en la que el fascismo, en su forma más grosera y patosa, volvía a tomar un avión desde Canarias para comenzar un nuevo movimiento nacional.
Son cosas de la fiebre, no me hagáis mucho caso.

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