Fuego amigo

De sagrados e inmutables principios

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El derecho a huelga ha sido la conquista social que ha salvado de la esclavitud a la clase obrera, y el antídoto contra los desmanes del capitalismo salvaje. Sin ese derecho consolidado no existiría el fin de semana de libranza, ni la jornada laboral que permite disfrutar de una vida familiar razonable, ni las vacaciones pagadas; y la salubridad e higiene en el trabajo serían inexistentes.

(Inciso: traigo por delante todo este preámbulo para evitar, como tengo que soportar de vez en cuando, que alguien intente volver a darme una lección magistral sobre la importancia de la herramienta de la huelga en la historia de la lucha obrera y en el avance de la sociedad del bienestar; yo también fui a clase, y tomaba notas).

Continúo. Pero tan buenos servicios a la sociedad han convertido a este derecho en un peligroso concepto sagrado. Y ya sabemos lo que ocurre con lo sagrado, que los fieles no admiten ni siquiera la posibilidad de que se pueda someter al análisis de la razón. Después de enunciado y admitido que "amarás a dios sobre todas las cosas", todo lo que venga a continuación será irrelevante: la justicia, la libertad, el bien común, la salud, la vida... todo se puede atropellar si es necesario para preservar el mandamiento fundamental.

Con la falsa huelga de los controladores hemos tenido que soportar que por encima del bienestar general se sitúe, no ya el particular de unos cientos de trabajadores privilegiados que trabajan una media de 5 horas diarias, pagadas a precios de escándalo, que eso, a estas alturas del conflicto ya es lo de menos, sino el sagrado e inmutable principio del derecho a cualquier forma de huelga, independientemente de que las consecuencias puedan ser catastróficas para todo un país.

Si los controladores, apoyándose, por cierto, en el mecanismo del principio de escasez que les concede su enorme poder, y que tan buenos servicios ha hecho y hace a diario para mayor gloria del sistema capitalista, decidieran hacer una huelga al mes, pongamos por caso, podrían elevar sus salarios exponencialmente hasta límites absurdos, sin cortapisa moral, pues el primer mandamiento obliga sobre todas las cosas, y toda la izquierda con pedigrí está llamada a defenderlo sin discusión.

Pero, fuera de los terrenos de la fe, en el análisis científico se da por hecho que si de una premisa se infiere un resultado absurdo lo que hay que revisar es la premisa, y no el resultado. Si los ricos controladores aéreos españoles son considerados obreros porque el libro sagrado decidió que obrero es el que recibe un salario, aunque sea multimillonario, y con sus huelgas pueden paralizar un país a su antojo, sería hora ya de revisar alguna de las premisas (o ambas), porque con esta burla tramposa están poniendo en peligro una conquista que nos costó siglos alcanzar al resto, el derecho mismo a la huelga de toda la clase obrera. A la clase obrera, y no a esa parodia.

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