Fuego amigo

La ley no es la ley, sino su interpretación

Lo malo de las leyes, por muy perfectas que sean, es que luego hay que interpretarlas. Las leyes y los reglamentos que fijan nuestros derechos y deberes acaban, en caso de conflicto, en manos de los jueces que pueden hacer las interpretaciones más peregrinas, dependiendo de su humor, creencias, convicciones políticas o manías.
Mi espíritu vocacionalmente ácrata ya se rebelaba desde la infancia contra el juez de los jueces. La propia figura de dios me parecía la personificación exacta de la falta de justicia: dictaba leyes estúpidas y caprichosas como, por ejemplo, que no comiésemos del fruto del árbol del bien y del mal o que no nos masturbáramos (¿por qué coño le molesta tanto que nos masturbemos?, ¿alguien lo sabe?); y a leyes estúpidas, penas disparatadas y desproporcionadas, entre las que se cuentan las plagas, el hambre, la enfermedad, la muerte, el purgatorio, el infierno. Y todo eso, viniendo del padre de todos los jueces.
Esa manera tan errática en el comportamiento del cuerpo judicial, donde el mismo delito puede tener tres (hasta cuatro, si incluimos al Tribunal Constitucional) interpretaciones radicalmente distintas, me lleva a pensar que la justicia no es una ciencia exacta. Los matemáticos están siempre de acuerdo en que la raíz cuadrada de treinta y cuatro mil doscientos, multiplicada por ciento cuarenta y dos, tiene un único resultado. Cuando los médicos te dicen que es cáncer, es más que probable que sea cáncer. Cuando los músicos leen una partitura, tocan todos en el mismo tono, porque un fa es siempre un fa, y nunca un do sostenido. Y los electricistas saben que si tocan con los dedos al mismo tiempo el polo positivo y el negativo del tendido eléctrico les espera un latigazo de no te menees. Dando por hecho que las leyes están concebidas por los hombres y que inevitablemente deben ser interpretadas por otros hombres, ¿cómo se puede llegar a resultados, no digo ya dispares, sino opuestos? ¿Cómo puede ser una ciencia tan poco exacta algo de lo que dependen nuestras vidas y fortunas?

Desde que la política ha contaminado parte de la judicatura, ya sólo hablamos de jueces conservadores o progresistas, y no de buenos o malos jueces. Los querellantes (como en el caso de los peritos del sainete del ácido bórico) maniobran con trucos de leguleyo para poner su causa en los juzgados "amigos", en una especie de pre-juicio favorable, como un corredor ventajista que comienza la carrera en mitad del recorrido. El caso de los jueces Gemma Gallego y Baltasar Garzón me causa desasosiego, porque demuestra que las leyes no son las leyes, sino sus interpretaciones, algunas disparatadas, de las que hemos tenido varios ejemplos en este año.
El Consejo General del Joder Pudicial maneja un informe interno con el que se proponen poner remedio a que magistrados con patologías psíquicas puedan instruir sumarios y dictar sentencias. Calculan que de los aproximadamente 4.500 jueces españoles en activo, al menos 30 padecen un trastorno mental incapacitante para impartir justicia. O sea, que no están bien de la cabeza. Ah!, pero si caes en el juzgado de uno de ellos y te condena a 15 años de cárcel por robar una manzana, date por jodido, al menos hasta que otra instancia corrija el desvarío... si es que no das con otro de los 30 chalados y te caen 15 más, por protestar. Es como los goles metidos con la mano: si el juez árbitro lo estima así, aunque doce millones de personas comprueben en la moviola que fue mano, pues fue un gol válido, y no protestes porque encima te cae una tarjeta roja.
Ante esto me pregunto si el espectáculo bochornoso que está dando últimamente parte de la magistratura no tiene su origen en esta anomalía que detecta el Joder Pudicial. Aunque echando cuentas, la verdad, a bote pronto me salen más de 30 jueces...

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