Fuego amigo

Saliendo del armario

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En su lenta y accidentada marcha hacia una sociedad más justa e igualitaria, Obama ha conseguido para los homosexuales -los apestados de una sociedad tutelada por los ultraconservadores- que puedan pertenecer al ejército sin tener que ocultar sus inclinaciones sexuales. Año 2011, y los homosexuales, gays y lesbianas, han conseguido, al fin, parecidos derechos a los negros, ese grupo humano que ha arañado sus derechos sociales en el siglo pasado a costa de penas de cárcel, marginación social y muerte.

Los negros resultaron ser muy útiles para los éxitos deportivos y militares, y no era cuestión de seguir desaprovechando tan buena y abundante materia prima. En cierto modo llegaron a donde están no por justicia social sino por exigencias del mercado.

Pero el odio de los conservadores a los homosexuales, con especial virulencia en las dictaduras, proviene de la noche de los tiempos, pues no colaboraban con el resto de la tribu a asegurar la supervivencia con la producción de hijos. Quizá por ello todavía padecen un rechazo social incardinado en los genes colectivos. Las lesbianas fueron mejor toleradas como un mal menor, pero los gays padecieron en nuestra dictadura los rigores de la Ley de Vagos y Maleantes, los nazis alimentaron con ellos los hornos crematorios, y aún hoy pueden pagarlo con sus vidas en alguna sociedad islámica.

Pero en política continúa el drama. Mientras la primera ministra islandesa o el ministro de exteriores alemán declaran públicamente su homosexualidad, en España, nuestro políticos gays todavía utilizan el matrimonio (no precisamente gay) como un refugio, porque consideran que los votos bien merecen un armario donde esconderse de por vida. Y algunos llevan la sobreactuación hasta presentarse como abanderados de la homofobia que impregna a sus partidos. Esos son los más peligrosos.

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